Después de más de una década de desear visitar el ya legendario
sitio maya de El Mirador y habiendo pasado contratiempos que pospusieron el
viaje indefinidamente, incluso después de atravesar una pandemia mundial,
finalmente llegó el 30 de marzo de 2023, día elegido para comenzar el viaje que
me llevaría de regreso a la selva del Petén, en Guatemala.
Fue un día sumamente largo,
tenía ya todo listo para mi partida pero primero me tocó trabajar. El
cumpleaños de mi jefa, la Dra. Lourdes se acercaba y ya no la veríamos pronto,
así que Romina (mi compañera y amiga) y yo decidimos que le compraríamos un
pequeño pastel, siendo yo el designado para pasar a comprarlo antes de llegar.
Después de mi parada en el centro comercial, acudí al cubículo donde he pasado
ya casi dos años haciendo trabajo arqueológico de gabinete, mi primer empleo
formal en el área. Me encontré con la novedad de que, tanto la Dra. como
Romina, estaban en la clase que mi jefa imparte los jueves; no quise
interrumpir, así que me quedé solo preparando la bibliografía para un artículo
que tenemos en preparación.
A medio día Romina salió
casi corriendo, ya que tenía un compromiso. Antes de irse pasó a despedirse de
mí y a desearme un buen viaje, ella sabía bien cuánto había esperado ese día;
más tarde nuestra jefa también salió y le entregué el pastel que compramos poco
antes de que también se retirara. Fueron dos alegres despedidas para unas
vacaciones de dos semanas, con muchos buenos deseos y abrazos cálidos. No puedo
comenzar mi relato sin mencionar que este, mi primer trabajo como arqueólogo,
es para mí como vivir en un sueño. Aunque es bastante humilde, alcanzó para que
realizara mi viaje: yo nunca había sido feliz con ningún empleo, ahora lo soy y
me siento sumamente orgulloso de compartir mi tiempo y aprender de dos personas
a quienes quiero y admiro profundamente, y que trabajan tan apasionadamente
como yo.
Pero ahí no termina el
ensueño en el que vivo todos los días. Yo no me marché de inmediato; Perla,
quien me invitó a trabajar en este lugar en primera instancia, y con quien doy
algunas clases en la universidad como profesor adjunto, también saldría de
viaje, así que me invitó a comer junto con las tesistas de posgrado. Después de
un rato de espera, fuimos a un pequeño restaurante de mariscos y brindamos con
cerveza. La plática fue muy agradable, nuevamente me sentí muy afortunado de
estar ahí... a ambos nos desearon feliz viaje y luego tuve que marcharme con
algo de prisa para ir a mi casa por mi equipaje. Además de mi trabajo, convivo
con muchas personas interesantes con quienes tengo un trato muy amigable. Si
bien la academia es un lugar donde la gente suele destrozarse entre sí, yo no
estoy inmerso en ello y he venido a caer en un lugar muy agradable para mí.
Llegué a mi casa algo
apresurado, apenas tuve tiempo para acomodar los últimos detalles, revisar las
reservaciones de hotel y despedirme de mi papá. Dejé un tremendo desorden en mi
cuarto, el cual no volvería a ver en 11 días.
No quise gastar en taxi,
tendría que ahorrar todo lo posible para más tarde, así que anduve en camión
para ir a encontrarme con mi amigo Jorge, quien manejaría todo el camino hasta
Flores, el punto de encuentro con todo el grupo que realizaría el trekking.
Esperé un poco a que saliera de su trabajo y de ahí nos dirigimos en su auto
hasta su casa, donde ya nos esperaba Nath, su novia, que también iría con
nosotros al viaje.
Estuvimos viendo un rato la
televisión, pero había que dormir algunas horas, por lo que nos fuimos a
acostar temprano, habiéndonos enterado de que Ernesto, otro de los
participantes del viaje, había salido ya en autobús rumbo a Villahermosa. Yo
ansiaba darle alcance, aunque teníamos que esperar aún algunas horas.
Poco después de las 2 de la
mañana, Adriana, la cuarta de las participantes del viaje que viajaría en el
auto de Jorge con nosotros, nos mandó mensaje diciendo que ya estaba por llegar
donde nos encontrábamos. Edson, su novio y compañero nuestro en viejos
proyectos, la había llevado en carro; conversamos un poco y acomodamos todo
para salir a comenzar el viaje. Nos despedimos de Edson y tomamos rumbo primero
hacia Tlalpan, había que pasar a recoger a Rosa, la última ocupante del auto
para completar las 5 plazas. Ella es amiga de Jorge; Adriana y yo no la
conocíamos hasta entonces, y había sido la última de todo el grupo del trekking
que se agregó al viaje, apenas un par de días antes. Una afortunada adición, ya
que disfrutó bastante el recorrido y fue una compañera agradable y entusiasta.
