lunes, 18 de diciembre de 2017

Viaje a Tehuacán-Cuicatlán pt. 2. Santiago Quiotepec

Rumbo a Santiago Quiotepec
Desde Teotitlán de Flores Magón tomamos rumbo hacia el sur por una carretera muy sinuosa que sigue el curso de la región de la cañada, en la sierra norte de Oaxaca. Antiguamente ésta era la ruta de acceso desde Tehuacán hasta los valles centrales del estado sureño. Los paisajes se volvían cada vez más agrestes y pintorescos, la vegetación predominante seguía formada por los grandes órganos rodeados de huizaches y biznagas pequeñas a ras de suelo, de cuando en cuando veíamos la corriente de algún río en el fondo de las barrancas y pasamos por algunos pueblos no muy grandes antes de tomar la desviación de terracería hacia Santiago Quiotepec. Una vez ahí, comenzamos a descender entre los cerros hasta que llegamos a un puente sobre un ancho río; ahí Jorge nos dijo que era el mismo que deberíamos cruzar al día siguiente para llegar al sitio arqueológico de Ciudad Vieja, pero por el momento sólo nos limitamos a mirarlo desde el camino.
Iglesia de Santiago Quiotepec

Un poco más adelante la terracería volvía a ascender para rodear una escarpada pendiente y justo en el punto más alto se dominaba la vista del río, por lo que nos detuvimos para admirar el imponente paisaje que quedaba a nuestros pies; desde ahí ya podíamos ver la cúpula roja de la iglesia central de Santiago Quiotepec y supimos que estábamos cerca de nuestro último destino del viaje. Nuevamente nos pusimos en marcha y seguimos el camino que serpenteaba hasta llegar a las primeras casas del poblado. Ahí no había señal de celular, televisión o incluso de radio por lo que ya nos habíamos dispuesto a pasar el resto del día sin todos esos elementos modernos para sentirnos como en años pasados en los que aún no se inventaban; paramos en la primera casa, donde Jorge ya había estado y prueba de ello es que los habitantes de dicho hogar lo reconocieron.
Atardecer desde el mirador de la cruz

Nos sorprendió bastante que ahí tenian internet, por lo que no pasamos del todo sin tecnología; mientras pedíamos datos para rentar una cabaña y para conseguir guía que nos llevara a la zona arqueológica al día siguiente, dimos un vistazo a nuestros celulares pues era el único punto donde aquello tendría sentido. 

Nos indicaron que la mayordomía de los servicios turísticos pasaba de una familia a otra cada cierto tiempo, por lo que ellos (a diferencia de cuando Jorge estuvo ahí antes) ya no eran los encargados, pero nos indicaron que fueramos a una tienda detrás de la iglesia a preguntar así que eso fue lo que hicimos en seguida.
Cruce del río grande

Subimos de nuevo al auto para recorrer unas cuantas cuadras al centro del poblado, el cual tiene a penas alrededor de 500 habitantes. Escuchábamos música proveniente del lugar a donde nos dirigíamos y Jorge nos explicó que al no haber radio, había una gran bocina que sonaba para entretener a los lugareños. 

Llegamos a la iglesia, la cual no tenía grandes dimensiones, sin embargo se reconocía su antigüedad pues tiene características coloniales, asimismo en su fachada pudimos ver un bloque de piedra que contenía figuras labradas indudablemente prehispánicas y que casi seguramente fue llevada ahí desde la ciudad vieja al otro lado del río. El interior del templo es austero pero nos pareció bastante bonito.
Caminando hacia Ciudad Vieja

