Por la mañana, antes de las 6 tomé mi mochila, donde únicamente traía una muda de ropa, mi cámara, agua y algunos bocadillos, y me dirigí a la carretera que cruza Xpujil. Esperaba encontrar transporte, pero a esa hora no había ningún taxi aunque fui a buscar en dos bases que conozco. Tampoco había ninguna corrida de autobús que pasara, así que solo me quedó pararme en una de las bases de taxi hasta que apareció uno. Le pedí que me llevara al crucero de 20 de Noviembre y, como todo ahora, me cobró bastante caro; sin embargo, ya era mi último recorrido en el viaje, así que no me quedó más que pagar. Apenas unos minutos después y luego de un viaje de 9 km nada más, estaba en el puesto militar que se encuentra en el crucero. Me preguntaron si era turista y qué hacía, a lo que respondí que quería visitar una ruina cercana, no pareció interesarle mucho a los militares, así que comencé con mi camino. Llegué antes de las 6:15 a una brecha que lleva a Payán casi directamente, para pasar con vehículo se necesita una llave para abrir una puerta, a pie simplemente pasé a un lado. Lo primero con lo que me encontré fue una cabaña parcialmente derrumbada, tenía aún dentro cosas usadas por los apicultores, los únicos, además de los chicleros, que parecen ocupar estos caminos.
Brecha hacia Payán
Payán es un sitio que varios de mis compañeros ya han recorrido, Eduardo había ido casi una década atrás y, como es su costumbre, estaba acompañado de guías, por lo que nunca se fijó por dónde había pasado, así que casi ninguno de los demás teníamos idea de por donde se debía entrar para llegar. Años más tarde, Gabriel Partida encontró un guía que lo llevó al sitio en 2023, aunque él si guardó la ubicación, la cual utilizaron los Williams en compañía de los Juanes, que también consiguieron la llave para entrar en la camioneta poco después. Por último, Gustavo había llegado caminando con su familia durante este mismo año. Cuando William me contó que había estado ahí, yo estaba en la ENAH trabajando con mi compañera Romina Payán, por lo que le conté de la existencia de un yacimiento nombrado igual que su apellido; esto es porque se ubica en terrenos de un rancho llamado así a inicios del siglo XX. Cuando supe como llegaron, pensé de inmediato que podría llegar por mi cuenta fácilmente y, aunque en esta ocasión pude haber llamado a amigos en Chetumal, quise hacer mi último recorrido solo.
Estructura de Payán
Al poco tiempo de caminar, en un tramo muy lodoso comencé a ver una serie de huellas de gran tamaño con un ancho dedo central y dos laterales separados hacia los lados, sin duda eran de tapir o danta. Por la hora tenía la esperanza de ver algún animal grande de la selva, incluso felino, y el rastro estaba muy fresco. Sin embargo solo pude ver aves, tal vez un faisán, escuché un carpintero a lo lejos y un saraguato aullando, y nada más. A pesar de eso, hubo un buen tramo en el que, de pronto, todo quedó en silencio, no se escuchaban ni siquiera los insectos. Las aves pasaban aún entre las ramas de los árboles, pero sin emitir sonido alguno; sé bien que cuando esto ocurre puede ser señal de la presencia de un depredador, comencé a caminar de la forma más silenciosa que pude y a voltear hacia atrás a cada momento con la esperanza de ver un jaguar, algo que siempre se me ha negado. Pensaba que para muchas personas esa situación podía ser terrorífica y parecer peligrosa, pero no para mí, nunca he escuchado un reporte de ataque de jaguar, excepto si se acorrala a una madre con sus crías, eso era muy poco probable, por lo que siempre he deseado un encuentro con tan majestuoso animal. Algo un poco diferente sería toparme con un puma, aunque sabía como comportarme en caso de que alguno de esos felinos me encarara. Cualquier ser más pequeño no sería una amenaza. Los únicos realmente peligrosos cuyo encuentro prefiero evitar son los cerdos salvajes, sumamente agresivos, y las serpientes venenosas.
Fachada con mascarón parcial
Hubo otro trecho en silencio, pero sin poder ver nada. Caminé por elevaciones y valles, hasta que me encontré con el gran bajo del sitio, el cual pude crecer hasta cubrir la brecha por completo y por un espacio cercano al centenar de metros. Will me había advertido de esto y, aunque no era suficiente para evitar mi paso, había pensado incluso caminar en chanclas para no mojarme las botas, las cuales son impermeables, pero si el nivel del líquido sobrepasa el tobillo, se mete por arriba y no se seca porque el tejido no deja entrar ni salir el agua; Es riesgoso traer los pies descubiertos porque en la región suele haber cocodrilos de todas las tallas y muchas serpientes nadan por los cuerpos de agua, incluidas las nauyacas. Recordando que casi piso una boa en Huntichmul, usé todo el tiempo mis viboreras, así que decidí no quitarme nada, aunque permaneciera con los pies mojados hasta regresar a Campeche, cosa que sucedió. Crucé toda el área inundada con las botas puestas y solo bastaron unos pocos pasos para que desbordara el calzado. Incluso hubo una sección lodosa donde me hundí hasta las rodillas.
Lado norte de la portada parcial
Luego de cruzar ese bajo, ya no quedaba ningún obstáculo significativo, pasé varias secciones del camino donde los troncos de árboles caídos recientemente tapaban el paso, tuve que rodear por la selva para pasar el más tupido, la humedad era tan fuerte que salí de ahí empapado, ya estaba completamente mojado de pies a cabeza. Así llegué hasta un árbol marcado junto al sendero que lleva al único edificio en pie de Payán. Se trata de una estructura con portada tipo Chenes, aunque su mascarón de monstruo de la tierra es parcial, es decir, que solamente cubría el friso sobre la entrada principal y no la fachada baja como ocurre en lugares como Chicanná y Hormiguero. En cambio, en los muros bajos hay mascarones laterales muy geométricos. Luego de unos minutos por el camino me encontré de frente con esta portada. La parte central del friso había caído, aunque el muro y el ancho dintel sostenido por una viga de madera original aún resistían, al igual que los de las habitaciones laterales, una a cada lado.
Dos veces recorrí el edificio, que tenía tres hileras de habitaciones, cada una con tres cuartos, nueve en total, tan solo en su parte central. Únicamente quedan en pie las del perímetro, la central ya desapareció. En varias secciones quedan vestigios de las bóvedas y paredes, con una de las traseras que conserva grafiti negro original. En los costados había al menos una habitación de cada lado que no se comunicaba con las centrales, con su entrada hacia el lado exterior. En el lado contrario al de la portada se podía apreciar que el edificio estaba sobre dos plataformas que tuvieron más habitaciones en niveles más bajos que el principal. Quedaba una parte de la jamba derecha de una gran entrada por aquel lado que tal vez también estuvo ricamente ornamentada, aunque ahora ya no queda nada. Me parece que pudo haber sido aún más impresionante que la del mascarón parcial porque por ese lado se encuentran en cada extremo dos torres típicas del estilo Río Bec, que tuvieron pasajes internos que ascendían a sus cimas, aunque hoy casi todo está completamente en ruinas.
