Blog de viajes por los antiguos focos civilizatorios de América Latina: Zonas arqueológicas y bellezas naturales
sábado, 17 de mayo de 2025
Estancia arqueológica en Campeche. Parte 17 y final: Payán
Camino inundado
Por la mañana, antes de las 6 tomé mi mochila, donde únicamente traía una muda de ropa, mi cámara, agua y algunos bocadillos, y me dirigí a la carretera que cruza Xpujil. Esperaba encontrar transporte, pero a esa hora no había ningún taxi aunque fui a buscar en dos bases que conozco. Tampoco había ninguna corrida de autobús que pasara, así que solo me quedó pararme en una de las bases de taxi hasta que apareció uno. Le pedí que me llevara al crucero de 20 de Noviembre y, como todo ahora, me cobró bastante caro; sin embargo, ya era mi último recorrido en el viaje, así que no me quedó más que pagar. Apenas unos minutos después y luego de un viaje de 9 km nada más, estaba en el puesto militar que se encuentra en el crucero. Me preguntaron si era turista y qué hacía, a lo que respondí que quería visitar una ruina cercana, no pareció interesarle mucho a los militares, así que comencé con mi camino. Llegué antes de las 6:15 a una brecha que lleva a Payán casi directamente, para pasar con vehículo se necesita una llave para abrir una puerta, a pie simplemente pasé a un lado. Lo primero con lo que me encontré fue una cabaña parcialmente derrumbada, tenía aún dentro cosas usadas por los apicultores, los únicos, además de los chicleros, que parecen ocupar estos caminos.
Brecha hacia Payán
Payán es un sitio que varios de mis compañeros ya han recorrido, Eduardo había ido casi una década atrás y, como es su costumbre, estaba acompañado de guías, por lo que nunca se fijó por dónde había pasado, así que casi ninguno de los demás teníamos idea de por donde se debía entrar para llegar. Años más tarde, Gabriel Partida encontró un guía que lo llevó al sitio en 2023, aunque él si guardó la ubicación, la cual utilizaron los Williams en compañía de los Juanes, que también consiguieron la llave para entrar en la camioneta poco después. Por último, Gustavo había llegado caminando con su familia durante este mismo año. Cuando William me contó que había estado ahí, yo estaba en la ENAH trabajando con mi compañera Romina Payán, por lo que le conté de la existencia de un yacimiento nombrado igual que su apellido; esto es porque se ubica en terrenos de un rancho llamado así a inicios del siglo XX. Cuando supe como llegaron, pensé de inmediato que podría llegar por mi cuenta fácilmente y, aunque en esta ocasión pude haber llamado a amigos en Chetumal, quise hacer mi último recorrido solo.
Estructura de Payán
Al poco tiempo de caminar, en un tramo muy lodoso comencé a ver una serie de huellas de gran tamaño con un ancho dedo central y dos laterales separados hacia los lados, sin duda eran de tapir o danta. Por la hora tenía la esperanza de ver algún animal grande de la selva, incluso felino, y el rastro estaba muy fresco. Sin embargo solo pude ver aves, tal vez un faisán, escuché un carpintero a lo lejos y un saraguato aullando, y nada más. A pesar de eso, hubo un buen tramo en el que, de pronto, todo quedó en silencio, no se escuchaban ni siquiera los insectos. Las aves pasaban aún entre las ramas de los árboles, pero sin emitir sonido alguno; sé bien que cuando esto ocurre puede ser señal de la presencia de un depredador, comencé a caminar de la forma más silenciosa que pude y a voltear hacia atrás a cada momento con la esperanza de ver un jaguar, algo que siempre se me ha negado. Pensaba que para muchas personas esa situación podía ser terrorífica y parecer peligrosa, pero no para mí, nunca he escuchado un reporte de ataque de jaguar, excepto si se acorrala a una madre con sus crías, eso era muy poco probable, por lo que siempre he deseado un encuentro con tan majestuoso animal. Algo un poco diferente sería toparme con un puma, aunque sabía como comportarme en caso de que alguno de esos felinos me encarara. Cualquier ser más pequeño no sería una amenaza. Los únicos realmente peligrosos cuyo encuentro prefiero evitar son los cerdos salvajes, sumamente agresivos, y las serpientes venenosas.
