martes, 4 de julio de 2017

Viaje a Yucatán y Campeche pt. 9. Una experiencia extraña en Chunjabín y año nuevo.

Camino a Chunjabín
En Dzilam González nos dieron indicaciones para llegar a un área llamada Chunjabín, ahí se encuentran dos sitios arqueológicos con algunas estructuras visibles. Teníamos el mapa para llegar por dos caminos y a sugerencia de nuestro informante en el pueblo tomamos el primero y más largo debido a que el otro parecía estar muy cubierto de maleza.                                                    
Nunca nos imaginamos que éste recorrido sería uno de los más extraños que hayamos seguido. Avanzamos en el auto unos pocos kilómetros por carretera y luego entramos a una terracería muy pedregosa; el avance era muy lento pues en muchos lugares el carro pegaba con salientes del camino, todo el tiempo la hierba crecida se escuchaba como cepillando debajo de nuestros pies y en algunos tramos incluso teníamos que bajar para pasar trechos especialmente difíciles. El camino se mantenía en buena parte recto, con algunas curvas y muchos desniveles ligeros.

Cerca de Chunjabín
Justo después de una curva de 90° nos encontramos con una puerta abierta que servía para cerrar el paso a todo el camino, tenía una cadena con candado y frente a ella una motocicleta estacionada; sospechamos que el dueño de ésta última era el poseedor de la llave y mientras avanzábamos esperábamos verle para informarle de nuestra presencia y evitar que cerrara el paso dejándonos atrapados dentro, poco a poco fuimos alejándonos pero no hubo rastro de nadie y finalmente lo olvidamos.
Aproximadamente a un kilómetro y medio de nuestro objetivo el camino se puso tan malo que tuvimos que dejar el carro a un lado de la terracería y continuar el resto a pie. Íbamos a una zona que en la vista de satélite mostraba cuadrados de construcciones y teníamos algo de ansias por llegar para observar si eran prehispánicas; todo comenzaba de forma prometedora pues encontramos un altar formado de piedras sueltas y que contenía veladoras entre ellas, mostrando que en el lugar se llevan a cabo ritos religiosos pero al final todo fue completamente decepcionante pues en el punto que tanto buscábamos había tan sólo un pequeño montículo de piedras totalmente destruido y una serie de corrales ganaderos que formaban los rectángulos que se veían borrosos en el mapa.

Intentamos encontrar algo más entre la selva, así que tomamos el machete y tratamos de entrar en todos los senderos que encontramos pero el tiempo transcurría y no hallábamos nada, finalmente hice un esfuerzo tremendo para atravezar un área enselvada y encontré las bocas de varios chultunes pero nada más. Cuando regresaba con los demás una rama con grandes espinas se balanceó y la ví acercarse hacia mi frente como en cámara lenta, una de sus afiladas salientes atravezó mi sombrero de tela y se clavó justo donde inicia el cabello a un costado de la ceja derecha y aunque hice muchos esfuerzos por sacar la espina fue imposible y únicamente me deshice de ella mas de un mes después cuando fue expulsada naturalmente al cicatrizar la herida. 

La noche en Chunjabín
Una vez que volví con los demás, decidimos rendirnos pues la luz era ya muy poca para seguir y el cielo estaba totalmente pintado de rojo. Habíamos tardado hora y media en llegar hasta ahí por la terracería y saldríamos ya completamente a oscuras. Caminamos de regreso a donde dejamos el auto y decidimos seguir a pie mientras Julio manejaba para que no golpeara tanto con el suelo pedregoso. La noche ya era completa cuando de pronto los faros iluminaron la puerta que tenía el candado ¡y estaba cerrada!; recordamos los temores que habíamos tenido de que ésto sucediera al no encontrar al dueño de la motocicleta y comenzamos a revisar buscando la forma de salir de ahí. Lo primero que se nos ocurrió fue sacar la estaca que fijaba un lado de la puerta con todas nuestras fuerzas para luego volverla a poner en su lugar pero era sumamente pesada y no encontrábamos forma de lograrlo. Luego alguien de nosotros recordó que teníamos la lima para afilar el machete, entonces podíamos cortar con ella un eslabón de la cadena y quitarla para pasar, luego dejaríamos un poco de dinero en el lugar para que la arreglaran; el lograr ésto llevó algún tiempo pero luego de estar poco menos de media hora parados ahí finalmente limamos suficiente para que el golpe de una piedra grande botara la pieza. Al final del proceso me aljeé un poco del área que los faros del auto iluminaban y pude ver uno de los cielos más hermosos y llenos de estrellas que pude haberme imaginado, lejos de ciudades grandes y completamente en el centro de un área de campos de cultivo.