Torre norte
Me tomé un tiempo para desayunar y observar esta estructura, me pareció una de las más complejas que había visto en estilo Río Bec, un poco diferente a cualquier otra que hubiera conocido antes. Disfruté bastante de tener el lugar para mí solo, más aún sabiendo que sería el último de todo el año, aunque apenas era 15 de diciembre. Regresé teniendo más de dos horas para llegar a la parada del camión, así que quise ir a otra ubicación que suponíamos que era la estructura "Quijada de burro", parte también de Payán, un gran basamento piramidal sobre una colina que le daba una altura impresionante que se podía ver desde muy lejos. El sitio en realidad era muy extenso y estuve viendo montículos junto al camino por un espacio bastante grande, caminé más de 1 km para llegar a ese punto, incluyendo el cruce del bajo, esta vez en el sentido contrario. Me metí nuevamente a la selva, aunque sin seguir ningún sendero y llegué hasta un punto que Gabriel Partida había marcado y donde Will había estado. Me quedó la duda de que ahí fuera el basamento que buscaba, es cierto que subí una colina alta y encontré un conjunto de montículos, pero la estructura principal era muy baja como para ser la más grande del sitio. Sospecho que la verdadera Quijada de burro se encuentra un par de cientos de metros más al sur, aunque para entonces no tenía ya tiempo para buscar en la selva y me dirigí al crucero donde había empezado mi caminata.
Pasaje interno
No tuve ningún problema para llegar, aún faltaban 20 minutos para las 11 y esperaba que la corrida tuviera retraso. Puse mis viboreras a secar y después yo mismo me senté con los pies estirados para que les diera el sol, mientras de las rodillas para arriba permanecía bajo la sombra de la parada donde estaba. No quise quitarme las botas porque no había tiempo suficiente para que se secaran y si pasaba el camión no tendría tiempo de calzarme de nuevo. Estuve a punto de perder mi transporte, apenas habían pasado algunos minutos después de las 11 y de pronto vi el autobús pasando frente a mí, por fortuna el conductor estaba volteando hacia mi lado y pude hacerle señas para que parara, de lo contrario tendría que esperar hasta la tarde y llegar a Campeche por la noche o madrugada. Desde ahí empezó el largo trayecto de regreso, parando de nuevo en las terminales de Xpujil, Escárcega, Champotón y Seybaplaya, además de numerosas paradas por el camino. A pesar de todo, fue una hora más rápido que el día anterior, por lo que llegué a las 5 de la tarde, antes de que anocheciera y me dio tiempo de cocinar algo en el departamento antes de descansar, la caminata solo había sido de unos 11 km, por lo que no estaba tan cansado, me había agotado más el largo trayecto en camión.
Entrada central
La siguiente semana la utilicé para dar por terminado mi trabajo en el laboratorio, guardar los materiales, que traería conmigo a la ciudad con el permiso del Consejo de Arqueología y despedirme de los administrativos de la facultad. El último viernes fui a la librería y pasé a ver a Ángeles a su trabajo para decirle adiós, me dijo dónde ir a comer mariscos, que era lo último que me faltaba durante el viaje, y valió mucho la pena. El sábado emprendí el regreso, que fue relativamente sencillo aunque en varias etapas. Primero salí con todo mi equipaje, que había crecido al doble por los materiales que iba a trasladar y por haber comprado varios libros. Durante los primeros días había comprado una mochila barata que decidí documentar solo con ropa, mientras que en la principal estaba todo lo electrónico y los materiales. Juntas pesaban más de 20 kg, por lo que caminar a la central de ADO fue muy arduo y llegué con los hombros sumamente adoloridos. A partir de ahí todo fue más sencillo, ya que la corrida de las 9:15 me llevó directamente al aeropuerto de Mérida, mi vuelo salía a las 3:40 pm y llegué ahí poco después de las 12. Pasé un buen rato sentado y luego dejé la mochila documentada. Fui a la sala de espera y el tiempo pasó rápidamente. Sin ningún retraso abordé y llegué al AIFA a las 5:30, esperé un poco para recoger mi mochila, aunque llegó con un tirante arrancado y partes rotas, ya me imaginaba que podía pasar eso por el poco cuidado que ponen al equipaje en los aviones, afortunadamente no se abrió, pero eso complicó que me moviera con mi equipaje. Me las arreglé para llegar al mexibús, había mucha gente pero no tuve tantos problemas para acomodarme como en la ida. Mi familia pasó por mí y llegué a casa de mi mamá. Al día siguiente todos nos fuimos en auto a mi casa, había terminado una estancia de 5 semanas, más 4 días extra para traslados.
Toda la semana del 9 al 13 de diciembre estuve indeciso sobre lo que haría el último fin de semana del viaje, además de trabajar en la base de datos de los materiales que ya había terminado de catalogar. Ya días atrás había pensado en cerrar con Payán, un sitio que muchos de mis compañeros habían visitado antes y que sería sumamente fácil de alcanzar incluso yo solo, con una caminata de 10 km en total. Tenía también pendiente ir a la torre de Chanchén, aunque para ello necesitaba un guía con vehículo; tenía los datos de uno pero no fue posible que me llevara, por lo que este sitio quedó pendiente para otro viaje. Estuve en contacto con Will, que no sabía si estaría libre para hacer algún recorrido y que, al último momento, me dijo que no podría. Mi plan fue algo bastante cansado y largo, pero también muy viable de realizar en solitario, en menos de una hora quedó arreglado: Saldría a las 8 de la mañana de la terminal SUR de Campeche, para viajar por alrededor de 7 horas hasta Xpujil, donde visitaría lo que pudiera mientras durara la luz del día. Me quedaría en una cabaña y, al día siguiente, saldría a primera hora a visitar Payán para regresar a la carretera y tomar el camión de vuelta, que pasaría alrededor de las 11 am.
Panel en el grupo XXV
El horario de salida era perfecto para no tener que desvelarme y salir tranquilamente hacia la terminal, por lo que me fui en camión guardando fuerzas, que ya había gastado un poco el día anterior en que caminé al centro para visitar el Museo del Baluarte de la Soledad, que ya conocía anteriormente, y para comer queso relleno a sugerencia de Ángeles. El autobús de segunda salió puntualmente y me acomodé lo mejor que podía para el largo trayecto. Paramos muchas veces en casi todos los poblados que pasamos, pero principalmente en las terminales de Seybaplaya, Champotón y Escárcega. El último tramo por la carretera que va a Chetumal me pareció eterno. Casi a las 3 de la tarde estaba bajando en Xpujil. Ahí se encuentra un extenso sitio cuyo nombre en las fuentes se escribe como Xpuhil, y es el que más veces he visitado, incluso más que los de la Ciudad de México. Este poblado ha sido punto de paso en mis viajes en muchas ocasiones y casi siempre visito al menos uno de sus múltiples conjuntos arquitectónicos.
Cámara lateral abierta por saqueadores
Sabía que a las 5 ya estaría comenzando a oscurecer, por lo que solo tendría tiempo de visitar un solo grupo, ya tenía decidido con anticipación el que sería: el número XXV, reportado recientemente por Phillip Nondédéo, el cual no conocía. Me dirigí al sur desde la terminal y crucé todo el pueblo para llegar a su borde, ahí aún hay cerros cubiertos de selva. El camino estaba sumamente lodoso y resbaloso, por lo que tuve que tener mucho cuidado para no caerme. Me interné hacia lo alto de un cerro, entrando a la vegetación sin sendero, aunque no tuve ningún problema en encontrar montículos y restos de paredes, se trataba de un edificio muy destruido pero que aún mostraba parte de una bóveda. En uno de sus costados estaba la estructura principal, la razón por la que había ido hasta ahí. Es un edificio con dos habitaciones, una detrás de otra. Los costados de los cuartos aún muestran partes de las bóvedas, aunque el centro ya colapsó en ambos casos. En uno de los extremos hay un hueco hecho por saqueadores que deja ver una pequeña cámara lateral. La fachada tiene paneles como nichos rectangulares que tenían piedras salientes en su parte alta, probablemente para sostener esculturas. Es una construcción elegante y refinada, aunque es difícil de apreciar en su totalidad entre toda la vegetación.
