martes, 24 de septiembre de 2019

Un día de viaje por Tlaxcala y Quecholac, pt. 2 y final. Tepeticpac y Quecholac

Estructura en Tepeticpac

Después del recorrido en Tizatlán teníamos las opciones de visitar Ocotelulco, otro sitio abierto al público, o de hacer una caminata por cerros cercanos hasta Tepeticpac; luego de consultarlo con mis compañeros nos decidimos por la segunda opción y nos dispusimos a recorrer un corto tramo hasta la entrada que lleva al sitio y a un campo de tiro.

Subimos una parte de la ladera en el auto y en cuanto nos encontramos con terracería lo dejamos estacionado para seguir a pie. Subimos por la ladera contraria al campo de tiro y pronto comenzamos a encontrarnos con terrazas que aún tenían muros bastante bien conservados. 

Mientras subíamos iba enseñándole a Alondra las viejas construcciones y cada vez teníamos una panorámica más amplia hacia el lado del volcán de la Malinche y la ciudad de Tlaxcala.
Cima del cerro de Tepeticpac

Cuando estábamos ya cerca de la cima, el camino se acercó bastante al borde de una barranca muy profunda; el suelo estaba cubierto de tierra seca y la maleza que crecía se constituía de arbustos y hierbas muy espinosas; caminábamos con cuidado para no tropezar y pegados al lado del cerro. 

Como suele suceder, por momentos parecía que llegábamos a la cima y luego nos dábamos cuenta de que en realidad faltaba todavía algún tramo más; Marisela ya se estaba cansando y por momentos hubo que cargar a Alondra.

Finalmente nos encontramos con la superficie alargada de la parte más alta del cerro, parecía que había sido aplanada intencionalmente pero se veían muy pocos montículos muy bajos, yo me esperaba estructuras más grandes pero tenía poca idea de lo que habríamos de encontrar.
Plataforma en Tepeticpac

Luego de unos metros, la superficie plana se ensanchó bastante y nos encontramos con una torre de vigilancia del INAH, estaba completamente desierta y justo atrás se veían los muros de algunas estructuras ya excavadas y restauradas.

Me llevé alguna decepción pues la restauración del sitio era una de las más horribles que había visto: la estructura más grande incluso tenía ladrillos rojos bordeando las alfardas de la escalinata; definitivamente no se utilizaron materiales parecidos a los prehispánicos para los trabajos aunque quizá no era tan malo como si hubieran cubierto todo con cemento; la estética sin embargo para mi gusto era pésima.

Desde ahí pudimos ver un muro que parecía prehispánico en lo alto de un cerro cercano con mayor altura, luego de dudar un poco nos decidimos a llegar hasta ahí y caminamos por el resto del área superior del cerro, así nos encontramos con una gran plataforma cuyo frente y costados también estaban ya restaurados.
Antigua capilla colonial

Llegamos hasta otra ladera y subimos hasta su cima, ahí ya tenía mucha sed y Marisela realmente estaba ya cansada. Nos costó trabajo volver a encontrar ese muro que habíamos visto, pero luego de revisar la cima adelantándome un poco lo encontré y llamé a los demás. Nos encontramos con una capilla colonial que después supe que era una de las más antiguas de la región, definitivamente estaba construida con piedras que pertenecieron a algún edificio prehispánico y se encontraba en la esquina de una plaza rodeada de montículos alargados que muy posiblemente fueron anteriores a la capilla.

Vimos restos de algunas habitaciones contiguas y los arcos que daban paso a ellas pero lo más interesante para mi gusto fue la puerta de entrada con un gran dintel de madera que casi seguramente era el original.

Estuvimos un buen rato ahí. Marisela se sentó a descansar bajo un bonito árbol que crecía junto al edificio, Martín y yo nos pusimos a tomar fotos y luego estuve jugando a perseguir a Alondra por el gran espacio plano de la plaza prehispánica rodeada de montículos. 

Uno de los lados de este espacio era abierto y permitía una gran vista de los valles y del sitio que se encontraba más abajo, ahora ya no se distinguía nada de esto último pues los árboles y arbustos cubrían la vista pero se podía divisar toda la ciudad de Tlaxcala.

