Por la mañana, antes de las 5, mi enojo se había esfumado
por la emoción de iniciar por fin el tan esperado trekking a El Mirador. Hacía
11 años que me había enterado de su existencia y 23 desde que vi por primera
vez un dibujo de aquel sitio del Preclásico, mientras me preguntaba en dónde
podría encontrarse algo así. Jorge, en cambio, seguía molesto, pero esas
sensaciones se fueron diluyendo después de cruzar a Flores en lancha,
atravesamos la isla caminando con nuestras mochilas y nos encontramos frente al
puente de entrada con Eduardo, que ya nos esperaba junto a la camioneta que nos
llevaría a Carmelita, el último poblado al norte y donde se comienza la
caminata.
Al poco tiempo estábamos todos en camino, recorriendo un
largo trayecto por terracería y pasando un par de controles donde había que
registrarse. Finalmente, llegamos hasta Carmelita, dejamos el equipaje que
cargarían las mulas y pasamos a desayunar. Una vez terminada la comida,
alistamos nuestra agua para el camino y nos reunimos en el centro de
visitantes. Dos guatemaltecos se unieron a nuestro grupo porque no habían
alcanzado al suyo, estuvieron con nosotros un par de días y luego se integraron
con sus compañeros.
El camino se internaba entre los árboles casi de inmediato,
por lo que no tuvimos que estar expuestos al sol directo en ningún momento. Eso
era muy bueno porque el calor estaba cerca de los 40°C. Este primer tramo puede
ser recorrido con vehículos y esto lo aprovechan para llevar suministros al
campamento de Tintal, el cual es el mejor equipado de todos los que visitamos
durante el trekking; sin embargo, la desventaja es que el suelo que
pisábamos estaba tremendamente disparejo y lleno de surcos de llantas que se
habían hecho sobre lodo luego de alguna lluvia, y que ahora estaban duros y
teníamos que pasarlos haciendo equilibrio.
Luego del descanso, reanudamos la marcha y comenzamos a
encontrarnos con cada vez más montículos, todos llenos de trincheras de saqueo,
algo que vimos en todas y cada una de las estructuras que encontramos, sin
ninguna excepción.
En la entrada al sitio nos reunimos todos, esperando a los
más rezagados. Después volví a adelantarme, alcanzando a grabar solamente el
gran juego de pelota del sitio, uno de los más grandes del área maya. Caminamos
un poco por el área central, rodeada por un foso que alguna vez tuvo agua, algo
muy parecido a Becán, aunque El Tintal es más antiguo, ya que data del
Preclásico.
Salimos por otro camino y llegamos al campamento, ahí nos
acomodamos en nuestras tiendas y luego regresamos un poco hacia el sitio para
subir a la estructura Henequén, donde observaríamos el atardecer. El nombre de
Tintal se debe a que en el área se encontraba una gran cantidad de árboles de
palo de tinte, no hay estructuras con arquitectura visible, solamente
montículos, algunos de gran tamaño.
Ya arriba se nos pasó el susto y miramos el primer atardecer
del trekking, aunque no había nube alguna y únicamente en el horizonte se
observaba una capa de humo, producto de la temporada de quema de los campos de
cultivo, lo que hacía que no fuera un crepúsculo muy espectacular. Permanecimos
algún rato más y tomé unas cuantas fotos de las estrellas, aunque no resultaron
muy vistosas.
Finalmente regresamos al campamento, tomamos la cena, que
tuvo un excelente sazón y nos retiramos a dormir ya tarde, después de estar
conversando un buen rato.
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