Cuando finalmente pudimos subir al auto llevábamos más de 45 minutos, de los cuales menos de 20 habíamos avanzado. Íbamos hablando de supersticiones y cosas sin explicación que suceden en lugares remotos y yo les decía a los demás que jamás había pasado por nada de eso y que no creía que aquello fuera posible aunque me gustaría vivir algo sobrenatural; finalizando con una frase que no le gusta para nada a algunos de los que me han acompañado en recorridos como ese: "si se va a aparecer el diablo que se aparezca de una vez". De pronto Wilberth dijo que sacaría su cámara pues había visto un pájaro llamado tapacaminos, el cual es nocturno y difícil de capturar en fotografía; se sabe de su presencia porque se para en medio de las carreteras y sus ojos reflejan la luz de los faros. Varias veces Wilberth vio pasar pares de luces, pero comenzó a dudar que fuera por el paso de éstas aves y Julio nos dijo que llevaba un rato viendo como aquellos puntos blancos y luminosos cruzaban el camino. Yo les dije que seguramente eran murciélagos o coatíes que habíamos visto a nuestro paso, sin embargo yo mismo pude ver el fenómeno y por la forma de moverse rápidamente y en línea recta mas de un metro sobre el camino era imposible que fueran los ojos de éstos animales reflejando la luz. Al final todos estábamos totalmente atentos para tratar de ver cualquier cosa que pasara y entonces vimos además de las luces blancas un par de rojas; unos segundos después nos dimos cuenta que éstas últimas eran un auto y que habíamos llegado a la carretera asfaltada.

Nuestra sorpresa fue grande pues no llevábamos más que alrededor de media hora de avanzar por el camino, no había forma de tomar otro ni que hubiéramos ido tan rápido; además, a excepción de las últimas luces, todas las anteriores no podían ser de autos pues había desniveles en el camino y curvas que harían imposible ver desde tan lejos la carretera. El desconcierto fue aún mayor cuando Eduardo, quien había estado contando los kilómetros avanzados en su GPS nos dijo que ahí marcaba que faltaba distancia por recorrer. Ni entonces ni ahora pudimos explicar lo que pasó pero se convirtió en mi primer y única (hasta ahora) experiencia extraña en cualquiera de mis viajes.

Una vez en la carretera nos dirigimos directamente hacia Mérida y llegamos poco antes de las 10 de la noche, suficiente para ir al centro a buscar algún lugar donde recibir el año nuevo. Fue un gran problema pues todos los lugares conocidos estaban abarrotados o tenían menús especiales muy caros. Estuvimos deambulando un buen rato con demasiada hambre, así que para calmarla compramos algunas marquesitas (especie de barquillo cilíndrico al que le ponen queso holandés en su centro o algún otro ingrediente como nutella o fruta). Más allá de las 11 pm decidimos volver al hotel por el auto y dirigirnos al paseo montejo a una taquería; la encontramos también llena aunque conseguimos mesa justo cuando se escuchaban a lo lejos los fuegos artificiales que anunciaban las 12 de la noche, así que el año nos alcanzó sin haber pedido la cena y a penas sentándonos a la mesa. La espera no fue en vano pues la comida fue muy buena y ya entrada la madrugada regresamos al hotel a dormir un rato pues al día siguiente teníamos cita con un nuevo guía que nos llevaría a algunos sitios poco conocidos al sur del estado.

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