Comenzamos el descenso, queríamos llegar a un taller sobre megafauna en Quecholac pero se hacía tarde así que procuramos no detenernos; casi todo el camino Martín llevó a Alondra cargando sobre sus hombros.
Música en el museo comunitario de Quecholac

Conforme íbamos bajando escuchábamos los balazos provenientes del campo de tiro pero estábamos bien protegidos por la ladera del cerro. Llegamos hasta el auto luego de no mucho tiempo y tomamos la nueva autopista hacia Puebla; entrando a dicha ciudad tomamos rumbo hacia Orizaba y luego de una hora aproximadamente nos desviamos hacia Quecholac.

Hacía tiempo que no estaba en este último poblado, años antes colaboré un poco en algunos eventos organizados por mis amigos de la asociación civil "Quechol-Arte y Cultura A.C." y ahora simplemente íbamos como espectadores de algunos talleres y queríamos conocer el museo que se encuentran gestionando y que recientemente habían abierto al público con algunas salas de exposición.

A pesar de que llegamos tarde, aún pudimos ver una plática sobre megafauna que le interesaba mucho a Martín y a Alondra. Luego de ello visitamos la exposición del museo que contiene una serie de piezas prehispánicas de la región y de restos de animales prehistóricos que abundan en los alrededores. 

Estuve platicando un rato con mis amigos Nohemí, Arturo, Isabel y Jorge, un poco más tarde llegó César, con ello pude ver a todos los integrantes de la asociación. 

Fuimos a comer cemitas junto a la plaza central del pueblo y luego de regresar pudimos ver un grupo de música en vivo, Alondra estaba encantada mientras que su papá estuvo muy interesado en los huesos prehistóricos, platicando bastante sobre ello,

Finalmente nos despedimos antes de que fuera muy tarde, emprendimos el regreso y nos encontramos con bastante tráfico a la entrada de la ciudad de México. Dejé a mis amigos en su casa y finalmente llegué a la mía un poco más tarde que lo que había previsto pero en una hora bastante decente. Me encontraba bastante contento de haber viajado con Marisela, Alondra y Martín, además de haber podido pasar un rato con mis amigos de Quecholac.

lunes, 16 de septiembre de 2019

Un día de viaje por Tlaxcala y Quecholac pt. 1. Tizatlán, Tlaxcala

Altar polícromo
El 3 de marzo de 2019 realicé un recorrido por Tlaxcala y Quecholac con mis amigos de hace 16 años, Marisela y Martín y su hija Alondra. Hacía tiempo que no salíamos a ninguna parte así que fue muy grato recorrer algunos lugares en su compañía, que además sería la primera experiencia en sitios arqueológicos complicados de visitar para Alondra.

En esta ocasión me tocó manejar, salí bastante temprano para recoger a mis amigos en su casa; el tráfico estaba muy tranquilo así que me tomó poco tiempo; para mi sorpresa no tardaron demasiado en salir (suelen ser muy impuntuales) y tomamos rumbo a la autopista Mexico-Puebla. 

En un principio parecía que sería un viaje problemático porque en cuanto comenzamos a avanzar el auto empezó a hacer una especie de ruido que iba acompañado de alguna manera por un cambio de presión que se sentía en los oídos, parecía como el rotor de un helicóptero y me preocupó bastante; paramos en una gasolinera y revisé el cofre sin encontrar nada raro aunque sospechaba que algo estaba obstruyendo la toma de aire; subimos de nueva cuenta y el sonido seguía; sin embargo decidí acelerar a ver si la cosa que obstruía se volaba con el viento y de pronto el problema desapareció.
Altar polícromo

A partir de entonces no hubo ningún problema mecánico, solo Alondra se mareó con las curvas de la autopista. Llegamos hasta San Martín Texmelucan y desde ahí nos dirigimos hacia la ciudad de Tlaxcala; la primera parada era Tizatlán, yo tenía previsto tomar un retorno de la carretera para llegar casi directo al sitio pero cuando llegamos ahí nos encontramos conque lo habían clausurado. Tuvimos que seguir más de 1 km y luego dar vuelta hacia el lado contrario de la carretera para regresar por algunas calles muy enredadas. Por fortuna los mapas nos ayudaron y finalmente pudimos llegar a un paso a desnivel que cruzaba al lado correcto y desde ahí nuevamente pasamos por un laberinto de calles hasta ver la iglesia colonial de Tizatlán.