Desde ahí rodeamos y vimos algunas casas pintorescas que quizá eran las más antiguas del lugar, en sus fachadas tenían adosadas varias bancas de cemento, un lugareño entrado en años estaba descansando ahí y luego de saludarnos nos indicó la casa que buscábamos. Aprovechamos para comprar agua en la tienda y la mujer que atendía nos indicó que el encargado y el guía no se encontraban pero que podía vocearlos, lo cual aceptamos. Así pudimos observar otro uso del gran altavoz que estaba justo al otro lado de la calle, mientras nos sentamos en una de las bancas de cemento escuchamos como llamaban al guía del lugar para que acudiera a ofrecer sus servicios, sin embargo el primero que apareció en el lugar fue el encargado de las cabañas y nos indicó que esperáramos un poco para que barriera una de ellas: la más alta y con mejor vista para hospedarnos; aquél día no había otros visitantes en el pueblo así que podíamos darnos ese lujo.
Paredón en el conjunto 2 de Ciudad Vieja

Mientras eso pasaba, subimos al mirador del lugar, el cual es llamado "de la cruz" porque hay una justo en la cima. Desde ahí podíamos ver de un lado la iglesia y las casas del lugar y del otro una serie de cerros, además del curso del río. Jorge nos indicó una elevación justo en la otra rivera y pudimos ver la gran extensión que tenía, toda ella estuvo cubierta con la Ciudad Vieja de Quiotepec, construida por los Zapotecos y una de las zonas arqueológicas más importantes o quizá la más importante de la región de la cañada, en el norte de Oaxaca.

El paisaje que nos rodeaba era hermosísimo y pintoresco, tenía tonos marrones y grisáceos en el suelo que también resaltaban en los empinados acantilados que en varios lugares caían a pico hasta el río; la cubierta vegetal estaba verde por la temporada de lluvias que recién terminaba y resaltaba el color casi azulado de los enormes órganos que cubrían todas las laderas. Más abajo el río tenía un bello color aguamarina; todo enmarcado por un cielo profundamente azul surcado de nubes muy claras.
Estructura en el conjunto 3 de Ciudad Vieja

Frente al mirador estaban las cabañas, me sorprendió que a pesar de lo pequeño del poblado contara con un hospedaje tan acogedor, aquellas construcciones parecían muy limpias y sencillas pero con muy buen gusto. Nos instalamos en la que nos asignaron y poco después el guía del pueblo llegó y acordamos que saldríamos a las 6 de la mañana del día siguiente a recorrer los vestigios arqueológicos; también acudió a la casa que visitamos primero para pedirles que nos prepararan la cena para un poco más tarde.

Luego de un rato volvimos a subir al mirador pues el atardecer pintó de rojo las nubes y el horizonte, dando al cuadro que teníamos frente a nosotros una belleza aún mayor, la cual aún no terminó cuando todo se oscureció pues al mirar hacia el lado contrario pudimos ver una enorme luna casi totalmente llena que aparecía detrás de los cerros, el viento entonces era tan fuerte que hacía que perdiera el equilibrio si me mantenía de pie.
Estructuras en el conjunto 3 de Ciudad Vieja

Regresamos caminando a la entrada del poblado y ya nos habían preparado una sencilla pero muy rica cena con quesadillas, café y una salsa excelente y luego de estar ahí un rato aprovechando el internet, nos retiramos a la cabaña a descansar, yo dormí de inmediato pues me encontraba enfermo de gripe; Ernesto y Jorge se quedaron despiertos hasta ya entrada la madrugada.

Poco antes de las 6 nos preparamos para salir y encontramos a nuestro guía justo en la entrada a las cabañas, aún no amanecía y a penas empezaba a clarear el cielo, pero había suficiente luz como para caminar sin necesidad de linternas; así bajamos hasta la orilla del río, cruzando algunas calles de Quiotepec, un riachuelo con agua cristalina y una zona cubierta con pequeñas dunas de blanca arena.
Estructura en el conjunto 3

No existe ningún puente en la zona para cruzar así que debía ser a pie, ésto no se puede hacer en época de lluvias pues el nivel del agua sube varios metros. Debido a que no queríamos mojarnos los pantalones, cruzamos en ropa interior a excepción de Ernesto, quien fue el único que tomó en cuenta ésto y llevó un short y chanclas que no se fueran con la corriente. En cambio yo sufrí bastante por las piedras del fondo al pasar descalso, sin embargo fue una excelente experiencia pues nunca antes nos había tocado visitar una zona arqueológica a la que se tuviera que llegar cruzando un río a pie.