Fachada con mascarón parcial
Hubo otro trecho en silencio, pero sin poder ver nada. Caminé por elevaciones y valles, hasta que me encontré con el gran bajo del sitio, el cual pude crecer hasta cubrir la brecha por completo y por un espacio cercano al centenar de metros. Will me había advertido de esto y, aunque no era suficiente para evitar mi paso, había pensado incluso caminar en chanclas para no mojarme las botas, las cuales son impermeables, pero si el nivel del líquido sobrepasa el tobillo, se mete por arriba y no se seca porque el tejido no deja entrar ni salir el agua; Es riesgoso traer los pies descubiertos porque en la región suele haber cocodrilos de todas las tallas y muchas serpientes nadan por los cuerpos de agua, incluidas las nauyacas. Recordando que casi piso una boa en Huntichmul, usé todo el tiempo mis viboreras, así que decidí no quitarme nada, aunque permaneciera con los pies mojados hasta regresar a Campeche, cosa que sucedió. Crucé toda el área inundada con las botas puestas y solo bastaron unos pocos pasos para que desbordara el calzado. Incluso hubo una sección lodosa donde me hundí hasta las rodillas.
Lado norte de la portada parcial
Luego de cruzar ese bajo, ya no quedaba ningún obstáculo significativo, pasé varias secciones del camino donde los troncos de árboles caídos recientemente tapaban el paso, tuve que rodear por la selva para pasar el más tupido, la humedad era tan fuerte que salí de ahí empapado, ya estaba completamente mojado de pies a cabeza. Así llegué hasta un árbol marcado junto al sendero que lleva al único edificio en pie de Payán. Se trata de una estructura con portada tipo Chenes, aunque su mascarón de monstruo de la tierra es parcial, es decir, que solamente cubría el friso sobre la entrada principal y no la fachada baja como ocurre en lugares como Chicanná y Hormiguero. En cambio, en los muros bajos hay mascarones laterales muy geométricos. Luego de unos minutos por el camino me encontré de frente con esta portada. La parte central del friso había caído, aunque el muro y el ancho dintel sostenido por una viga de madera original aún resistían, al igual que los de las habitaciones laterales, una a cada lado.
Dos veces recorrí el edificio, que tenía tres hileras de habitaciones, cada una con tres cuartos, nueve en total, tan solo en su parte central. Únicamente quedan en pie las del perímetro, la central ya desapareció. En varias secciones quedan vestigios de las bóvedas y paredes, con una de las traseras que conserva grafiti negro original. En los costados había al menos una habitación de cada lado que no se comunicaba con las centrales, con su entrada hacia el lado exterior. En el lado contrario al de la portada se podía apreciar que el edificio estaba sobre dos plataformas que tuvieron más habitaciones en niveles más bajos que el principal. Quedaba una parte de la jamba derecha de una gran entrada por aquel lado que tal vez también estuvo ricamente ornamentada, aunque ahora ya no queda nada. Me parece que pudo haber sido aún más impresionante que la del mascarón parcial porque por ese lado se encuentran en cada extremo dos torres típicas del estilo Río Bec, que tuvieron pasajes internos que ascendían a sus cimas, aunque hoy casi todo está completamente en ruinas.