Estructura saqueada
En una pequeña plataforma en un punto más bajo me encontré con un muro megalítico y una plataforma saqueada. Ahí me puse a reflexionar sobre el saqueo, un tema que durante el año había estado en boga, como siempre, ya que es una actividad que nunca se acaba. Esta vez por comentarios de algunos compañeros durante viajes anteriores, que me disgustó escuchar: afirmaron que había múltiples descubrimientos arqueológicos que habían sido realizados gracias al saqueo; según ellos, aunque sea una actividad negativa, tiene la ventaja de que permite saber de la existencia de tumbas y objetos que de otra manera no se conocerían. Pero esto no es más que estractivismo y una mentalidad digna del siglo XIX, en la que la única razón para explorar sitios arqueológicos era tomar fotografías, competir con otros exploradores y buscar objetos que no servían para otra cosa que ornamentar casas ricas y museos. Eso no es arqueología y es una visión muy limitada. Hay mucho más en estos lugares que solo objetos bonitos y edificios suntuosos, su estudio cuidadoso permite reconstruir en parte la vida de los habitantes de los tiempos en que los sitios estuvieron poblados, e incluso de antes y después de ello. Lo que en verdad importa recuperar no son los objetos en sí, sino la información que guardan, la cual es mucho más valiosa que lo que pueda pagar un coleccionista. El saqueo destruye esa información y jamás se podrá recuperar, por lo que es un crimen cultural y contra la humanidad misma. Bien sé que la pobreza es la que impulsa a los locales a buscar "tesoros" que puedan vender, son los coleccionistas los culpables de que esto ocurra. Nunca podría afirmar que el saqueo tiene algo de positivo, no hay nada de bueno en algo que ha sido destruido para siempre y que ha perdido casi toda la información que pudo contener.
Bóvedas en la ladera
Por otro lado, hay quienes afirman que no se debe difundir la existencia de sitios arqueológicos no abiertos al público porque se alienta al saqueo. Debido a todo lo anterior que he dicho, comprendo muy bien por qué esto es algo que muchos especialistas defienden. En realidad, a mí nunca nadie de ellos me lo ha dicho directamente, pero tampoco estoy de acuerdo en llegar a ese extremo. El trabajo arqueológico debe difundirse, porque no es algo que pertenezca a los arqueólogos, toda la ciencia es patrimonio de la humanidad, y quien se apropia para si mismo de los resultados de un proyecto arqueológico es tan criminal como los saqueadores, porque está saqueando el conocimiento. Es algo distinto con sitios no trabajados, aún así no se puede proteger algo que no se conoce, el público en general jamás se va a interesar por cuidar un montón de yacimientos que no sabe siquiera que existen, los arqueólogos somos demasiado pocos como para ocuparnos del cuidado de tantos sitios. Por otro lado, y aunque sea doloroso admitirlo como parte de un gremio, los saqueadores nos llevan muchísima ventaja. He recorrido más de 600 sitios arqueológicos monumentales y otros tantos mucho más discretos, y prácticamente nunca he visto uno que no tenga algún rastro de saqueo. Aunque no sean difundidos, aunque se encuentren en medio de la nada, ya todos los sitios están saqueados. Pretender que ocultarlos los va a proteger es algo sumamente ingenuo. A pesar de que creo firmemente en todo esto, me veo obligado a nunca revelar las ubicaciones de sitios que no están habilitados para su visita; pretendo que se sepa que existen, pero no puedo dar esa información a cualquiera, estaría poniendo en bandeja de plata los sitios a personas que no conozco. Cada que alguien me pregunta por esos datos en mis videos y redes nunca les contesto y espero que me disculpen por ello.
Terminé mi recorrido bajando por la ladera norte del cerro, ahí vi algo sumamente raro: había chultunes y cámaras abovedadas que parecían comunicarse entre ellos. Todo ese lado estaba lleno de huecos, muchos de ellos estucados. Sería imposible decir para qué servían o por qué estaban distribuidos de esa manera sin una excavación cuidadosa. Por lo pronto es un enigma y algo que nunca había visto en otro sitio. Espero que el saqueo no lo destruya. Finalmente fui a comer, aunque ahora Xpujil es un pueblo donde todo está muy caro, ignoro si es culpa del tren maya o de los turistas que vienen de la costa, pero el lugar ha crecido desordenadamente, hay lugares como las cabañas en las que me quedé que, a pesar de que son muy simples y están llenas de moquitos, ahora cobran en dólares. Es sorprendente como la gentrificación está avanzando a pasos agigantados, otro problema que particularmente me molesta bastante.
Aunque ya tenía algo de cansancio acumulado, el trayecto de terracería entre Huntichmul y Labná fue suficiente para reponerme un poco. Sugerí visitar este último porque la única vez que lo había recorrido, en 2012, había olvidado grabar vídeo y mis fotografías no eran muy buenas. Estuve bastante apresurado y había mucha gente. Esta vez teníamos un poco más de una hora antes de que cerrara y esperábamos que quedara poco aforo. Por otro lado, Leonardo no conocía el sitio. Llegamos poco antes de las 4 de la tarde, nos encontramos con una improvisada caseta de custodia, toda la entrada estaba en obra. Nos registramos y pasamos de inmediato, llegando a la gran explanada del sitio.
Lo primero que se puede visitar es el gran palacio. A pesar de que Labná es un sitio relativamente menor, cuenta con esta estructura con dos pisos, además de numerosos cuartos. Algunos de ellos son más antiguos, como un ala saliente perpendicular al resto, que tiene fachada con moldura rota en estilo Puuc Temprano, mientras que el resto de construcciones son de Puuc Clásico de mosaico, más tardío.
Palacio de las columnas
Estuvimos fotografiando detalles arquitectónicos, que incluyen decoraciones de grecas, grandes mascarones con glifos, dobles "T", columnillas y otros diseños. Desde ahí parte un sacbé que llega al grupo más al sur, aunque a la mitad del camino hay un sendero al este que lleva al palacio de las columnas, un sobrio y elegante edificio en forma de "L", con fachada lisa, friso y molduras con columnillas.
De vuelta al sacbé, llegamos hasta un par de salientes sobre una plataforma. Estos cuadrados no tienen una restauración adecuada pero, según datos que Tomás Gallareta le dijo a Will, se trataba de un par de torres emblema (como las de Nocuchich), por lo que no solamente hay edificios de este tipo en los Chenes, sino también en la huasteca (la torre de la Rosa) y en el Puuc. Todos son territorios donde se hablaban lenguas mayenses, lo que actualmente conocemos zona maya comprende una multitud de pueblos con idiomas emparentados entre sí y que forman una familia lingüística. No hay un solo rasgo que defina a "los mayas", ni su vestimenta, ni su arquitectura prehispánica, ni su escritura antigua, ni su patrón de asentamiento, ni una autoadscripción de sus poblaciones actuales. Todos esos elementos tienen variantes regionales, están ausentes de algunas áreas o son construcciones modernas; la excepción es su código de comunicación, todos hablan una lengua de la familia mayense, por tanto los Tenek o Huastecos son mayas. Esto es algo incontrovertible, o los mayas son mayas por su habla o lo maya no existe, pues es una denominación impuesta. El único grupo humano que se llama a sí mismo maya desde épocas antiguas es el yucateco, los demás tienen sus propias formas de llamarse a sí mismos.