Del otro lado volvimos a vestirnos, estaba un poco nublado pero la temperatura era muy agradable, así que no tuvimos frío ni muchas incomodidades después de tan mojado inicio de recorrido a pesar de que en algunos puntos el agua nos llegó hasta el estómago.
Tumba en el conjunto 4

Llegamos a un área cubierta de arena más o menos plana que tenía ya los primeros montículos prehispánicos, esta zona baja era la más antigua de la ciudad vieja y más tarde supimos que además de plataformas habitacionales también contenía estructuras grandes y un juego de pelota.

Luego de unos 200 metros llegamos a la ladera rocosa del cerro y comenzamos a ascender hasta alcanzar un sendero señalizado que los lugareños habilitaron para la visita, a partir de ahí comenzamos a ver restos de muros con sus piedras bien alineadas, algunos montículos y escalones, de pronto nos topamos con una gran pared que tenía unas franjas decorativas muy características de los edificios zapotecas, fue el primer vistazo de una estructura excavada y desde ahí ya podíamos ver que el lugar fue muy importante en su tiempo.
Conjunto 4

El cerro formaba una rampa natural que llevaba a su parte más alta y a lo largo de ésta había algunos pasajes algo estrechos y también explanadas de distintos tamaños; en la primera de ellas nos encontramos con una tumba a la que entramos para ver que tenía forma de un pequeño pasillo con nichos en cada extremo y a ambos lados formando una cruz. Su altura era más de metro y medio, una pequeña parte de su techo había sido retirada para poder ingresar y tenía arquitectura muy sencilla.

Desde ahí ya veíamos que la ladera se hacía cada vez mas escarpada y que muchos de los desfiladeros fueron reforzados con muros artificiales que les daban mayor estabilidad y recubrían el talud en muchos lugares.
Vista desde el conjunto 4

Después de subir un poco más nos encontramos con una plaza, en cada extremo tenía un edificio con 5 metros de altura aproximadamente, el primero de ellos con una escalinata doble muy empinada que me recordó a las de edificios en los altos de Guatemala; en su parte superior había una plataforma con una sola escalinata mucho más ancha y algunos restos de lo que debía haber sido el templo que coronaba el edificio. La estructura al fondo de la plaza era muy cuadrada con una amplia escalinata y paredes prácticamente verticales. Del lado izquierdo había un edificio muy parecido a éste último pero más pequeño que en su parte trasera estaba ya fuera de la plaza y era sostenido por una gran pared que descendía por la ladera empinada. En el lado derecho no había construcciones pues la plaza terminaba en el borde de un acantilado.
Vista del conjunto 3 desde el 4

Pasando el edificio del fondo, pudimos ver que junto a él había otro más pequeño muy cuadrado también, formando un pasillo entre ellos que daba acceso a la parte más alta del sitio. Una nueva terraza contenía una tumba que debió ser enorme a juzgar por los grandes monolitos que se observaban y que fueron parte de su techo que yacía ya colapsado, por lo que no se podía acceder a ella. Nuestro guía nos dijo que por dentro tenía pasillos como un laberinto, por lo que probablemente fue parecida a las tumbas que se encuentran en los conjuntos principales de Mitla, muchos kilómetros más al sur, pero construida por miembros de la misma cultura zapoteca. Ésta parte del sitio estaba ya muy alta sobre el nivel del río y mostraba una bella vista hacia el actual pueblo de Santiago Quiotepec, enmarcado por el río grande que parecía aún más azul verdoso desde ahí.
El cerro de Ciudad Vieja al centro

Finalmente llegamos a la base del conjunto principal, estaba delimitado por una enorme pared de entre 12 y 15 metros de altura y al pie de ésta vimos otra tumba en forma de cruz con nichos en cada punta, aunque ésta tenía parte de su recubrimiento de estuco y hasta un poco de pintura mural roja. Mostraba el nicho principal adornado como la fachada de un pequeño templo y daba una idea de como debieron ser los edificios del lugar cuando estaban en pie, hoy en día no queda ningún templo, todos han caido y en su lugar dejaron montículos de tierra, solo se pueden apreciar algunos basamentos piramidales y muros.

