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Camino a Nocuchich |
El 6 de diciembre, casi de último minuto decidí ir a Hopelchén en combi, no tenía claro los horarios de ese transporte, pero no quería levantarme tan temprano como la semana anterior para tomar el camión de las 6 de la mañana. Will me había pasado el número celular de un guía que podía llevarme a Nocuchich, pero nunca me contestó, pretendía buscarlo en el centro y seguir mi camino si no lo encontraba.
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Torre de Nocuchich |
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Torre de Nocuchich |
Me metí a la selva sin seguir ningún sendero, para mi agrado no estaba especialmente cerrada, se podía pasar bastante bien. Estuve revisando mi ubicación con el GPS de mi celular, acercándome al punto indicado. Estaba muy cerca y no veía nada que indicara construcción en pie, solamente algunos montículos bajos, comenzaba a pensar que la ubicación tenía algún error cuando la torre apareció de repente frente a mí. No la vi hasta que estuve a escasos 5 metros, aún con selva poco tupida. Dejé mis cosas y le di la vuelta para mirarla por todos los ángulos, aunque a mitad de ello me di cuenta de que tenía las piernas llenas de hierba pega pega que crecía al pie del edificio, por fortuna, el pantalón que traía tenía tejido muy cerrado y fue fácil retirar esas semillas que tanto me habían molestado semanas antes. Estuve recorriendo todo alrededor para buscar algún resto de la torre caída, encontré un par de posibles ubicaciones, pero no queda nada claro entre las piedras amontonadas.
Me tomé un tiempo para comer algo y beber agua, algo que no había hecho hasta entonces, no lo había necesitado. Salí de la selva alrededor de las 11:45, directamente al norte para cortar camino, nuevamente sin sendero. Me encontré con un par de pequeñas cuevas, aunque no hice ningún intento por entrar. Regresé al camino y empecé a caminar de regreso subiendo el ritmo rápidamente a uno similar al del trayecto de ida. Antes de llegar a la gran recta me encontré de frente con un joven menonita que dijo llamarse Juan, se acercó a hablar conmigo preguntándome si había visto a un mexicano por ahí, que quería que le ayudara a chapear algún terreno (o eso entendí con su pobre español). Me preguntó si tenía música qué escuchar, cerveza o cigarros, yo no tenía ninguna de esas cosas, y se interesó especialmente por mi celular. No parecía querer seguir su camino, así que le dije que tenía que irme para alcanzar el camión. Seguí caminando un km más y luego vi que venía cruzando en diagonal un campo que yo había rodeado por completo. Me alcanzó y siguió preguntándome cosas. Esto me llevó más de media hora y mis piernas se enfriaron, finalmente vimos a un hombre con bicicleta a lo lejos, él lo reconoció y se fue a su encuentro. Finalmente me dejó seguir mi camino.
Los últimos cuatro kilómetros hasta Hopelchén, y en especial el último, con subida, fueron mucho más difíciles y lentos, mis piernas habían perdido el ritmo y comenzaron a dolerme los músculos, ya había recorrido 16 km al paso más rápido que pude y ascender al poblado hacía que me dolieran las pantorrillas y los muslos. Llegué agotado al mercado y me encontré con una larga fila que esperaba el camión, era la 1:30 y mucha gente quería ir a Mérida. Temí que no pudiera siquiera subir, pero cuando por fin pasó el transporte a las 2:15 alcancé a ascender, pero de pie y muy incómodo y apretado, no cabía ni un alma ya. Sufrí bastante hasta llegar a Bolonchén, donde bajaron varias personas y pude acomodarme mejor, a pesar de ello no pude sentarme hasta después de salir de Santa Elena. Llegué a Mérida después de las 5 de la tarde y me dirigí al mismo hostal que la semana anterior, solo pasé a dejar mi mochila y fui de inmediato a comer en la primera fonda que encontré. Regresé a descansar con las piernas muy cansadas y adoloridas. El plan para el día siguiente, sin los Williams, se terminó de acordar apenas esa noche.