sábado, 17 de mayo de 2025

Estancia arqueológica en Campeche. Parte 17 y final: Payán

Camino inundado
Por la mañana, antes de las 6 tomé mi mochila, donde únicamente traía una muda de ropa, mi cámara, agua y algunos bocadillos, y me dirigí a la carretera que cruza Xpujil. Esperaba encontrar transporte, pero a esa hora no había ningún taxi aunque fui a buscar en dos bases que conozco. Tampoco había ninguna corrida de autobús que pasara, así que solo me quedó pararme en una de las bases de taxi hasta que apareció uno. Le pedí que me llevara al crucero de 20 de Noviembre y, como todo ahora, me cobró bastante caro; sin embargo, ya era mi último recorrido en el viaje, así que no me quedó más que pagar. Apenas unos minutos después y luego de un viaje de 9 km nada más, estaba en el puesto militar que se encuentra en el crucero. Me preguntaron si era turista y qué hacía, a lo que respondí que quería visitar una ruina cercana, no pareció interesarle mucho a los militares, así que comencé con mi camino. Llegué antes de las 6:15 a una brecha que lleva a Payán casi directamente, para pasar con vehículo se necesita una llave para abrir una puerta, a pie simplemente pasé a un lado. Lo primero con lo que me encontré fue una cabaña parcialmente derrumbada, tenía aún dentro cosas usadas por los apicultores, los únicos, además de los chicleros, que parecen ocupar estos caminos.

Brecha hacia Payán
Payán es un sitio que varios de mis compañeros ya han recorrido, Eduardo había ido casi una década atrás y, como es su costumbre, estaba acompañado de guías, por lo que nunca se fijó por dónde había pasado, así que casi ninguno de los demás teníamos idea de por donde se debía entrar para llegar. Años más tarde, Gabriel Partida encontró un guía que lo llevó al sitio en 2023, aunque él si guardó la ubicación, la cual utilizaron los Williams en compañía de los Juanes, que también consiguieron la llave para entrar en la camioneta poco después. Por último, Gustavo había llegado caminando con su familia durante este mismo año. Cuando William me contó que había estado ahí, yo estaba en la ENAH trabajando con mi compañera Romina Payán, por lo que le conté de la existencia de un yacimiento nombrado igual que su apellido; esto es porque se ubica en terrenos de un rancho llamado así a inicios del siglo XX. Cuando supe como llegaron, pensé de inmediato que podría llegar por mi cuenta fácilmente y, aunque en esta ocasión pude haber llamado a amigos en Chetumal, quise hacer mi último recorrido solo.

Estructura de Payán
Al poco tiempo de caminar, en un tramo muy lodoso comencé a ver una serie de huellas de gran tamaño con un ancho dedo central y dos laterales separados hacia los lados, sin duda eran de tapir o danta. Por la hora tenía la esperanza de ver algún animal grande de la selva, incluso felino, y el rastro estaba muy fresco. Sin embargo solo pude ver aves, tal vez un faisán, escuché un carpintero a lo lejos y un saraguato aullando, y nada más. A pesar de eso, hubo un buen tramo en el que, de pronto, todo quedó en silencio, no se escuchaban ni siquiera los insectos. Las aves pasaban aún entre las ramas de los árboles, pero sin emitir sonido alguno; sé bien que cuando esto ocurre puede ser señal de la presencia de un depredador, comencé a caminar de la forma más silenciosa que pude y a voltear hacia atrás a cada momento con la esperanza de ver un jaguar, algo que siempre se me ha negado. Pensaba que para muchas personas esa situación podía ser terrorífica y parecer peligrosa, pero no para mí, nunca he escuchado un reporte de ataque de jaguar, excepto si se acorrala a una madre con sus crías, eso era muy poco probable, por lo que siempre he deseado un encuentro con tan majestuoso animal. Algo un poco diferente sería toparme con un puma, aunque sabía como comportarme en caso de que alguno de esos felinos me encarara. Cualquier ser más pequeño no sería una amenaza. Los únicos realmente peligrosos cuyo encuentro prefiero evitar son los cerdos salvajes, sumamente agresivos, y las serpientes venenosas.