Hicimos una pequeña parada para que pasara el mareo de Alondra y comiera un poco, luego de eso caminamos hacia un área techada frente al atrio de la iglesia; ahí se encuentra la parte excavada y abierta al público de este sitio que formó parte de los señoríos prehispánicos tlaxcaltecas.
Iglesia de Tizatlán

Pudimos ver algunos montículos bajos, solamente uno dejaba ver elementos arquitectónicos, entramos al área cubierta y pudimos ver que se trataba de una subestructura que alguna vez estuvo bajo el templo superior de un pequeño basamento, ahí se podían apreciar las paredes de algunas habitaciones y sobre todo dos altares bellamente cubiertos de pinturas polícromas.

El primero de ellos parecía tener una serie de cartuchos calendáricos, nos llamó mucho la atención descubrir rostros de Tláloc entre las figuras representadas. Yo no pude descifrar el resto de motivos de las pinturas pues no tengo mucho conocimiento del estilo así que solamente pudimos concluir que se trataba de algunas de las pinturas mejor conservadas que hubiéramos visto. Ahí estuvimos un buen rato pues yo quería documentar cada centímetro de los altares y además Martín le dio su cámara a Alondra y le encantó estar tomando fotografías del lugar.
Entrada a la vieja capilla abierta

Luego de salir, rodeamos el basamento y pudimos ver lo que quedaba de la escalinata que llevaba a la cima que cubrió el cuarto con los altares polícromos. Desde ahí caminamos a la iglesia colonial que estaba frente al sitio y el custodio nos llevó a la parte trasera pues ahí se encontraba una capilla abierta mucho más antigua que fue parcialmente cubierta por la construcción visible tiempo después.

Nuestra sorpresa fue mayúscula pues ahí dentro nos encontramos con una serie de pinturas (ahora coloniales) que también estaban muy bien conservadas y que eran sumamente bellas.

Nuevamente estuvimos un rato contemplando el lugar, se trataba de un arco donde al centro estuvo el altar, había un muro que sobresalía a los lados y un techo de madera, todo profusamente decorado.
Capilla abierta de Tizatlán

El techo de esa área me recordó mucho a las bellísimas iglesias de Andahuaylillas y Chinchero en Perú, había partes con los detalles muy nítidos y coloridos y algunas, sobre todo en la parte baja, que ya habían perdido los murales y solo se veían en color blanco.

Una vez que salimos nos encontramos con una escultura prehispánica colocada junto a la iglesia; Tizatlán es uno de los sitios donde mejor se puede apreciar el contraste e incluso la integración entre el pasado prehispánico y colonial.

Regresamos al auto para hacer un corto trayecto, yo tenía la propuesta de hacer una caminata por los cerros aunque no sabía si mis compañeros aceptarían...

sábado, 7 de septiembre de 2019

Viaje al sur de Puebla pt. 5 y final. Atenayuca, Puebla

Primer montículo de Atenayuca
Salimos de Tepeteopan y nos dispusimos a cruzar una gran parte del sureste de Puebla por un camino de terracería, por fortuna no había llovido recientemente y la superficie estaba firme. Aún así nuestro recorrido fue bastante largo, pasamos por cerros y cañadas cubiertos de la vegetación seca de la zona, algunas de las vistas eran majestuosas y bellas; dejábamos detrás nuestro una estela de polvo blanco y parecía que estaríamos avanzando a poca velocidad sin llegar a ninguna parte.