Arco de Labná y El Mirador en la parte trasera
A un costado de estas construcciones extrañas se encuentra el edificio principal de Labná, "El Mirador", un basamento que tenía un templo con tres entradas y una gran crestería calada en su muro frontal, ahí tuvo una serie de esculturas que reposaban sobre piedras salientes, aunque solo queda en pie una de las puertas y una de estas estatuas de un personaje roto en el torso. Tanto a Will como a mí nos llama la atención que los dibujos reconstructivos de esta estructura la muestran siempre con una enorme escalinata y cuerpos lisos pero, al verla de frente, claramente se ve un recinto a mitad del basamento que pudo tener un gemelo del otro lado del acceso. La única posibilidad de que el edificio se viera como en los dibujos es que estos cuartos bajos fueran parte de una subestructura que quedó al descubierto al derrumbarse la pared externa del basamento, pero la cantidad de escombro no parece ser suficiente, a menos de que se haya retirado en parte al poner el sitio en valor para su visita. Frente al edificio se encuentra una plataforma circular con un altar grabado.
Palacio desde el Sacbé
Un poco al oeste se encuentra el rasgo más icónico de Labná y uno de los edificios más conocidos del área maya: un arco que da entrada a un conjunto palaciego con bellas decoraciones en estilo Puuc de Mosaico. La entrada está bellamente ornamentada con representaciones de grecas, chanchimez chozas, mascarones, dobles "T" y cresterías caladas. Por fin pude fotografiar esta estructura sin gente, algo que no había podido hacer en 2012. El recorrido culmina ahí, aunque hay dos estructuras sobre un pequeño cerro que se conocen como "Las Gemelas", que están más al sur y que no se encuentran abiertas al público. Regresamos a la entrada con una bella vista del palacio ya durante la llamada "hora dorada", cuando la luz se empieza a ver amarillenta antes del atardecer, y emprendimos el regreso a Mérida.
Al igual que la semana anterior, me dejaron en la terminal de autobuses con un poco más de media hora de holgura para tomar el transporte a Campeche, el cual se retrasó más de 10 minutos. Me despedí de Leonardo, que al día siguiente volvería a la Ciudad de México. Esperaba que al siguiente fin de semana el recorrido fuera nuevamente con los Williams, pero ese día fue el último en que los vi durante este viaje. Regresé a Campeche casi a las 10 pm, esta vez no tenía tanta hambre como otras veces, así que me contenté con cenar una marquesita en un puesto que aún estaba abierto en las ya desiertas calles.
Por la mañana del 8 de diciembre, los Williams pasaron en la camioneta por Leonardo y yo, intentaríamos llegar a un par de sitios metidos en la selva, el primer plan había sido acampar en uno de ellos, pero solo teníamos ese día, por lo que sería un recorrido de ida y vuelta el mismo día. Por última vez en el viaje salimos rumbo a Campeche y luego tomando la desviación hacia el Puuc. Nuevamente paramos en el mercado de Muna, para desayunar tacos, salbutes y panuchos de cochinita. Ya se había hecho rutina pasar a comprar agua y algunas botanas para aguantar el día.
Salimos con rumbo a Bolonchén y nos desviamos a la ruta Puuc, pasando por Sayil, Xlapak y Labná, más adelante tomamos una terracería que comenzó siendo la más complicada hasta ahora; había secciones de lodo, donde la camioneta resbalaba y se deslizaba de un lado hacia otro, aunque nunca hubo realmente algún problema o peligro de quedar atorados, esa capa fangosa era poco profunda aunque en algunas partes aún tenía agua.
Segunda estructura
Pensábamos que podríamos visitar los dos sitios del plan, pero un poco más adelante de la mitad del trayecto nos encontramos con una puerta con candado que no permitía el paso de vehículos, aunque era posible pasar caminando a un lado. Nos faltaban 2 km para uno de los sitios y 1 para el otro. Aún creíamos que podríamos caminar a ambos y tardamos algunos momentos en decidir qué dirección tomar, yo abogaba por ir al más lejano, que era el que probablemente daría más problemas, Will decía que fuéramos a Huntichmul, que parecía ser el más fácil y cercano, al final decidimos lo segundo, y fue un gran acierto por lo que pasamos ahí. De haber seguido mi sugerencia, era probable que no visitáramos ninguno de los dos sitios.
Tomamos entonces la brecha hacia Huntochac y el primer incidente no tardó en ocurrir: llegamos al área donde ya debíamos estar cerca del sitio, yo estaba observando entre la selva tratando de ver algún montículo, cuando Will llamó mi atención, al momento no entendí lo que pasaba pero luego me señaló el suelo, ahí estaba una serpiente de alrededor de 1 m de largo con el cuerpo bellamente decorado con rombos. Viendo su cabeza reconocimos que era una boa y por lo tanto no venenosa, aún así podía morder dolorosamente. Todos nos pusimos las viboreras en ese momento, ya que hasta entonces las habíamos traído en la mochila por caminar en una brecha de autos, muy ancha y aparentemente libre de riesgo de ser mordidos, ese encuentro demostró que no era así. Estuvimos fotografiando y tomando videos al hermoso reptil hasta que se deslizó en un hueco junto a un árbol.
Habitación
Seguimos caminando, estábamos seguros de estar ya en terrenos del sitio, decidimos seguir caminando hasta que llegáramos al extremo final y tratar de encontrar cualquier edificio para ubicarnos con un artículo que Will había mandado y cuyo mapa teníamos con nosotros. Luego de un rato de avanzar, no vimos absolutamente nada. Regresamos un buen tramo, habíamos visto algunos llanos completamente cubiertos con enredaderas y maleza que sería sumamente difícil cruzar. Ahí nos dimos cuenta que no sería nada fácil la visita. Nos costó decidir por dónde comenzar ahora que no teníamos ninguna referencia a pesar de saber que estábamos en medio del sitio. Finalmente pude ver por las curvas de nivel que el grupo C del sitio debía estar en la cima de una colina. Únicamente habíamos visto una en el camino y justamente del lado que indicaba el mapa, así que lo mejor sería subir a buscar alguno de los edificios de ese conjunto. Caminamos por un rato bordeando ese pequeño cerro, hasta que encontré un área con poca maleza aunque sin ningún sendero realmente visible. Me adelanté para revisar y, luego de unos minutos de empinada subida, me encontré con algunos muros, por fin dábamos con algo que ubicar en el plano.
Restos de fachada tipo Chenes
Llamé a los demás y comencé la limpieza de una pequeña explanada al frente del edificio, poco a poco fui destapando una bóveda y parte de una habitación que tenía la moldura rota de los edificios del Puuc Temprano. Cuando todos estuvieron ahí, seguimos cortando maleza y verificamos que estábamos en una estructura conocida, justo en el extremo norte del Grupo C. Había un par de estructuras más al sur, así que Will y yo nos adelantamos a buscar mientras William y Leonardo seguían chapeando. Encontramos un sendero que nos llevó por algunos restos de estructuras y un chultún, luego bajamos a una plaza y a nuestra derecha divisamos otra plataforma con un edificio alargado. Se trataba de una estructura con varias entradas, friso y fachadas lisas, que pudimos ubicar en el reporte. Nuevamente necesitábamos ayuda para la limpieza y llamamos a los demás. En ese punto estuvimos un rato, aunque yo quería encontrar la estructura más grande del grupo, que debía estar un poco más al sureste.