Vista desde Ciudad Vieja
Ya en la plaza superior que coronaba todo el cerro, pudimos ver un gran juego de pelota, mayor que todos los que recuerdo en el estado de Oaxaca, que aunque no está excavado muestra sus taludes laterales y sus cabeceras muy claramente; desde ahí veíamos dos plazas con edificios sumamente monumentales: grandes plataformas con más de 6 metros de altura que delimitaban dos patios mayores que los que habíamos observado más abajo. Sobre la estructura más alta parecía haber existido un palacio con un patio pequeño al centro a juzgar por la forma de los montículos que dejaron los cuartos al derrumbarse y la vista era magnífica pues permitía ver hacia todos los ángulos, ahí pudimos ver por fín el otro lado del cerro, donde corría el río grande y se juntaba con otro más pequeño llamado río salado que bajaba por un cañón entre las montañas.
Vista desde el conjunto 4

Comenzamos a descender por el lado contrario, pasamos al borde de un gran acantilado y desde ahí podíamos ver la plaza del conjunto que vimos con las estructuras excavadas, detrás de ella el río serpenteaba hacia el horizonte dibujando una serpiente clara en el entorno rojizo y verde. La cúpula de la iglesia de Santiago Quiotepec era un pequeño semicírculo rojo que sobresalía al otro lado del río y las montañas se extendían hasta donde la vista llegaba. El paisaje natural era muy diferente al de otros lugares que hubiera visitado pero sumamente bello, no podíamos sino detenernos ahí a observar mientras el fuerte viento nos despeinaba. Así seguimos el descenso y seguimos encontrando grandes muros y restos de estructuras que no habíamos notado en el ascenso.

Llegamos hasta el río y nuevamente cruzamos, aunque el punto donde lo hicimos fue un poco más alejado del poblado, ahí el agua de pronto subía de nivel y me llegó al pecho. Regresamos al poblado y nuevamente nos esperaban para desayunar huevos con chorizo y frijoles a pesar de que ya eran las 12 del día. Luego de ello acomodamos nuestras cosas, subimos al auto y nos despedimos de todos nuestros anfitriones con una sensación de alegría y ganas de volver alguna vez. Nos dieron folletos en los que vimos que la región tiene muchos atractivos para visitar y luego nos dirigimos de regreso al poblado de Tecomavaca para buscar un museo comunal que estaba cerrado. Así tomamos rumbo a Puebla y queríamos ver la salida de la luna pero la neblina en el camino lo impidió así que seguimos de largo hasta la ciudad de México, terminaba así un corto pero memorable recorrido.



sábado, 9 de diciembre de 2017

Viaje a Tehuacán-Cuicatlán parte 1. Calipan y Cerro Colorado

Montículo en Calipan
Justo iniciando diciembre nuevamente recorrí la zona de Tehuacán-Cuicatlán, tal como lo había hecho en julio. Ésta vez fue mi amigo Jorge Díaz Henry quien sugirió visitar Santiago Quiotepec, ya en el estado de Oaxaca y también Ernesto Hernández se unió al viaje.