Luego de un buen rato que no contabilicé, nos acercamos al pueblo de Atenayuca; antes de llegar, Jorge, que ya había estado ahí, nos señaló un gran montículo del lado derecho del camino. Paramos ahí y nos acercamos caminando, una vez más cerca ya no parecía ser un edificio tan alto, más bien estaba sobre una elevación natural y una plataforma que desde lejos le hacían lucir enorme. Lo más interesante fue subir ya que nos encontramos con restos de su templo superior y de los cuerpos del basamento en su parte trasera.
Montículo norte de Atenayuca

Volvimos al auto y poco después entramos en el poblado actual de Atenayuca, cruzamos una barranca por un pequeño puente y llegamos a una gran planicie; dejamos el vehículo estacionado junto a las últimas casas y seguimos caminando por un sendero desprovisto de vegetación alta, el calor era intenso y casi no se veía ninguna sombra.

Pasamos algunos montículos hasta que llegamos a un área que parecía ser el núcleo de un gran asentamiento; pasamos sobre los restos de un muro semiderruido y luego de ello nos encontramos con el juego de pelota central de los tres que se encuentran ahí. 

Bajamos a la cancha y ahí Jorge se puso a volar el dron, con ello pudimos ver varios montículos en los alrededores pero lo más interesante fue que al dirigir la pequeña aeronave al norte, se topó con una estructura mediana perfectamente cuadrada, se veía tan clara su forma que decidimos ir a buscarla.
Muro del juego de pelota oriente

Luego de algunos minutos y de cruzar un campo de cultivo dimos con lo que buscábamos: era un edificio con 6 o 7 metros de altura que tenía rasgos arquitectónicos aún visibles, como el trazo de su escalinata de acceso, algunos muros de los cuerpos escalonados y un bello piso de estuco casi perfecto en su cima. 

Luego de un buen rato de documentar el edificio, regresamos al área central por un camino más al oriente. Jorge nos dijo que de los tres juegos de pelota de Atenayuca únicamente el de aquel lado tenía arquitectura visible así que decidimos que terminaríamos el recorrido ahí.

Caminamos entre plataformas bajas y más campos cultivados actualmente cuando de pronto, luego de pasar una albarrada de reciente construcción, vimos un gran muro de mampostería y nos dirigimos hacia allá.
Juego de pelota oriente

Subimos a la parte más alta de la pared siguiendo los contornos que ya estaban destruidos y del otro lado vimos una gran cancha de juego de pelota con forma de doble T. Al igual que la central del lugar se trataba de uno de los edificios de este tipo más grandes que hubiera visto, muy probablemente del mismo tamaño que los de Tula o Xochicalco por lo que me inclino a pensar que la temporalidad de Atenayuca es del epiclásico al igual que aquellas dos ciudades. Pudimos ver más secciones de muro en pie aunque las piedras de recubrimiento habían sido arrancadas en todas partes. 

Como ya era tarde emprendimos el regreso a la ciudad, por fortuna salir de ahí fue más fácil puesto que existe una carretera asfaltada que nos llevó hasta Tepexi de Rodríguez y de ahí a la autopista México-Veracruz. Llegamos ya algo tarde pero por suerte Jorge me acercó bastante a mi casa. Así finalizó un nuevo recorrido por Puebla, un estado sumamente rico en vestigios arqueológicos pero con un descuido tremendo de los mismos.

miércoles, 4 de septiembre de 2019

Viaje al sur de Puebla pt. 4. Tepeteopan, Puebla

San Cristóbal Tepeteopan
Luego de visitar Cuthá, regresamos a Tehuacán y seguimos hacia el norte para llegar al poblado de San Cristóbal Tepeteopan. Nuestro destino era un sitio bastante poco conocido, los únicos datos que teníamos era que la destrucción ahí debía ser bastante grande pues incluso Guillermo Dupaix, quien lo visitó a inicios del siglo XIX ya reportaba el saqueo del lugar.

Pasamos por el poblado actual y luego tomamos una terracería hacia un cerro cercano; ahí nos encontramos con la sorpresa de que había topes incluso en un camino de tierra, pero las condiciones eran lo suficientemente buenas como para que Jorge se animara a seguir manejando hasta que de pronto nos encontramos frente a los montículos del antiguo asentamiento prehispánico.