Estructura principal del edificio Chenes
Me adelanté, encontrando primero un basamento que estaba inmediatamente al sur del conjunto en el que nos encontrábamos, subí sin encontrar ningún vestigio de arquitectura, por ningún lado desde ahí se podía ver alguna otra estructura. Bajé y me encontré con una especie de hondonada que descendía, aunque estaba libre de maleza, parecía un sendero bien marcado que seguí. De pronto, a mi izquierda pude ver montículos y restos de edificios; con dificultad me abrí paso y subí a una enorme plataforma con piedras muy sueltas, arriba había una explanada que llevaba a una segunda terraza también llena de rocas y talud muy empinado. Subí con mucho cuidado, porque a cada paso podía rodar alguna piedra bajo mis pies y llevarme hasta el fondo. Valió la pena el riesgo, arriba estaba lleno de ornamentos tallados, como narices de monstruo de la tierra e incluso partes de personajes. Más allá estaba el gran montículo principal, con varias habitaciones caídas, una escalinata muy empinada que sobrevivía en una corta sección y un templo superior con parte de su decoración con mascarón integral, como los edificios del estilo Chenes.
Estructura Chenes entre la selva
Regresé con los demás, lo cual fue más difícil, subí por una ladera un poco desviada al sur y eso bastó para que no regresara al punto desde el que salí. Tuve que guiarme mediante gritos agudos como los cazadores y chicleros hacen, lo cual es más efectivo que el GPS y la brújula si uno se encuentra cerca de alguien que le responda. y, antes de volver al edificio con fachada Chenes, fui a las primeras dos a grabar y fotografiar las estructuras ya limpias de la mayor parte de la maleza. Pasamos un buen rato en la última estructura, ya que tenía muchos detalles que observar a pesar de su gran destrucción. Luego de ello quisimos ir a buscar el grupo D, que debía estar más al sur. Bajamos de las dos grandes plataformas del edificio Chenes y rodeamos por la selva, sin embargo la vegetación se cerraba mucho y batallamos bastante para abrirnos paso. Sentimos que habíamos avanzado mucho cuando solo caminamos un centenar de metros. Nos encontramos con algunos montículos, pero no llegamos a nada en pie, decidimos volver porque nos estaba llevando demasiado tiempo. Ya habíamos descartado visitar otro sitio e incluso dudábamos de poder visitar en ese día los grupos A y B.
Parecía que regresar al camino inicial sería sumamente complicado, pero Will ocupó su reloj GPS para guiarnos rápidamente ahí. Estuvimos buscando senderos al lado contrario al que estuvimos pero no encontramos nada. Subimos a un montículo que formaba parte ya del Grupo B y nos encontramos con una sección de bóveda medio enterrada pero no pudimos pasar por ningún lado para buscar otras estructuras. Necesitaríamos horas para abrirnos paso y el tiempo se terminaba, por lo que decidimos regresar a la camioneta. La caminata del día anterior ya me estaba pesando en las piernas, por lo que fue bastante cansado el corto trayecto que hicimos. Aún así, nos quedaba tiempo para un sitio más, aunque uno mucho más fácil de visitar...
Tardamos casi una hora en llegar hasta l parte más al norte del Periférico de Mérida, bajamos y caminamos por una zona industrial y luego por una de las zonas con más alto poder adquisitivo de la ciudad, me sorprendió incluso ver rascacielos, algo que no recordaba haber visto nunca en mis anteriores visitas. A pesar de eso, el parque ecoarqueológico de Altabrisa es uno de los peor cuidados que hay en Mérida, se encuentra totalmente abandonado y sus senderos ya parecen una ruina más entre toda la maleza que los cubre. Fue sumamente difícil movernos y encontrar algo en ese lugar, incluso nos llenamos otra vez con semillas de hierba pega pega. Hicimos varios intentos, encontrando grandes piedras, pero solo hasta llegar al centro del lado sur del parque pudimos ver una construcción de rocas en círculo, que me recordaron las llamadas "kivas" de Cuicuilco, probablemente contemporáneas, ya que muchos sitios de Mérida datan del Preclásico Tardío, incluso del Medio. También encontramos una plataforma con el arranque de los muros del edificio superior, pero eso fue todo lo que pudimos divisar, aunque sabíamos que debía haber más edificios.
Posible estela en Polok Kej
Salimos a una glorieta y nos sentamos a quitarnos las semillas que teníamos pegadas en los pantalones, decidimos pedir un taxi, se hacía tarde y era la forma más rápida de ir a Los Héroes, donde continuaríamos el recorrido. Aproximadamente 40 minutos más tarde estábamos llegando a la orilla norte de ese enorme fraccionamiento, que aún se encuentra en construcción. Leonardo había excavado en el salvamento que se estaba llevando a cabo ahí y me mostró el área central de un sitio llamado Polok Kej "Venado gordo", que, al parecer, sería la única sección de ese lugar que se conservaría, quizá como otro parque ecoarqueológico. Vimos lo que parecía ser una estela muy erosionada y, metros más allá, un basamento piramidal con 6 o 7 m de altura. En la parte trasera pasaba una albarrada, aunque no sé si es prehispánica o más reciente. Aún pude ver un poco de los trabajos arqueológicos al pasar y regresamos al fraccionamiento.
Chen-Hó
Caminamos muchas cuadras desde ahí, la tarde cayó y llegamos al parque que contiene los restos del sitio de Oxmul ya habiendo caído la noche, el nombre del lugar significa tres montículos, aunque vimos dos, el tercero debía estar al otro lado de la calle, en otro parque que ya no visitamos por la oscuridad. Únicamente pudimos ver los basamentos destruidos, que sobrepasaban los 4 m de altura. Salimos a la avenida principal y pedimos otro taxi, esta vez al Parque ecoarqueológico de Oriente, donde se encuentra el sitio de Chen-Ho, otro que ya conocía.
Este último lugar es muy diferente a todos los demás, el parque es muy concurrido, tenía puestos de comida y otros productos en sus alrededores y se encuentra iluminado. No tuvimos problemas para recorrer sus estructuras ya excavadas de noche, una perspectiva que pocas veces se puede apreciar en los sitios arqueológicos. Únicamente me limité a tomar fotografías, consideré que mi viejo vídeo del lugar estaba bien.
Caminamos un poco para tomar otro camión, aunque decidimos transbordar más tarde para llegar lo más cerca posible del hostal. Habíamos caminado más de 10 km y el cansancio ya estaba pesando, andar por la ciudad siempre me ha parecido más agotador que el campo. El primer transporte dio muchas vueltas, se detuvo por mucho tiempo y tardamos bastante, el segundo solo lo abordamos por algunas cuadras. Llegamos casi directo a comer y luego a descansar, William ya había dado señales de vida y confirmó que al día siguiente saldríamos en la camioneta a un último recorrido por el Puuc.
El 7 de diciembre Leonardo planeaba ir con sus amigos a Uxmal aunque no pudieron por cuestiones de los vuelos de vuelta de ellos. Yo pensaba descansar por la mañana y salir a algunos parques ecoarqueológicos dentro de Mérida y que Leonardo me alcanzara más tarde, él se iría hasta el lunes siguiente, así que tenía un par de días más. Me sentía un poco cansado por esa semana en la que había tenido una ponencia y la larga y rápida caminata de Nocuchich. Al final acordamos salir poco antes del medio día y él se cambiaría de hospedaje al hostal donde me había estado quedando, Leonardo quería visitar lo más posible, yo quería un día tranquilo, pero al final me convenció de hacer el recorrido tan largo como se pudiera. Aún así tuve una mañana relajada en la que, por primera vez en años, aproveché el desayuno gratis que ofrecían; tuve tiempo de recostarme en los camastros de las áreas compartidas y alrededor de las 11 estuve listo para salir.
