lunes, 4 de diciembre de 2017

Viaje al sureste de Puebla pt. 4 y final. Presa del Purrón

El Purrón
Luego de salir de la zona de Coxcatlán, seguimos la carretera por un rato hasta que llegamos a un paraje que estaba lleno de grandes acantilados de color claro que sobresalían del paisaje de órganos y de huizaches. Luego de una curva vimos una de éstas grandes paredes especialmente notable, con una forma de medio círculo; ahí Neftalí nos indicó que debíamos parar pues habíamos llegado al sitio del Purrón.

Nos estacionamos en la entrada al paraje y entonces un hombre que pasaba en motocicleta se detuvo y nos dijo que podía guiarnos por el lugar, eso no hacía falta pero accedimos para no tener alguna dificultad con los lugareños.
Cortina de la presa

Bajamos al lecho de un río seco y a los pocos metros caminados vimos una gran pared que en un primer momento podría parecer natural pero una vez frente a ella se nota que está formada de bloques que parecen de barro unidos por una argamasa que hoy se está resquebrajando y que en parte cubre lo expuesto y le da la apariencia de tierra natural que cubre la roca. Ésta pared era tan grande y tan impresionante que nos quedamos con la boca abierta; sabíamos que el sitio es de finales del preclásico, un poco antes o al inicio de nuestra era; por lo que no podíamos mas que admirar la monumentalidad que lograron los constructores en una etapa tan temprana y por la mente me pasaba comparar el Purrón con lugares como Cholula, Jaina, Izamal, etc. Conforme avanzamos me parecía más factible ésto pues el volumen construido era enorme.
Pared de la presa

Nos dimos cuenta de que el camino pasaba por una sección que fue completamente destruida en la pared, por lo que la cortina de la presa estaba incompleta y era aún más grande de lo que aparentaba actualmente. Más adelante el muro seguía el curso del viejo río con una elevación que iba disminuyendo mientras subíamos una suave cuesta; ya casi al final de ésta larguísima construcción vimos una parte que presentaba perfectamente visibles los bloques de adobe con los que fue levantado y ahí no había argamasa pulverizada que los mimetizara, por lo que apreciamos con gran claridad sus detalles y si alguna duda de la naturaleza de éste lugar aún persistía, ahora se había esfumado; definitivamente ésta magna obra fue realizada por los lugareños en una etapa temprana del desarrollo mesoamericano con el propósito de retener el agua del río que pasaba por el lugar.
Pared en el área de "las compuertas"

Pasamos al lado contrario de la pared, ahí nuestro guía nos dijo que se encontraban las compuertas de la presa, en efecto pudimos ver restos de muro pero más pequeños que los anteriores. Subimos por una cuesta a un lado de éstos y notamos que la roca en las paredes de los acantilados estaba plagada de mineral de mica, un montón de destellos cristalinos aparecían con cada movimiento ya que éste material delgado y frágil reflejaba los rayos del intenso sol que brillaba sobre nosotros.

Un poco más arriba del lecho del río seco nos encontramos con una oquedad en la pared vertical de un acantilado, entramos y notamos que había una serie de surcos en la pared, algunos de ellos quizá fueran petrograbados antiguos, pero habían tantos rayones que era difícil decirlo.
Pequeña cueva

El guía nos dijo que la cueva tenía un pasillo mucho más profundo pero que se había derrumbado y en efecto no pudimos entrar más que dos o tres metros. 

Desde ahí caminamos un poco más para llegar a otra abertura en una ladera, ésta vez supimos que se trataba de un pasillo alargado y algo inclinado que tenía su entrada en la base de una pared y terminaba en un punto más alto en otro costado del acantilado. Sin dudarlo Neftalí, José y yo quisimos atravezar ésta formación natural y entramos. Yo iba segundo en la fila grabando el recorrido y frente a mí Neftalí iluminaba con la única linterna que llevábamos. La cueva parecía estar vacía de animales, aunque yo temía encontrar serpientes pues el piso estaba cubierto de zacate y otras hojas secas; no vimos ningún murciélago ni olía a guano pero todo el tiempo iba mirando al suelo y escuchando para evitar encuentros indeseables.
Mazorca arcaica

A penas llevábamos unos 6 o 7 metros avanzados cuando escuché a Neftalí decir groserías por primera vez en todo el tiempo que llevaba de conocerlo, aquello me sorprendió bastante y me acerqué a ver que era lo que había provocado esa reacción: se había encontrado una mazorca miniatura que debió haber sido cosechada en el lugar hace 5000 o 6000 años aproximadamente. El hallazgo era sorpresivo y muy emocionante, Ernesto llegó con su escala para colocarla junto a la mazorca y estuvimos tomándole fotografías un rato.

Al final dejamos aquel resto prehistórico a un lado de nuestro paso para no pisarlo y para que pudiera analizarse el sitio si alguna vez algún arqueólogo lo estudiara a fondo. Seguimos por el camino mientras Ernesto salía con el guía, ya podíamos ver la otra salida que se encontraba al final de una cuesta no tan empinada por lo que en total el pasillo tendría unos 15 metros de largo.
Vista desde la salida de la cueva

Cuando tuvimos luz yo pasé al frente ya sin la cámara y fui el primero en llegar al final de la cueva, donde un estrecho agujero llevaba al exterior. Tuve que arquearme un poco para salir pero cuando asomé la cabeza al exterior me encontré con una vista espectacular entre una cañada. Pude ver que estaba a unos 6 metros de altura sobre la parte más baja y que solo tenía un pequeño espacio para pararme, un sendero polvoriento y empinado llevaba al fondo donde ya estaba Ernesto y el guía.

Unos segundos después Neftalí también llegó y ambos nos paramos en el pequeño espacio para apreciar el panorama mientras José salía, pero él era bastante más robusto que nosotros así que le fue imposible pasar por el estrecho pasaje y decidió regresar de espaldas hasta salir por donde entramos.
Pared de la presa

Seguimos por la cañada y rodeamos un acantilado para volver a la presa, estábamos un poco más abajo de las compuertas y del otro lado del enorme muro que formó la cortina, y aún aquí encontramos restos de muro más bajos y un poco más cortos. Finalmente volvimos al auto completamente emocionados por la magnitud del sitio y por la mazorca arcaica que pudimos ver.

Regresamos a Tehuacán y finalmente entramos en el museo regional de la ciudad, ahí pudimos ver algunas piezas prehispánicas, coloniales, animales disecados y sobre todo una muestra de la evolución del maíz, desde que era una hierba silvestre llamada Teozintle hasta su diversificación, todo a mano de los campesinos de la zona sur de Puebla y de Oaxaca. Decidimos regresar a la ciudad no tan tarde así que saliendo de ahí solamente comimos una cemita y emprendimos el camino de vuelta. Aquel fue el último trayecto que realizamos junto a nuestro amigo Neftalí, fue tan divertido como cualquier otro pero quedará en mi memoria como un momento especial. Agradezco haber tenido la oportunidad de viajar con él en varias ocasiones pues siempre fue un excelente compañero que sabía bastante de los lugares que visitábamos y compartía su conocimiento sin reservas.


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