Fachada con mascarón parcial
Hubo otro trecho en silencio, pero sin poder ver nada. Caminé por elevaciones y valles, hasta que me encontré con el gran bajo del sitio, el cual pude crecer hasta cubrir la brecha por completo y por un espacio cercano al centenar de metros. Will me había advertido de esto y, aunque no era suficiente para evitar mi paso, había pensado incluso caminar en chanclas para no mojarme las botas, las cuales son impermeables, pero si el nivel del líquido sobrepasa el tobillo, se mete por arriba y no se seca porque el tejido no deja entrar ni salir el agua; Es riesgoso traer los pies descubiertos porque en la región suele haber cocodrilos de todas las tallas y muchas serpientes nadan por los cuerpos de agua, incluidas las nauyacas. Recordando que casi piso una boa en Huntichmul, usé todo el tiempo mis viboreras, así que decidí no quitarme nada, aunque permaneciera con los pies mojados hasta regresar a Campeche, cosa que sucedió. Crucé toda el área inundada con las botas puestas y solo bastaron unos pocos pasos para que desbordara el calzado. Incluso hubo una sección lodosa donde me hundí hasta las rodillas.

Lado norte de la portada parcial
Luego de cruzar ese bajo, ya no quedaba ningún obstáculo significativo, pasé varias secciones del camino donde los troncos de árboles caídos recientemente tapaban el paso, tuve que rodear por la selva para pasar el más tupido, la humedad era tan fuerte que salí de ahí empapado, ya estaba completamente mojado de pies a cabeza. Así llegué hasta un árbol marcado junto al sendero que lleva al único edificio en pie de Payán. Se trata de una estructura con portada tipo Chenes, aunque su mascarón de monstruo de la tierra es parcial, es decir, que solamente cubría el friso sobre la entrada principal y no la fachada baja como ocurre en lugares como Chicanná y Hormiguero. En cambio, en los muros bajos hay mascarones laterales muy geométricos. Luego de unos minutos por el camino me encontré de frente con esta portada. La parte central del friso había caído, aunque el muro y el ancho dintel sostenido por una viga de madera original aún resistían, al igual que los de las habitaciones laterales, una a cada lado.

Dos veces recorrí el edificio, que tenía tres hileras de habitaciones, cada una con tres cuartos, nueve en total, tan solo en su parte central. Únicamente quedan en pie las del perímetro, la central ya desapareció. En varias secciones quedan vestigios de las bóvedas y paredes, con una de las traseras que conserva grafiti negro original. En los costados había al menos una habitación de cada lado que no se comunicaba con las centrales, con su entrada hacia el lado exterior. En el lado contrario al de la portada se podía apreciar que el edificio estaba sobre dos plataformas que tuvieron más habitaciones en niveles más bajos que el principal. Quedaba una parte de la jamba derecha de una gran entrada por aquel lado que tal vez también estuvo ricamente ornamentada, aunque ahora ya no queda nada. Me parece que pudo haber sido aún más impresionante que la del mascarón parcial porque por ese lado se encuentran en cada extremo dos torres típicas del estilo Río Bec, que tuvieron pasajes internos que ascendían a sus cimas, aunque hoy casi todo está completamente en ruinas.
Torre norte


Me tomé un tiempo para desayunar y observar esta estructura, me pareció una de las más complejas que había visto en estilo Río Bec, un poco diferente a cualquier otra que hubiera conocido antes. Disfruté bastante de tener el lugar para mí solo, más aún sabiendo que sería el último de todo el año, aunque apenas era 15 de diciembre. Regresé teniendo más de dos horas para llegar a la parada del camión, así que quise ir a otra ubicación que suponíamos que era la estructura "Quijada de burro", parte también de Payán, un gran basamento piramidal sobre una colina que le daba una altura impresionante que se podía ver desde muy lejos. El sitio en realidad era muy extenso y estuve viendo montículos junto al camino por un espacio bastante grande, caminé más de 1 km para llegar a ese punto, incluyendo el cruce del bajo, esta vez en el sentido contrario. Me metí nuevamente a la selva, aunque sin seguir ningún sendero y llegué hasta un punto que Gabriel Partida había marcado y donde Will había estado. Me quedó la duda de que ahí fuera el basamento que buscaba, es cierto que subí una colina alta y encontré un conjunto de montículos, pero la estructura principal era muy baja como para ser la más grande del sitio. Sospecho que la verdadera Quijada de burro se encuentra un par de cientos de metros más al sur, aunque para entonces no tenía ya tiempo para buscar en la selva y me dirigí al crucero donde había empezado mi caminata.