Nuestro recorrido comenzó temprano, saliendo de la estación Tepalcates del metro. Fue una mañana muy fría y yo estaba enfermo con una tos muy molesta pero como no me sentía tan mal decidí acudir; al llegar a la zona de Pantitlán pude ver que el oriente de la ciudad estaba cubierto por una densa neblina. Poco después de que llegué al punto de encuentro me encontré con Jorge, quien llegó en su carro, pues él sería el conductor durante todo el viaje que duraría un fin de semana. Ernesto había quedado de llegar al metro Acatitla, así que hacia allá nos dirigimos, pero tardó casi una hora en llegar, por lo que estuvimos viendo fotos en el celular de Jorge un buen rato.
Paisaje en el cerro colorado

Finalmente salimos de la ciudad cuando la neblina estaba ya disipándose, fue un trayecto sin incidentes, bastante rápido pues pasando las 11 de la mañana estábamos ya en Tehuacán y poco tiempo después nos desviamos hacia el pequeño pueblo de Calipan, donde Ernesto había detectado un montículo prehispánico.

La estructura está en una rotonda, aunque está sumamente destruido y no le queda mucha altura; sin embargo pudimos ver algunos pedazos de cerámica decorada sobre el suelo, el sitio no tenía nada de espectacular pero sabíamos que ahí cerca había una elevación llamada cerro colorado que sostenía un sitio arqueológico con pinturas murales de gran tamaño, había muy pocos datos de éste lugar por lo que no estábamos seguros de hacia dónde dirigirnos pero finalmente preguntando a un transeúnte, nos señaló una serie de cerros bajos y nos indicó que ahí era el lugar.
Paisaje en el cerro colorado

Nos acercamos lo más que pudimos en el auto, llegamos a un campo de cultivo donde estaban trabajando algunos lugareños y volvimos a preguntar; uno de ellos muy amablemente nos indicó el camino a seguir, nos dejó estacionar el carro en su terreno e incluso nos prestó su machete. Así comenzamos a caminar y al poco tiempo llegamos al pie del cerro; la subida me pareció mucho más ardua de lo que era pues mi nariz estaba muy tapada y por ello respiraba por la boca, lo que me fatigaba demasiado y me costó mucho trabajo mantener el paso.

Así llegamos al primer pico, quizás el más alto de esa zona de lomas, pudimos ver entre la maleza algunos montículos pequeños y huecos de saqueo, todo parecía indicar que estábamos cerca de las pinturas pero recorríamos la parte alta y nada podíamos encontrar más que restos sumamente dañados.
Área del cerro colorado

Llegamos al final de ésa cima y bajamos un trecho para luego subir a otro de los picos, ahí encontramos montículos más definidos pero nuevamente ningún rastro de las pinturas. En un momento Jorge se adelantó y bajó un poco por la ladera, Ernesto y yo inspeccionamos un montículo cuya cima estaba saqueada y entonces nos dirigimos a donde nuestro amigo se había ido. De pronto dí un paso y un dolor agudo invadió mi pie derecho, de inmediato bajé la mirada y me dí cuenta de que una punta de una planta espinosa como un pequeño maguey se había clavado en mi bota, la atravezó y fue a clavarse en el dedo pequeño. Me quité la bota con cuidado y lo más rápido que pude y con asombro comprobé que aquella punta era tan filosa y dura que pasó limpiamente por el cuero grueso de la bota aunque no se quedó clavada en mi dedo, podía sentirla dentro de la bota y por más esfuerzo que hice para retirarla sólo pude romper su punta, el resto quedó ahí entre el cuero y el forro y fue imposible de quitar.
Iglesia en Teotitlán de Flores Magón

Decidimos hacer un último intento yendo hasta otro pequeño pico, así que rodeamos gran parte de lo que habíamos recorrido pero ahí no encontramos prácticamente ningún resto prehispánico. Finalmente decidimos terminar nuestra búsqueda sin éxito pero convencidos de haber estado en otro sitio arqueológico debido a los restos de edificios que pudimos ver.