Descendimos del vehículo y de inmediato nos encontramos ante un edificio alargado de piedra blanca que parecía totalmente destruido, al fondo se veía la estructura principal y los demás se dirigieron hacia allá, pero yo sospechaba del primer montículo y preferí observarlo primero.
Juego de pelota

Fue grande mi sorpresa cuando pude ver con toda claridad la figura de un gran juego de pelota que tenía un largo mucho mayor al promedio, solo comparable con canchas como las de Tula. En uno de los taludes me encontré con restos de paredes pero no pude identificar si se trataba de una construcción prehispánica o posterior.

Luego de recorrer todo el largo de la cancha del juego de pelota bajé a una plaza que lo separaba del montículo principal, ahí me encontré con un gran tanque de agua que sabía que estaba ahí pero además de eso me encontré con otro más; ambos estaban totalmente dentro del sitio y han contribuido a su destrucción ya que están construidos con piedra proveniente de los edificios vecinos.

Subí entonces a la estructura principal, el talud se encontraba totalmente destruido pero eso no se comparaba con lo que vi en la cima.
Restos de terrazas

En la plataforma superior corría un enorme hueco que partía al edificio en dos casi a la mitad, la cantidad de material que tuvo que ser extraído para realizar una oquedad de ese tamaño tenía que ser descomunal. 

Del lado en el que me encontraba no se veía ningún vestigio de arquitectura en pie, mientras que del otro lado de la brecha que partía al edificio podía ver una cruz cristiana. Bajé un poco por la parte de atrás y pude ver que por ese lado el edificio daba directamente a la ladera del cerro, por lo que descender por ahí era peligroso pues de resbalar podía caer por una gran altura.

Estuve buscando en los taludes y no podía ver nada en pie, sin embargo luego de dar casi tres cuartas partes de vuelta alrededor de la estructura pude ver la silueta de lo que habían sido los cuerpos del basamento pero ya sin ninguna piedra de recubrimiento.
Estructura principal

Finalmente regresé a la plaza y pude ver la estructura principal de frente, desde ese ángulo el gran hueco de en medio no se apreciaba del todo y con ello pude darme una idea del gran tamaño y majestuosidad que alguna vez tuvo.

No pude ver otros montículos aunque seguramente debieron existir, tal vez por causa de la brevedad de nuestra visita o porque ya fueron arrasados. A todos nos quedó una desagradable sensación por el poco cuidado que se ha tenido en el lugar y la destrucción sistemática de la que ha sido objeto.


lunes, 2 de septiembre de 2019

Viaje al sur de Puebla pt. 3. Cuthá, Puebla

Vista rumbo a Cuthá
Pensábamos salir muy temprano al día siguiente pero al tratar de contactar a Jorge no contestaba, luego de un rato nos dijo que estaba muy desvelado y que lo dejáramos dormir un rato más. Unas horas después llegamos al estacionamiento de su hotel y salimos rumbo a Zapotitlán Salinas para visitar el sitio arqueológico de Cuthá, cuyo nombre significa "cerro de la Máscara" en popoloca.

Yo había investigado una ruta que partía desde la carretera, bordeando algunos cerros sin tener que ascender demasiado aunque mis compañeros pensaban subir más directamente pero con mucho mayor desnivel. Me costó bastante trabajo convencerlos de que sería más rápido seguir mi ruta e incluso bajamos bastante por el camino aún en el auto buscando una entrada; al no ver nada, regresamos al punto que tenía marcado para el inicio. Aún así no fue tan fácil porque en un primer momento perdí el camino y acabamos caminando entre maleza muy espinosa. así que tuvimos que volver hacia abajo para seguir nuevamente la brecha correcta.
Terraza superior de Cuthá

Nos encontrábamos dentro de la reserva de la biósfera de Tehuacán-Cuicatlán, recién nombrada Patrimonio Mixto de la Humanidad, el paisaje era sumamente hermoso aunque tremendamente diferente a las selvas a las que me he acostumbrado, caminamos entre cactus de todo tipo, arbustos muy bajos y llenos de espinas, pero sobre todo eran notables los grandes órganos y las tremendas biznagas. 