Pasaje interno
No tuve ningún problema para llegar, aún faltaban 20 minutos para las 11 y esperaba que la corrida tuviera retraso. Puse mis viboreras a secar y después yo mismo me senté con los pies estirados para que les diera el sol, mientras de las rodillas para arriba permanecía bajo la sombra de la parada donde estaba. No quise quitarme las botas porque no había tiempo suficiente para que se secaran y si pasaba el camión no tendría tiempo de calzarme de nuevo. Estuve a punto de perder mi transporte, apenas habían pasado algunos minutos después de las 11 y de pronto vi el autobús pasando frente a mí, por fortuna el conductor estaba volteando hacia mi lado y pude hacerle señas para que parara, de lo contrario tendría que esperar hasta la tarde y llegar a Campeche por la noche o madrugada. Desde ahí empezó el largo trayecto de regreso, parando de nuevo en las terminales de Xpujil, Escárcega, Champotón y Seybaplaya, además de numerosas paradas por el camino. A pesar de todo, fue una hora más rápido que el día anterior, por lo que llegué a las 5 de la tarde, antes de que anocheciera y me dio tiempo de cocinar algo en el departamento antes de descansar, la caminata solo había sido de unos 11 km, por lo que no estaba tan cansado, me había agotado más el largo trayecto en camión.

Entrada central
La siguiente semana la utilicé para dar por terminado mi trabajo en el laboratorio, guardar los materiales, que traería conmigo a la ciudad con el permiso del Consejo de Arqueología y despedirme de los administrativos de la facultad. El último viernes fui a la librería y pasé a ver a Ángeles a su trabajo para decirle adiós, me dijo dónde ir a comer mariscos, que era lo último que me faltaba durante el viaje, y valió mucho la pena. El sábado emprendí el regreso, que fue relativamente sencillo aunque en varias etapas. Primero salí con todo mi equipaje, que había crecido al doble por los materiales que iba a trasladar y por haber comprado varios libros. Durante los primeros días había comprado una mochila barata que decidí documentar solo con ropa, mientras que en la principal estaba todo lo electrónico y los materiales. Juntas pesaban más de 20 kg, por lo que caminar a la central de ADO fue muy arduo y llegué con los hombros sumamente adoloridos. A partir de ahí todo fue más sencillo, ya que la corrida de las 9:15 me llevó directamente al aeropuerto de Mérida, mi vuelo salía a las 3:40 pm y llegué ahí poco después de las 12. Pasé un buen rato sentado y luego dejé la mochila documentada. Fui a la sala de espera y el tiempo pasó rápidamente. Sin ningún retraso abordé y llegué al AIFA a las 5:30, esperé un poco para recoger mi mochila, aunque llegó con un tirante arrancado y partes rotas, ya me imaginaba que podía pasar eso por el poco cuidado que ponen al equipaje en los aviones, afortunadamente no se abrió, pero eso complicó que me moviera con mi equipaje. Me las arreglé para llegar al mexibús, había mucha gente pero no tuve tantos problemas para acomodarme como en la ida. Mi familia pasó por mí y llegué a casa de mi mamá. Al día siguiente todos nos fuimos en auto a mi casa, había terminado una estancia de 5 semanas, más 4 días extra para traslados. 


sábado, 10 de mayo de 2025

Estancia arqueológica en Campeche. Parte 16. Xpuhil

Estructura principal del Grupo XXV entre la selva
Toda la semana del 9 al 13 de diciembre estuve indeciso sobre lo que haría el último fin de semana del viaje, además de trabajar en la base de datos de los materiales que ya había terminado de catalogar. Ya días atrás había pensado en cerrar con Payán, un sitio que muchos de mis compañeros habían visitado antes y que sería sumamente fácil de alcanzar incluso yo solo, con una caminata de 10 km en total. Tenía también pendiente ir a la torre de Chanchén, aunque para ello necesitaba un guía con vehículo; tenía los datos de uno pero no fue posible que me llevara, por lo que este sitio quedó pendiente para otro viaje. Estuve en contacto con Will, que no sabía si estaría libre para hacer algún recorrido y que, al último momento, me dijo que no podría. Mi plan fue algo bastante cansado y largo, pero también muy viable de realizar en solitario, en menos de una hora quedó arreglado: Saldría a las 8 de la mañana de la terminal SUR de Campeche, para viajar por alrededor de 7 horas hasta Xpujil, donde visitaría lo que pudiera mientras durara la luz del día. Me quedaría en una cabaña y, al día siguiente, saldría a primera hora a visitar Payán para regresar a la carretera y tomar el camión de vuelta, que pasaría alrededor de las 11 am.