Leonardo llegó y esperé a que dejara sus cosas, lo primero que hicimos fue ir al oxxo más cercano para comprar una tarjeta del transporte público, ahora llamado va y ven. Ya William me había explicado que los autobuses viejos habían sido retirados y se implementaron unos nuevos cuyo cobro era electrónico. Decidimos utilizarlo para no gastar demasiado en taxis.
Estructura principal del área de Los Paseos, Opichén
Decidimos comenzar por el lado más cercano, al poniente de la ciudad, y recorrer en sentido de las manecillas del reloj hasta el oriente. Tomamos un camión hacia Opichén, en media hora o menos ya estábamos bajando y caminamos algunas cuadras más a un sitio que Leonardo había marcado y que yo no sabía de su existencia: La Joya. Estábamos a orillas de una gran área verde cubierta de maleza, aunque caminando un poco más nos encontramos con un parque en un pequeño cuadrado despejado, ahí vimos los muros bajos de una plataforma habitacional que tenía algunos montículos pequeños arriba, lo reconocí como un solar maya, una zona de casas divididas de otras por un muro bajo y que contenía varias construcciones pequeñas y un huerto.
Caminamos de regreso a Opichén, aunque primero pasamos a un camellón que fue convertido en un parque lineal llamado Los Paseos, yo tampoco sabía de su existencia y me sorprendió gratamente que contaba con varios montículos, uno de ellos con dos niveles de aproximadamente 5 m de altura que había sido excavado, dejando visible la gran escalinata de acceso y el frente del cuerpo superior. De ahí seguimos un par de cuadras hasta un parque llamado "Girasoles I" que ya tenía ubicado de años atrás, aunque ahí solo vimos algunos muros de plataforma, unos metros más lejos pasamos por "Girasoles II", con un pequeño edificio triádico, aunque destruido, solo se observaba el montículo. Nos dirigimos a la hacienda del lugar y ahí vimos un gran conjunto de montículos limpios de maleza aunque sin excavar. Todos esos parques formaban parte del mismo sitio de Opichén.
Villa Magna II
A partir de ahí, caminamos por un poco más de tiempo hacia el norte, hasta llegar al parque de Villa Magna II, que solamente tiene un montículo con muros de contención, pasando una calle está Villa Magna, con otro montículo pequeño. Unos metros más allá llegamos a Villa Magna I, un poco más extenso y con otro edificio destruido más extenso y más alto, aunque solo con una esquina visible. Estos tres puntos bien podrían ser parte de Opichén, pero los agrupamos aparte como Villa Magna.
Desde ahí caminamos un par de cuadras para tomar un camión que nos llevara más al norte, bajando en el parque arqueo-ecológico del Poniente, donde se encuentra el extenso sitio de Xoclán, el más grande de toda el área metropolitana de Mérida. Yo lo había visitado 10 años antes, aunque de manera muy apresurada y el vídeo que grabé era muy corto, por lo que aproveché para hacer uno nuevo. Nos encontramos con un basamento de 4 o 5 m de altura con los escalones de acceso a la base visibles, luego cruzamos el lado sur del parque para ver una estructura residencial en un camellón. Después de ello, estuvimos caminando bastante para ubicar el resto del sitio.
Base de la estructura principal de Xoclán
El parque es grande y en su centro hay una aguada muy extensa con la que nos topamos siguiendo el camino principal. Tomamos un sendero secundario y nos encontramos con el grupo central, con una estructura triádica que quizá alcanzaba 10 m o más de altura, el mayor edificio prehispánico que queda en toda Mérida. Más al sur nos encontramos con los voluminosos muros y pilastras de un palacio que no había visto antes. El conjunto tiene más montículos, aunque solo en uno de ellos se ven algunas piedras de construcción. Caminamos un buen rato para cruzar al lado norte del parque, donde hay otro conjunto de edificios, cuando llegamos empezaba a llover de forma muy ligera, aunque no duró mucho. El Grupo Norte tenía un montículo alto, de más de 5 m de altura y otros más pequeños, aunque no vimos arquitectura expuesta. Nos llamó la atención la presencia de piedras enormes por todo el parque, quizá fue una gran cantera.
Aún teníamos tiempo para seguir, así que caminamos a Periférico para dirigirnos al norte de la ciudad.
Durante la semana Will me dijo que se había contagiado de gripe, no parecía que fuera a reponerse para el fin de semana aunque quedaba la posibilidad de salir a la selva el domingo, yo tuve también algunas molestias, aunque la irritación de garganta me duró un par de días y me repuse por completo. Venía el último fin de semana que Leonardo estaría en Mérida, así que estuvimos en contacto pensando en hacer algún recorrido el sábado. Mi primera opción era Dzibilchaltún, pero después de revisar vimos que estaba cerrado, como lo había estado ya un largo tiempo a pesar del anuncio de su apertura, que aún no había sucedido. Llegado el jueves no había un plan claro, pero decidí tomarme el viernes para hacer el viaje a Mérida de forma económica, en combi o en camión de segunda clase. El 5 de diciembre hice una visita al Museo del Fuerte de San Miguel, el único que me faltaba conocer en Campeche, cuenta con un interesante acervo reunido en múltiples sitios del estado, sobre todo en Calakmul.
El 6 de diciembre, casi de último minuto decidí ir a Hopelchén en combi, no tenía claro los horarios de ese transporte, pero no quería levantarme tan temprano como la semana anterior para tomar el camión de las 6 de la mañana. Will me había pasado el número celular de un guía que podía llevarme a Nocuchich, pero nunca me contestó, pretendía buscarlo en el centro y seguir mi camino si no lo encontraba.
Torre de Nocuchich
El recorrido de ese día se fue dando sobre la marcha, llegué a tomar el transporte a las 7 de la mañana, pero resultó que saldría hasta las 8, no me quedó otra que esperar. El trayecto fue más rápido que en el camión, llegando poco después de las 9 a Hopelchén. Caminé al palacio municipal, el cual estaba desierto, pensé en tomar un mototaxi y decirle que me llevara hasta el sitio, pero luego se me ocurrió que tenía suficientes piernas y energía para ir y regresar los 20 km totales que implicaba ir ahí, más aún, consideré un reto hacerlo antes de que pasara el camión a Mérida, que sabía que estaría ahí alrededor de las 2 de la tarde, si no lo lograba, aún tenía la opción de esperar la corrida de las 4 pm. Con ese pensamiento comencé a caminar poco antes de las 9, tomando una terracería de sascab (tierra blanca) con una recta polvorienta que parecía interminable. Era tan ancha como para que los autos que pasaban no se me acercaran, pero cada que eso ocurría me cubría un poco más de tierra. Fueron casi 5 km de lo mismo, hasta que me encontré con un camino lateral, donde las condiciones eran mejores, había árboles en las orillas que daban algo de sombra y la tierra no estaba suelta.