Por un rato el sendero era casi plano y pasaba bordeando un cerro, del otro lado se extendía una extensa y profunda barranca; al otro lado del abismo podíamos alcanzar a ver las salineras que dan nombre a la región, ahí se pone a secar el salitre en terrazas y se obtienen "panes de sal", una actividad milenaria que ya se llevaba a cabo desde la época prehispánica prácticamente con el mismo procedimiento que podemos apreciar ahora, únicamente sustituyendo algunas herramientas de metal y plástico por piedra y cerámica.
Edificio 1 del sector 5

El último tramo del sendero era mucho más inclinado y con mucha tierra suelta, resbalar era muy peligroso por la cercanía de la barranca y por la cantidad ingente de espinas que nos rodeaban y todos terminamos con algunos pinchazos. Finalmente llegamos a la cima del cerro de Cuthá y nos encontramos con muros de contención que bordean una serie de terrazas prehispánicas.

La parte más alta del sitio se extendía por toda la parte alta del cerro y para llegar a la plaza principal pasamos primero por un pasillo estrecho que luego se ensanchaba y estaba rodeado por montículos bajos. Había varios caminos que se extendían por toda la zona y terminamos separándonos, yo llegué hasta la parte baja de alguna plaza y luego me dirigí a una elevación al oriente, poco después me encontré con el edificio 1 del sector 5: una estructura muy dañada que fue parcialmente consolidada pues contenía una gran tumba, Jorge ya estaba dentro de ella cuando llegué.
Tumba cruciforme

Ernesto arribó poco después de mí y entró en la tumba, Jorge se escondió en algún rincón y terminó asustándolo, algo que yo solamente pude escuchar desde afuera antes de pasar yo también.

La tumba tiene el estilo de las de los valles centrales de Oaxaca, tiene una planta cruciforme con un nicho al fondo y dos más, uno a cada lado. El más lejano se encuentra en un nivel superior al de los otros dos; todo se notaba ya restaurado pues incluso los dinteles de los espacios interiores estaban sustituidos por concreto, pudiendo distinguirse la leyenda "ingeniería" en uno de ellos.

La fachada del edificio está totalmente destruida y en su lugar solo quedó una pared de piedras de relleno que fueron colocadas de forma escalonada por los arqueólogos para evitar el desplome del resto de la estructura.
Vista desde Cuthá

Jorge estuvo volando el dron sobre la estructura e incluso intentó hacerlo dentro de la tumba, aunque eso era tan complicado que terminó tomándolo y llevándolo de esa manera.

Subimos a la parte alta del edificio y desde ahí se tenía una vista majestuosa, podíamos ver bastantes kilómetros a la redonda llenos de cerros ondulados, al fondo de las cañadas se veían los causes arenosos de los ríos de la zona, todo cubierto de la misma vegetación espinosa y de esos enormes cactus que sobresalían por encima del resto.

Yo llevaba un libro completo sobre el sitio con un mapa bastante bueno, a partir de él nos guiamos para buscar otros vestigios, así descendimos hacia una plaza más baja y nos encontramos con una serie de escalinatas todavía visibles en su lugar, vimos también algunos montículos muy destruidos y una estructura que era la segunda en tamaño del sitio, pero todo muy dañado y difícil de apreciar.
Escalinata

Finalmente nos sentamos un rato, excepto Nath, quién siguió recorriendo y pudo ver algunos muros de terrazas más que nosotros, yo buscaba un juego de pelota que estaba oculto por la maleza y finalmente decidimos regresar.

Cuando bajábamos la parte más inclinada del camino resbalé y terminé con una mano llena de espinas, una incluso se me metió debajo de la uña del dedo pulgar derecho; estuve el resto del trayecto sacando todas las pequeñas púas, usando incluso una enorme y sumamente dura espina de biznaga que corté con el machete para sacar con ella los pedazos que no podía coger con las uñas.

Llegamos con un intenso calor al auto, pero aún nos faltaba bastante para completar aquel día; así que nos dirigimos al siguiente sitio.