Panel en el grupo XXV
El horario de salida era perfecto para no tener que desvelarme y salir tranquilamente hacia la terminal, por lo que me fui en camión guardando fuerzas, que ya había gastado un poco el día anterior en que caminé al centro para visitar el Museo del Baluarte de la Soledad, que ya conocía anteriormente, y para comer queso relleno a sugerencia de Ángeles. El autobús de segunda salió puntualmente y me acomodé lo mejor que podía para el largo trayecto. Paramos muchas veces en casi todos los poblados que pasamos, pero principalmente en las terminales de Seybaplaya, Champotón y Escárcega. El último tramo por la carretera que va a Chetumal me pareció eterno. Casi a las 3 de la tarde estaba bajando en Xpujil. Ahí se encuentra un extenso sitio cuyo nombre en las fuentes se escribe como Xpuhil, y es el que más veces he visitado, incluso más que los de la Ciudad de México. Este poblado ha sido punto de paso en mis viajes en muchas ocasiones y casi siempre visito al menos uno de sus múltiples conjuntos arquitectónicos.

Cámara lateral abierta por saqueadores
Sabía que a las 5 ya estaría comenzando a oscurecer, por lo que solo tendría tiempo de visitar un solo grupo, ya tenía decidido con anticipación el que sería: el número XXV, reportado recientemente por Phillip Nondédéo, el cual no conocía. Me dirigí al sur desde la terminal y crucé todo el pueblo para llegar a su borde, ahí aún hay cerros cubiertos de selva. El camino estaba sumamente lodoso y resbaloso, por lo que tuve que tener mucho cuidado para no caerme. Me interné hacia lo alto de un cerro, entrando a la vegetación sin sendero, aunque no tuve ningún problema en encontrar montículos y restos de paredes, se trataba de un edificio muy destruido pero que aún mostraba parte de una bóveda. En uno de sus costados estaba la estructura principal, la razón por la que había ido hasta ahí. Es un edificio con dos habitaciones, una detrás de otra. Los costados de los cuartos aún muestran partes de las bóvedas, aunque el centro ya colapsó en ambos casos. En uno de los extremos hay un hueco hecho por saqueadores que deja ver una pequeña cámara lateral. La fachada tiene paneles como nichos rectangulares que tenían piedras salientes en su parte alta, probablemente para sostener esculturas. Es una construcción elegante y refinada, aunque es difícil de apreciar en su totalidad entre toda la vegetación.

Estructura saqueada
En una pequeña plataforma en un punto más bajo me encontré con un muro megalítico y una plataforma saqueada. Ahí me puse a reflexionar sobre el saqueo, un tema que durante el año había estado en boga, como siempre, ya que es una actividad que nunca se acaba. Esta vez por comentarios de algunos compañeros durante viajes anteriores, que me disgustó escuchar: afirmaron que había múltiples descubrimientos arqueológicos que habían sido realizados gracias al saqueo; según ellos, aunque sea una actividad negativa, tiene la ventaja de que permite saber de la existencia de tumbas y objetos que de otra manera no se conocerían. Pero esto no es más que estractivismo y una mentalidad digna del siglo XIX, en la que la única razón para explorar sitios arqueológicos era tomar fotografías, competir con otros exploradores y buscar objetos que no servían para otra cosa que ornamentar casas ricas y museos. Eso no es arqueología y es una visión muy limitada. Hay mucho más en estos lugares que solo objetos bonitos y edificios suntuosos, su estudio cuidadoso permite reconstruir en parte la vida de los habitantes de los tiempos en que los sitios estuvieron poblados, e incluso de antes y después de ello. Lo que en verdad importa recuperar no son los objetos en sí, sino la información que guardan, la cual es mucho más valiosa que lo que pueda pagar un coleccionista. El saqueo destruye esa información y jamás se podrá recuperar, por lo que es un crimen cultural y contra la humanidad misma. Bien sé que la pobreza es la que impulsa a los locales a buscar "tesoros" que puedan vender, son los coleccionistas los culpables de que esto ocurra. Nunca podría afirmar que el saqueo tiene algo de positivo, no hay nada de bueno en algo que ha sido destruido para siempre y que ha perdido casi toda la información que pudo contener.