Torre de Nocuchich
A partir de ahí crucé un par de grandes campos de cultivo divididos por manchones de selva, poco a poco iba subiendo la velocidad, no hacía mucho calor, había viento fresco y el camino era bueno. Solo caminando, sin correr jamás, pude alcanzar una velocidad promedio de más de 6 km/h, por lo que recorrí los 10 km de ida en un poco más de hora y media. Llegando al sitio vi algunos montículos pequeños en el campo. Me encontraba en perfectas condiciones, solo eran las 10:30 de la mañana, así que estaba convencido de que regresaría para la corrida de las 2 pm, pero eso dependía de qué tan rápido encontrara la torre de Nocuchich, único edificio en pie del sitio. Alguna vez hubo otra con un gran rostro en su fachada, pero fue dinamitada porque infundía miedo en los locales. La que está en pie es una torre emblema, sin ninguna habitación, solamente un cuerpo inferior, un friso y una crestería calada. Un edificio bastante pequeño entre un manchón de selva, podía ser como buscar una aguja en un pajar, sin embargo, Gabriel Partida había estado ahí, después William, y habían marcado bien la ubicación. Yo no tenía machete, pero si un punto que buscar, era un volado.
Torre de Nocuchich
Me metí a la selva sin seguir ningún sendero, para mi agrado no estaba especialmente cerrada, se podía pasar bastante bien. Estuve revisando mi ubicación con el GPS de mi celular, acercándome al punto indicado. Estaba muy cerca y no veía nada que indicara construcción en pie, solamente algunos montículos bajos, comenzaba a pensar que la ubicación tenía algún error cuando la torre apareció de repente frente a mí. No la vi hasta que estuve a escasos 5 metros, aún con selva poco tupida. Dejé mis cosas y le di la vuelta para mirarla por todos los ángulos, aunque a mitad de ello me di cuenta de que tenía las piernas llenas de hierba pega pega que crecía al pie del edificio, por fortuna, el pantalón que traía tenía tejido muy cerrado y fue fácil retirar esas semillas que tanto me habían molestado semanas antes. Estuve recorriendo todo alrededor para buscar algún resto de la torre caída, encontré un par de posibles ubicaciones, pero no queda nada claro entre las piedras amontonadas.
Me tomé un tiempo para comer algo y beber agua, algo que no había hecho hasta entonces, no lo había necesitado. Salí de la selva alrededor de las 11:45, directamente al norte para cortar camino, nuevamente sin sendero. Me encontré con un par de pequeñas cuevas, aunque no hice ningún intento por entrar. Regresé al camino y empecé a caminar de regreso subiendo el ritmo rápidamente a uno similar al del trayecto de ida. Antes de llegar a la gran recta me encontré de frente con un joven menonita que dijo llamarse Juan, se acercó a hablar conmigo preguntándome si había visto a un mexicano por ahí, que quería que le ayudara a chapear algún terreno (o eso entendí con su pobre español). Me preguntó si tenía música qué escuchar, cerveza o cigarros, yo no tenía ninguna de esas cosas, y se interesó especialmente por mi celular. No parecía querer seguir su camino, así que le dije que tenía que irme para alcanzar el camión. Seguí caminando un km más y luego vi que venía cruzando en diagonal un campo que yo había rodeado por completo. Me alcanzó y siguió preguntándome cosas. Esto me llevó más de media hora y mis piernas se enfriaron, finalmente vimos a un hombre con bicicleta a lo lejos, él lo reconoció y se fue a su encuentro. Finalmente me dejó seguir mi camino.
Los últimos cuatro kilómetros hasta Hopelchén, y en especial el último, con subida, fueron mucho más difíciles y lentos, mis piernas habían perdido el ritmo y comenzaron a dolerme los músculos, ya había recorrido 16 km al paso más rápido que pude y ascender al poblado hacía que me dolieran las pantorrillas y los muslos. Llegué agotado al mercado y me encontré con una larga fila que esperaba el camión, era la 1:30 y mucha gente quería ir a Mérida. Temí que no pudiera siquiera subir, pero cuando por fin pasó el transporte a las 2:15 alcancé a ascender, pero de pie y muy incómodo y apretado, no cabía ni un alma ya. Sufrí bastante hasta llegar a Bolonchén, donde bajaron varias personas y pude acomodarme mejor, a pesar de ello no pude sentarme hasta después de salir de Santa Elena. Llegué a Mérida después de las 5 de la tarde y me dirigí al mismo hostal que la semana anterior, solo pasé a dejar mi mochila y fui de inmediato a comer en la primera fonda que encontré. Regresé a descansar con las piernas muy cansadas y adoloridas. El plan para el día siguiente, sin los Williams, se terminó de acordar apenas esa noche.
Salimos de Xkampon de regreso a Santa Elena, íbamos a retomar lo que dejamos pendiente dos fines de semana atrás. Solo daría tiempo de un sitio más por el rumbo, así que fuimos a la segura a Tunkuyí, ya habíamos llegado hasta el pie del sitio, ahora éramos más y teníamos un par de horas extra para abrirnos paso. Tomamos rumbo a Bolonchén, pero antes de llegar ahí dimos vuelta en la misma terracería por la que visitamos Kansah antes y tomamos la misma desviación que pasamos aquella vez. Dejamos la camioneta en el mismo punto y caminamos por la milpa, subiendo por un montículo. Estuve revisando el suelo para ver si encontraba el filtro y la tapa que había perdido 15 días antes, pero no había ni rastro de ellos. Cruzamos otro tramo de milpa y llegamos hasta la orilla del campo, ahí ya no habíamos pasado y esperábamos tener que buscar un punto de acceso para abrirnos camino a machetazos, sin embargo, unos pocos metros al norte nos encontramos con un sendero completamente abierto.
Tunkuyí
Caminamos unos 50 metros y llegamos directamente hasta la estructura principal de Tunkuyí, un edificio en estilo Puuc Temprano, que tiene una moldura rota, es decir, una línea de piedras salientes que divide la fachada del friso y que sube formando un rectángulo sobre las puertas, aunque en este caso sube en las entradas laterales, una de ellas ya colapsada, y luego vuelve a subir en la central, algo muy poco común. Estos tres accesos daban paso a una sola habitación, también habían dos cuartos laterales que debieron tener otras dos puertas, quizá con su propia moldura rota, aunque ya están caídas. Solo tuvimos que limpiar un poco de maleza para tomar las fotografías de mejor manera y nos encontramos con vestigios de que alguien había estado ahí recientemente. Días más tarde me dijo mi amigo Balta Castro que en ese sitio hay un guardián que vive al pie del sitio, aunque no lo encontramos en esta ocasión.
Lázaro Cárdenas
A pesar de que sabemos que hay algunas cosas más que ver en el sitio, la maleza crecida impedía que buscáramos en los alrededores, así que terminamos la visita con esta única estructura y regresamos a la camioneta. Emprendimos el regreso, el único que tenía hora de llegada era yo, ya que debía tomar el camión a Campeche a las 7:30 pm, eran las 4, así que decidimos pasar a un sitio más en el camino de regreso. Escogimos Lázaro Cárdenas, uno que había intentado años atrás con Eduardo y Julio, pero nos equivocamos de camino y no pudimos llegar a pesar de que Lalo ya lo había visitado, a mi regreso de ese viaje estuve revisando la zona y marqué una posible ubicación que le di a Will, quien comprobó que era correcta. Era mi turno de visitarlo.
Llegamos hasta Santa Elena y nos desviamos a Ticul, nuevamente entramos a una terracería y avanzamos mucho más que la vez que estuve ahí infructuosamente, casi llegamos hasta el sitio en la camioneta, únicamente caminamos un centenar de metros.