Una vez que subimos al auto nos detuvimos en la carretera pocos km más adelante para comprar agua y preguntamos ahí si sabían de las pinturas, a lo que el tendero respondió que creía que la zona donde se encontraban había sido cercada para que nadie pasara, de ser cierto eso nosotros no pasamos por el área donde se encontraban aquellos esquivos restos arqueológicos.
Interior de la iglesia de Teotitlán

Seguimos por la carretera y decidimos pasar a comer algo en Teotitlán de Flores Magón, cuando pudimos ver aquel poblado desde la carretera de inmediato nos llamó la atención la iglesia central, la cual sobresalía entre los cerros así que nos dirigimos hacia ahí. Sin embargo quedamos un poco decepcionados pues si era una edificación antigua fue recubierta recientemente y ya no quedaban detalles antiguos ni en su fachada ni en su interior.


lunes, 4 de diciembre de 2017

Viaje al sureste de Puebla pt. 4 y final. Presa del Purrón

El Purrón
Luego de salir de la zona de Coxcatlán, seguimos la carretera por un rato hasta que llegamos a un paraje que estaba lleno de grandes acantilados de color claro que sobresalían del paisaje de órganos y de huizaches. Luego de una curva vimos una de éstas grandes paredes especialmente notable, con una forma de medio círculo; ahí Neftalí nos indicó que debíamos parar pues habíamos llegado al sitio del Purrón.

Nos estacionamos en la entrada al paraje y entonces un hombre que pasaba en motocicleta se detuvo y nos dijo que podía guiarnos por el lugar, eso no hacía falta pero accedimos para no tener alguna dificultad con los lugareños.
Cortina de la presa

Bajamos al lecho de un río seco y a los pocos metros caminados vimos una gran pared que en un primer momento podría parecer natural pero una vez frente a ella se nota que está formada de bloques que parecen de barro unidos por una argamasa que hoy se está resquebrajando y que en parte cubre lo expuesto y le da la apariencia de tierra natural que cubre la roca. Ésta pared era tan grande y tan impresionante que nos quedamos con la boca abierta; sabíamos que el sitio es de finales del preclásico, un poco antes o al inicio de nuestra era; por lo que no podíamos mas que admirar la monumentalidad que lograron los constructores en una etapa tan temprana y por la mente me pasaba comparar el Purrón con lugares como Cholula, Jaina, Izamal, etc. Conforme avanzamos me parecía más factible ésto pues el volumen construido era enorme.
Pared de la presa

Nos dimos cuenta de que el camino pasaba por una sección que fue completamente destruida en la pared, por lo que la cortina de la presa estaba incompleta y era aún más grande de lo que aparentaba actualmente. Más adelante el muro seguía el curso del viejo río con una elevación que iba disminuyendo mientras subíamos una suave cuesta; ya casi al final de ésta larguísima construcción vimos una parte que presentaba perfectamente visibles los bloques de adobe con los que fue levantado y ahí no había argamasa pulverizada que los mimetizara, por lo que apreciamos con gran claridad sus detalles y si alguna duda de la naturaleza de éste lugar aún persistía, ahora se había esfumado; definitivamente ésta magna obra fue realizada por los lugareños en una etapa temprana del desarrollo mesoamericano con el propósito de retener el agua del río que pasaba por el lugar.
Pared en el área de "las compuertas"

Pasamos al lado contrario de la pared, ahí nuestro guía nos dijo que se encontraban las compuertas de la presa, en efecto pudimos ver restos de muro pero más pequeños que los anteriores. Subimos por una cuesta a un lado de éstos y notamos que la roca en las paredes de los acantilados estaba plagada de mineral de mica, un montón de destellos cristalinos aparecían con cada movimiento ya que éste material delgado y frágil reflejaba los rayos del intenso sol que brillaba sobre nosotros.

Un poco más arriba del lecho del río seco nos encontramos con una oquedad en la pared vertical de un acantilado, entramos y notamos que había una serie de surcos en la pared, algunos de ellos quizá fueran petrograbados antiguos, pero habían tantos rayones que era difícil decirlo.
Pequeña cueva

El guía nos dijo que la cueva tenía un pasillo mucho más profundo pero que se había derrumbado y en efecto no pudimos entrar más que dos o tres metros. 