Bóvedas en la ladera
Por otro lado, hay quienes afirman que no se debe difundir la existencia de sitios arqueológicos no abiertos al público porque se alienta al saqueo. Debido a todo lo anterior que he dicho, comprendo muy bien por qué esto es algo que muchos especialistas defienden. En realidad, a mí nunca nadie de ellos me lo ha dicho directamente, pero tampoco estoy de acuerdo en llegar a ese extremo. El trabajo arqueológico debe difundirse, porque no es algo que pertenezca a los arqueólogos, toda la ciencia es patrimonio de la humanidad, y quien se apropia para si mismo de los resultados de un proyecto arqueológico es tan criminal como los saqueadores, porque está saqueando el conocimiento. Es algo distinto con sitios no trabajados, aún así no se puede proteger algo que no se conoce, el público en general jamás se va a interesar por cuidar un montón de yacimientos que no sabe siquiera que existen, los arqueólogos somos demasiado pocos como para ocuparnos del cuidado de tantos sitios. Por otro lado, y aunque sea doloroso admitirlo como parte de un gremio, los saqueadores nos llevan muchísima ventaja. He recorrido más de 600 sitios arqueológicos monumentales y otros tantos mucho más discretos, y prácticamente nunca he visto uno que no tenga algún rastro de saqueo. Aunque no sean difundidos, aunque se encuentren en medio de la nada, ya todos los sitios están saqueados. Pretender que ocultarlos los va a proteger es algo sumamente ingenuo. A pesar de que creo firmemente en todo esto, me veo obligado a nunca revelar las ubicaciones de sitios que no están habilitados para su visita; pretendo que se sepa que existen, pero no puedo dar esa información a cualquiera, estaría poniendo en bandeja de plata los sitios a personas que no conozco. Cada que alguien me pregunta por esos datos en mis videos y redes nunca les contesto y espero que me disculpen por ello.

Terminé mi recorrido bajando por la ladera norte del cerro, ahí vi algo sumamente raro: había chultunes y cámaras abovedadas que parecían comunicarse entre ellos. Todo ese lado estaba lleno de huecos, muchos de ellos estucados. Sería imposible decir para qué servían o por qué estaban distribuidos de esa manera sin una excavación cuidadosa. Por lo pronto es un enigma y algo que nunca había visto en otro sitio. Espero que el saqueo no lo destruya. Finalmente fui a comer, aunque ahora Xpujil es un pueblo donde todo está muy caro, ignoro si es culpa del tren maya o de los turistas que vienen de la costa, pero el lugar ha crecido desordenadamente, hay lugares como las cabañas en las que me quedé que, a pesar de que son muy simples y están llenas de moquitos, ahora cobran en dólares. Es sorprendente como la gentrificación está avanzando a pasos agigantados, otro problema que particularmente me molesta bastante.

sábado, 3 de mayo de 2025

Estancia arqueológica en Campeche. Parte 15. Labná, Yucatán

Palacio de Labná
Aunque ya tenía algo de cansancio acumulado, el trayecto de terracería entre Huntichmul y Labná fue suficiente para reponerme un poco. Sugerí visitar este último porque la única vez que lo había recorrido, en 2012, había olvidado grabar vídeo y mis fotografías no eran muy buenas. Estuve bastante apresurado y había mucha gente. Esta vez teníamos un poco más de una hora antes de que cerrara y esperábamos que quedara poco aforo. Por otro lado, Leonardo no conocía el sitio. Llegamos poco antes de las 4 de la tarde, nos encontramos con una improvisada caseta de custodia, toda la entrada estaba en obra. Nos registramos y pasamos de inmediato, llegando a la gran explanada del sitio.

Lo primero que se puede visitar es el gran palacio. A pesar de que Labná es un sitio relativamente menor, cuenta con esta estructura con dos pisos, además de numerosos cuartos. Algunos de ellos son más antiguos, como un ala saliente perpendicular al resto, que tiene fachada con moldura rota en estilo Puuc Temprano, mientras que el resto de construcciones son de Puuc Clásico de mosaico, más tardío.

