martes, 18 de julio de 2023

Trekking a El Mirador. Parte 7: La Muralla

Costado de la crestería
Después de comer, Eduardo, Carlos, Leonardo, Ernesto, Valeria, nuestro guía Antonio y yo salimos del campamento para intentar llegar hasta La Muralla antes de que nos alcanzara la noche. En un principio tuve problemas porque me llevé el dron amarrado en mi mochila de ataque, pero no se quedaba en su lugar e incluso estuvo por caer al suelo, tuve que improvisar para atorarlo sobre mi pecho y aguantar la incomodidad por todo el trayecto de ida, cuando la bolsa de agua que llevaba estaba completamente llena e impedía que guardara el aparato dentro de la mochila.

Primero pasamos por la Plaza Central de Nakbé y volvimos a tomar la calzada hacia el grupo Noreste. Casi llegando a los edificios de ese conjunto nos encontramos con una desviación hacia el norte que estaba señalada como el camino a La Muralla. Valeria y yo estábamos al frente y nos pidieron que alguno de los dos liderara y marcara el paso. A estas alturas estaba viendo los resultados de mi entrenamiento de un año caminando en la ciudad, subiendo cerros y recorriendo sitios; me parecía que nadie se había preparado tanto como yo y que podía recorrer el camino (que entonces creía que tenía 8 km) en apenas 72 minutos o incluso menos, pero pensé que los demás no podrían seguirme el paso. Le dije a Valeria que ella liderara y de todas maneras su ritmo fue descomunal, tomando en cuenta que para entonces ya teníamos encima más de 100 km en total, contando los recorridos por los sitios. En una hora ya habíamos recorrido más de 5 km.

La Muralla
Decidimos bajar la velocidad; tanto Eduardo como Antonio comenzaban a verse cansados, Carlos tenía molestias en una de sus rodillas y Ernesto también se comenzaba a ver mermado. Así llegamos a los 8 km, pero pronto nos dimos cuenta de que la distancia hasta el sitio debía ser más grande, ya que nos encontrábamos en medio de un "pantano" que había que pasar antes de arribar. Este terreno era terrible, sumamente irregular, por lo que no se podía caminar normalmente y las pisadas eran sobre ondulaciones de la tierra endurecida; esto, junto con mis botas ya muy desgastadas y viejas, me provocó un par de ampollas que, aunque muy pequeñas, me incomodaban a cada paso, con el avance de los kilómetros, mi pantalón comenzó a rozarme la pierna derecha, había cometido el error de usar el más ajustado aquel día.

Estructura con crestería
Luego de 10 km, vimos un par de cojolitas (pavos de monte de color oscuro) que levantaron el vuelo frente a nosotros, dirigiéndose al lado izquierdo del camino, en un terreno que se elevaba. Al voltear a verlas, nos percatamos de que habíamos llegado al sitio. Fue sorprendente que justo en ese punto nos encontráramos con esas aves.

Subimos un poco y llegamos hasta la base de un edificio terriblemente destruido, nada podíamos apreciar de su fachada ni de sus habitaciones, únicamente se apreciaba un montículo con numerosos huecos de saqueo.

Sin embargo, La Muralla fue la cereza del pastel llamado Trekking a El Mirador. Sobre esta estructura arruinada se levanta una monumental e impresionante crestería que se eleva casi 10 m y tiene un ancho que quizá supere los 20 m. Se puede apreciar las ranuras que tiene cada sección de este muro y varios segmentos en los que se aprecian decoraciones en estuco. También se distinguen piernas y cuerpos de personajes.

La Muralla
Eduardo se sentó un rato y después se quedó dormido en el suelo, mientras que los demás tomábamos fotografías y yo volaba el dron. Pude obtener varias tomas que me gustaron bastante, había suficiente espacio para el vuelo y el sol estaba por ponerse.

Cuando estuvimos a punto de irnos, pudimos ver un par de tucanes que estaban posados sobre un árbol cercano y les tomé algunas fotografías y vídeo. Así emprendimos el regreso, justo con la luz disminuyendo, pero casi todo el trayecto fue en total oscuridad. No había pasado mucho tiempo cuando Eduardo tropezó fuertemente con una raíz, lo que provocó que se rompieran tres uñas de su pie derecho, sin embargo continuó, aunque tropezó de nuevo y tuvo una aparatosa caída, afortunadamente esta no tuvo consecuencias, aparte de un fuerte golpe en su brazo.

Tucán en La Muralla
A partir de entonces nos colocamos en fila, con Antonio al frente y yo cerrando la marcha, y cada quién iba gritando a los demás cuando veía algún obstáculo en la vereda. A pesar de que el camino se estaba volviendo un suplicio para algunos de mis compañeros, podíamos ver la luna saliendo por un costado, entre la selva, y veíamos los omnipresentes ojos de las arañas que brillaban a la luz de las linternas. La experiencia fue extraordinaria, aunque convenimos en que no era una buena idea visitar Nakbé y La Muralla el mismo día, el GPS de Eduardo midió un recorrido total de 40 km, así que si en un futuro repetíamos este trayecto, habría que hacerlo en un día extra. Por último, en algún momento cerca de Nakbé, Eduardo y Leonardo afirmaron haber escuchado el canto de una mujer entre la selva, aunque los demás no lo notamos.

La mayoría de nosotros llegaron muy mermados hasta el campamento, aunque Valeria y yo parecíamos aún enteros y llegué cantando junto con Ernesto, al igual que al entrar a El Mirador. Nos encontramos con algunos de nuestros compañeros que nos estaban esperando y cenamos antes de irnos a descansar, el día siguiente era, sin duda, el más difícil de todos, y ahora tendríamos que afrontarlo con el grupo completo. Me tomé un tiempo para revisar mi par de ampollas, que ahora parecían minúsculas; y para echar talco en mi pierna rozada, la cual me preocupaba para el día siguiente, por fortuna el talco que tenía eliminó toda molestia.



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