Desde ahí caminamos un poco más para llegar a otra abertura en una ladera, ésta vez supimos que se trataba de un pasillo alargado y algo inclinado que tenía su entrada en la base de una pared y terminaba en un punto más alto en otro costado del acantilado. Sin dudarlo Neftalí, José y yo quisimos atravezar ésta formación natural y entramos. Yo iba segundo en la fila grabando el recorrido y frente a mí Neftalí iluminaba con la única linterna que llevábamos. La cueva parecía estar vacía de animales, aunque yo temía encontrar serpientes pues el piso estaba cubierto de zacate y otras hojas secas; no vimos ningún murciélago ni olía a guano pero todo el tiempo iba mirando al suelo y escuchando para evitar encuentros indeseables.
Mazorca arcaica

A penas llevábamos unos 6 o 7 metros avanzados cuando escuché a Neftalí decir groserías por primera vez en todo el tiempo que llevaba de conocerlo, aquello me sorprendió bastante y me acerqué a ver que era lo que había provocado esa reacción: se había encontrado una mazorca miniatura que debió haber sido cosechada en el lugar hace 5000 o 6000 años aproximadamente. El hallazgo era sorpresivo y muy emocionante, Ernesto llegó con su escala para colocarla junto a la mazorca y estuvimos tomándole fotografías un rato.

Al final dejamos aquel resto prehistórico a un lado de nuestro paso para no pisarlo y para que pudiera analizarse el sitio si alguna vez algún arqueólogo lo estudiara a fondo. Seguimos por el camino mientras Ernesto salía con el guía, ya podíamos ver la otra salida que se encontraba al final de una cuesta no tan empinada por lo que en total el pasillo tendría unos 15 metros de largo.
Vista desde la salida de la cueva

Cuando tuvimos luz yo pasé al frente ya sin la cámara y fui el primero en llegar al final de la cueva, donde un estrecho agujero llevaba al exterior. Tuve que arquearme un poco para salir pero cuando asomé la cabeza al exterior me encontré con una vista espectacular entre una cañada. Pude ver que estaba a unos 6 metros de altura sobre la parte más baja y que solo tenía un pequeño espacio para pararme, un sendero polvoriento y empinado llevaba al fondo donde ya estaba Ernesto y el guía.

Unos segundos después Neftalí también llegó y ambos nos paramos en el pequeño espacio para apreciar el panorama mientras José salía, pero él era bastante más robusto que nosotros así que le fue imposible pasar por el estrecho pasaje y decidió regresar de espaldas hasta salir por donde entramos.
Pared de la presa

Seguimos por la cañada y rodeamos un acantilado para volver a la presa, estábamos un poco más abajo de las compuertas y del otro lado del enorme muro que formó la cortina, y aún aquí encontramos restos de muro más bajos y un poco más cortos. Finalmente volvimos al auto completamente emocionados por la magnitud del sitio y por la mazorca arcaica que pudimos ver.

Regresamos a Tehuacán y finalmente entramos en el museo regional de la ciudad, ahí pudimos ver algunas piezas prehispánicas, coloniales, animales disecados y sobre todo una muestra de la evolución del maíz, desde que era una hierba silvestre llamada Teozintle hasta su diversificación, todo a mano de los campesinos de la zona sur de Puebla y de Oaxaca. Decidimos regresar a la ciudad no tan tarde así que saliendo de ahí solamente comimos una cemita y emprendimos el camino de vuelta. Aquel fue el último trayecto que realizamos junto a nuestro amigo Neftalí, fue tan divertido como cualquier otro pero quedará en mi memoria como un momento especial. Agradezco haber tenido la oportunidad de viajar con él en varias ocasiones pues siempre fue un excelente compañero que sabía bastante de los lugares que visitábamos y compartía su conocimiento sin reservas.