Palacio de las columnas
Estuvimos fotografiando detalles arquitectónicos, que incluyen decoraciones de grecas, grandes mascarones con glifos, dobles "T", columnillas y otros diseños. Desde ahí parte un sacbé que llega al grupo más al sur, aunque a la mitad del camino hay un sendero al este que lleva al palacio de las columnas, un sobrio y elegante edificio en forma de "L", con fachada lisa, friso y molduras con columnillas. 

De vuelta al sacbé, llegamos hasta un par de salientes sobre una plataforma. Estos cuadrados no tienen una restauración adecuada pero, según datos que Tomás Gallareta le dijo a Will, se trataba de un par de torres emblema (como las de Nocuchich), por lo que no solamente hay edificios de este tipo en los Chenes, sino también en la huasteca (la torre de la Rosa) y en el Puuc. Todos son territorios donde se hablaban lenguas mayenses, lo que actualmente conocemos zona maya comprende una multitud de pueblos con idiomas emparentados entre sí y que forman una familia lingüística. No hay un solo rasgo que defina a "los mayas", ni su vestimenta, ni su arquitectura prehispánica, ni su escritura antigua, ni su patrón de asentamiento, ni una autoadscripción de sus poblaciones actuales. Todos esos elementos tienen variantes regionales, están ausentes de algunas áreas o son construcciones modernas; la excepción es su código de comunicación, todos hablan una lengua de la familia mayense, por tanto los Tenek o Huastecos son mayas. Esto es algo incontrovertible, o los mayas son mayas por su habla o lo maya no existe, pues es una denominación impuesta. El único grupo humano que se llama a sí mismo maya desde épocas antiguas es el yucateco, los demás tienen sus propias formas de llamarse a sí mismos.

Arco de Labná y El Mirador en la parte trasera
A un costado de estas construcciones extrañas se encuentra el edificio principal de Labná, "El Mirador", un basamento que tenía un templo con tres entradas y una gran crestería calada en su muro frontal, ahí tuvo una serie de esculturas que reposaban sobre piedras salientes, aunque solo queda en pie una de las puertas y una de estas estatuas de un personaje roto en el torso. Tanto a Will como a mí nos llama la atención que los dibujos reconstructivos de esta estructura la muestran siempre con una enorme escalinata y cuerpos lisos pero, al verla de frente, claramente se ve un recinto a mitad del basamento que pudo tener un gemelo del otro lado del acceso. La única posibilidad de que el edificio se viera como en los dibujos es que estos cuartos bajos fueran parte de una subestructura que quedó al descubierto al derrumbarse la pared externa del basamento, pero la cantidad de escombro no parece ser suficiente, a menos de que se haya retirado en parte al poner el sitio en valor para su visita. Frente al edificio se encuentra una plataforma circular con un altar grabado.

Palacio desde el Sacbé
Un poco al oeste se encuentra el rasgo más icónico de Labná y uno de los edificios más conocidos del área maya: un arco que da entrada a un conjunto palaciego con bellas decoraciones en estilo Puuc de Mosaico. La entrada está bellamente ornamentada con representaciones de grecas, chanchimez chozas, mascarones, dobles "T" y cresterías caladas. Por fin pude fotografiar esta estructura sin gente, algo que no había podido hacer en 2012. El recorrido culmina ahí, aunque hay dos estructuras sobre un pequeño cerro que se conocen como "Las Gemelas", que están más al sur y que no se encuentran abiertas al público. Regresamos a la entrada con una bella vista del palacio ya durante la llamada "hora dorada", cuando la luz se empieza a ver amarillenta antes del atardecer, y emprendimos el regreso a Mérida.

Al igual que la semana anterior, me dejaron en la terminal de autobuses con un poco más de media hora de holgura para tomar el transporte a Campeche, el cual se retrasó más de 10 minutos. Me despedí de Leonardo, que al día siguiente volvería a la Ciudad de México. Esperaba que al siguiente fin de semana el recorrido fuera nuevamente con los Williams, pero ese día fue el último en que los vi durante este viaje. Regresé a Campeche casi a las 10 pm, esta vez no tenía tanta hambre como otras veces, así que me contenté con cenar una marquesita en un puesto que aún estaba abierto en las ya desiertas calles.