Habitación con pintura azul
Llegamos hasta el único edificio en pie, este tiene un basamento bajo, que apenas alcanza los 4 m de altura. En la parte alta se encuentra un templo con dos cuartos, uno detrás del otro, construidos con piedra muy burda y en un estilo muy temprano, al parecer es un sitio más antiguo que otros en el Puuc. Lo más sorprendente es que aún se puede ver restos de pintura con un bonito azul maya en las paredes de la habitación frontal (al menos), no pudimos revisar la trasera porque estaba lleno de panales de avispas, a pesar de que estaba anocheciendo y, en teoría, los insectos estarían inactivos, algunos se movían y volaban, por lo que nadie se atrevió a intentar el paso.
Fue una visita muy rápida, por lo que al poco tiempo estábamos nuevamente en la camioneta, regresando por Ticul hasta Muna y luego tomando el mismo camino por el que habíamos llegado. Arribamos a la central de autobuses con media hora de anticipación y Will se fue a llevar a los demás donde estaban hospedados. Yo me quedé a esperar un poco el autobús, que salió muy puntual. Llegué a Campeche después de las 9:30 pm. Las calles estaban casi desiertas, pero aún así decidí caminar hasta el departamento, únicamente distante dos km de la central de ADO. Pasé a comprar mi cena en uno de los pocos locales que vi abiertos y llegué a descansar, me esperaba otra semana de catalogar materiales en el laboratorio, también ese miércoles me tocó presentar una ponencia dentro de un seminario del Instituto de Investigaciones Antropológicas y el jueves vi a Ángeles, a quien había conocido cuando estuve en Campeche, en 2019, para un curso de cultura y lengua maya, fuimos a cenar y estuvimos conversando hasta casi media noche, a pesar de que el viernes me esperaba un largo día.
Al día siguiente Juan estaba peor de la gripe, por lo que no pudo acompañarnos, tampoco su hijo ni William padre. Por la mañana me levanté temprano y me dispuse a realizar el recorrido del día únicamente con Will; cuando ya iba a pasar por mí al hostal, Leonardo apareció por mensaje (otra vez estuvo en silencio desde la noche anterior) y pidió llevar a dos de sus amigos que estaban en la misma excavación en la que él se encontraba: Fabrizio y Marcos, así nos juntamos otra vez cinco, un mejor número para abrirnos paso en la selva con los machetes y para dividir los gastos. Will y yo nos fuimos en la camioneta a una gasolinera cercana a la salida para el Puuc y ahí citamos a los demás, que llegaron en un taxi.
Salimos todos juntos hacia Campeche y luego tomamos la desviación para Muna, por segunda vez comenzamos el día desayunando en el mercado de dicho poblado, donde pedí más tacos de cochinita que la última vez, sabiendo que son excelentes. Pasamos también a comprar dos garrafones de agua de 5 litros cada uno, ya que no encontramos de 10.
Estructura principal de Xkampon
Salimos hacia el Puuc, esta vez hasta Santa Elena, muy cerca de ahí nos desviamos en un camino rural que después se convierte en terracería. Ya había pasado por esa senda para ir un par de veces a Sacbé y una más a Huitzinchá, este último muy cerca de Xkampon, algo que ya sabía entonces, pero sin una ubicación exacta era sumamente complicado visitarlo porque es un pequeño conjunto rodeado de selva, fallar incluso por 10 metros significa no llegar ahí. Ahora Will tenía la ubicación del lugar, que ya habían visitado algunos de nuestros compañeros antes. Seguimos de largo de donde yo había estado antes y llegamos a una gran milpa con un apicultivo en su orilla, ahí dejamos la camioneta y nos preparamos para caminar, suponíamos que sería un complicado trayecto abriendo paso a machetazos, suponíamos bien. Los primeros metros únicamente rodeamos el campo abierto, pero al poco tiempo teníamos que pasar por un terreno en barbecho lleno de maleza, había arbustos, enredaderas, hierba pega pega y muchas espinas.
Lado trasero de la estructura principal
Pasamos la mayor parte del tiempo de camino buscando áreas más abiertas, rodeando, retrocediendo y avanzando a la fuerza entre toda esa cubierta vegetal. Ir al frente significaba un gran desgaste, era necesario machetear todo el tiempo; cuando había pastos eso era inútil, había que pasar por encima de las plantas y separarlas para abrirse paso. Después de un buen rato llegamos a la orilla de la selva, ahí la hierba disminuía mucho y se abrían espacios entre los árboles, pero cada tanto nos encontrábamos troncos caídos que tapaban nuestro avance y complicaban todo.
Will estuvo revisando el GPS en su celular, mientras que yo revisaba la brújula para comparar lo que el aparato nos decía con la dirección que estábamos siguiendo, un par de veces tuvimos opiniones diferentes sobre el rumbo que debíamos seguir, nos pasamos por algunos metros y pasamos a unos 50 metros del sitio sin haberlo sospechado; al final, el instrumento más sencillo y analógico demostró su gran utilidad aún en tiempos digitales y nos dirigió hasta nuestro destino.
Segunda estructura
Nos encontramos con un montículo que intentamos rodear, la maleza estaba sumamente cerrada, por lo que eso fue imposible. La única forma de pasar fue pasar sobre las piedras y atravesar un último tapón vegetal. Me adelanté para comprobar si estábamos en Xkampón y a los pocos metros pude ver la estructura principal casi totalmente cubierta de maleza, justo en el punto que tenía marcado Will. Llamé a los demás y al poco tiempo estábamos todos limpiando el frente del edificio para poder fotografiarlo. Esta estructura tiene forma de "L", aunque la parte más corta está casi completamente colapsada. Tiene decoraciones de zigzag llamadas Chanchimez, además de columnillas anudadas. La fachada está cubierta de grandes piedras muy bien labradas, siendo un edificio sumamente bonito. En el vértice había un panal de avispas, estos insectos no nos permitieron limpiar bien la hierba por aquel lado. A Leonardo le picaron mientras macheteaba, luego yo intenté quitar algunas ramas, cosa que logré hacer, pero al caer la primera de ellas pude ver a los pequeños guardianes volando y, aunque retrocedí y me cubrí, uno de ellos me picó en el cuello, cerca de la nuca, lo que dolió bastante por un par de minutos.
Decoración interna
Mientras los demás observaban la parte trasera del edificio y las habitaciones, que tenían partes derrumbadas por atrás, yo regresé a revisar lo que me había parecido un sendero cuando me adelanté, tenía la idea de que ahí debía haber otro edificio y no me equivocaba. A los pocos metros me encontré con otra estructura en L que cerraba el cuadrángulo, aunque esta estaba mucho más destruida, aún así se podía ver parte de las decoraciones en los muros derrumbados y en el suelo. Una entrada permanecía en pie apenas balanceándose sobre la jamba izquierda, en el muro intermedio con otra habitación había decoraciones, algo raro por encontrarse al interior de uno de los cuartos. Nuevamente llamé a los demás y estuvimos un rato ahí. Luego de ello decidimos salir por un sendero que partía de la parte trasera de la estructura principal, por lo que regresamos hacia allá.
Pudimos seguir el camino mientras estábamos en la selva, sin embargo, al salir al campo cubierto de hierba otra vez nos encontramos con espesa maleza que había que cortar a machetazos. Estuvimos un rato avanzando y retrocediendo porque parecía que aquel lado era aún peor que el de la entrada, el reloj con GPS de Will y nuevamente la brújula nos ayudaron a encontrar el paso que usamos antes, de forma que pudimos salir por lo que ya habíamos cortado, ahorrando mucho esfuerzo, gastamos mucho tiempo ubicando Xkampon, pero verdaderamente valió la pena.