Torre norte
Me tomé un tiempo para desayunar y observar esta estructura, me pareció una de las más complejas que había visto en estilo Río Bec, un poco diferente a cualquier otra que hubiera conocido antes. Disfruté bastante de tener el lugar para mí solo, más aún sabiendo que sería el último de todo el año, aunque apenas era 15 de diciembre. Regresé teniendo más de dos horas para llegar a la parada del camión, así que quise ir a otra ubicación que suponíamos que era la estructura "Quijada de burro", parte también de Payán, un gran basamento piramidal sobre una colina que le daba una altura impresionante que se podía ver desde muy lejos. El sitio en realidad era muy extenso y estuve viendo montículos junto al camino por un espacio bastante grande, caminé más de 1 km para llegar a ese punto, incluyendo el cruce del bajo, esta vez en el sentido contrario. Me metí nuevamente a la selva, aunque sin seguir ningún sendero y llegué hasta un punto que Gabriel Partida había marcado y donde Will había estado. Me quedó la duda de que ahí fuera el basamento que buscaba, es cierto que subí una colina alta y encontré un conjunto de montículos, pero la estructura principal era muy baja como para ser la más grande del sitio. Sospecho que la verdadera Quijada de burro se encuentra un par de cientos de metros más al sur, aunque para entonces no tenía ya tiempo para buscar en la selva y me dirigí al crucero donde había empezado mi caminata.
Pasaje interno
No tuve ningún problema para llegar, aún faltaban 20 minutos para las 11 y esperaba que la corrida tuviera retraso. Puse mis viboreras a secar y después yo mismo me senté con los pies estirados para que les diera el sol, mientras de las rodillas para arriba permanecía bajo la sombra de la parada donde estaba. No quise quitarme las botas porque no había tiempo suficiente para que se secaran y si pasaba el camión no tendría tiempo de calzarme de nuevo. Estuve a punto de perder mi transporte, apenas habían pasado algunos minutos después de las 11 y de pronto vi el autobús pasando frente a mí, por fortuna el conductor estaba volteando hacia mi lado y pude hacerle señas para que parara, de lo contrario tendría que esperar hasta la tarde y llegar a Campeche por la noche o madrugada. Desde ahí empezó el largo trayecto de regreso, parando de nuevo en las terminales de Xpujil, Escárcega, Champotón y Seybaplaya, además de numerosas paradas por el camino. A pesar de todo, fue una hora más rápido que el día anterior, por lo que llegué a las 5 de la tarde, antes de que anocheciera y me dio tiempo de cocinar algo en el departamento antes de descansar, la caminata solo había sido de unos 11 km, por lo que no estaba tan cansado, me había agotado más el largo trayecto en camión.
Entrada central
La siguiente semana la utilicé para dar por terminado mi trabajo en el laboratorio, guardar los materiales, que traería conmigo a la ciudad con el permiso del Consejo de Arqueología y despedirme de los administrativos de la facultad. El último viernes fui a la librería y pasé a ver a Ángeles a su trabajo para decirle adiós, me dijo dónde ir a comer mariscos, que era lo último que me faltaba durante el viaje, y valió mucho la pena. El sábado emprendí el regreso, que fue relativamente sencillo aunque en varias etapas. Primero salí con todo mi equipaje, que había crecido al doble por los materiales que iba a trasladar y por haber comprado varios libros. Durante los primeros días había comprado una mochila barata que decidí documentar solo con ropa, mientras que en la principal estaba todo lo electrónico y los materiales. Juntas pesaban más de 20 kg, por lo que caminar a la central de ADO fue muy arduo y llegué con los hombros sumamente adoloridos. A partir de ahí todo fue más sencillo, ya que la corrida de las 9:15 me llevó directamente al aeropuerto de Mérida, mi vuelo salía a las 3:40 pm y llegué ahí poco después de las 12. Pasé un buen rato sentado y luego dejé la mochila documentada. Fui a la sala de espera y el tiempo pasó rápidamente. Sin ningún retraso abordé y llegué al AIFA a las 5:30, esperé un poco para recoger mi mochila, aunque llegó con un tirante arrancado y partes rotas, ya me imaginaba que podía pasar eso por el poco cuidado que ponen al equipaje en los aviones, afortunadamente no se abrió, pero eso complicó que me moviera con mi equipaje. Me las arreglé para llegar al mexibús, había mucha gente pero no tuve tantos problemas para acomodarme como en la ida. Mi familia pasó por mí y llegué a casa de mi mamá. Al día siguiente todos nos fuimos en auto a mi casa, había terminado una estancia de 5 semanas, más 4 días extra para traslados.
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