Finalmente tomábamos rumbo
hacia Flores, en Guatemala. No podía creer que estuviera pasando por fin y pasé
casi todo el tiempo mirando el paisaje y platicando. Siempre me gusta manejar,
pero Jorge jamás soltaría el volante de su auto y aguantó muy bien todo el
trayecto. Tomamos la salida a Puebla, atravesamos esa ciudad y seguimos hasta
las Cumbres de Maltrata, las cuales estaban libres de neblina, lo que hizo
bastante sencillo su cruce. Más tarde, en La Tinaja, tomamos la desviación
hacia Coatzacoalcos y justo ahí nos alcanzó el amanecer. Ese tramo siempre me
da sueño, así que, como buen pasajero, me quedé dormido por única ocasión en el
trayecto. Desperté cerca de Acayucan y no volví a pegar los ojos, ahí Jorge
llamó a Ernesto, quien nos dijo que estaba por llegar a Villahermosa, a pesar
de tener muchas horas de ventaja estábamos por alcanzarlo.
Más adelante tomamos rumbo a
también a Villahermosa, la cual evitamos mediante su libramiento; avanzamos
hacia Catazajá y después dimos vuelta en la carretera hacia Tenosique. Nos
encontramos con la faraónica obra del tren maya, de la cual no opinaré. Pasado
el medio día entramos a la carretera hacia la frontera de El Ceibo, ya veíamos
el objetivo mucho más cerca. Jorge y yo cantábamos a todo pulmón e incluso
paramos un poco para que yo grabara el letrero de la última población del lado
mexicano: Sueños de oro.
El cruce de la frontera fue
un poco tardado porque había una fila de personas, pero sin mayor problema.
Mientras los demás sellábamos nuestra salida en la aduana mexicana, Jorge se
adelantó para arreglar el cruce del auto. Justo ahí nos encontramos con Ernesto
y Valeria, quienes acababan de llegar y tomarían un colectivo hacia Flores, les
habíamos dado alcance con más de 8 horas de desventaja. El transporte público
es mucho más lento que Jorge manejando...
Cuando pasamos a sellar nuestra entrada a Guatemala ya todo el trámite del vehículo estaba terminado, así que volvimos a abordar para continuar a Flores. Este trayecto fue mucho más lento, a pesar de que la carretera estaba en mejores condiciones que en México, había topes (llamados túmulos ahí) sumamente altos que obligaban a disminuir mucho la velocidad. Ya era tarde cuando llegamos por fin a la capital del departamento de Petén, decidimos ir directamente a comer y nos adelantamos a todos los demás en el restaurante bar que era el punto de encuentro. Llegamos ahí justo al atardecer, por lo que pudimos grabar y fotografiar al sol poniéndose sobre el lago Petén Itzá.
Mientras comíamos, poco a poco fueron llegando los demás
participantes del trekking, quienes ya habían llegado a Flores por la mañana y
en días anteriores: Eduardo y Mónica, de Querétaro, Erik, de Nueva Zelanda,
William padre e hijo y Thomas, de Mérida, Marcia, de Argentina, Juan, de Laredo
y Leonardo, de la Ciudad de México. Ya entrada la noche, cuando estábamos por
irnos (teníamos que rodear un brazo del lago en el auto para llegar a nuestro
hotel), finalmente llegaron Ernesto y Valeria, luego de varias horas desde la
frontera. Únicamente faltaba Carlos, de Chetumal, un viejo amigo que no había
visto en algunos años, pero él llegaría al día siguiente por la tarde.
Después de un rato
alcanzamos a los yucatecos, a Marcia y a Juan en el hotel, ya que estábamos
hospedados en el mismo, y ellos cruzaron el lago en lancha para llegar ahí, un
trayecto de 5 minutos, mientras que el rodeo en auto era de más de 20. Nuestra
habitación tenía un problema con el baño, el cual se arregló al día siguiente,
pero gracias a eso nos rebajaron a la mitad el precio de la primera noche.
Antes de irme a dormir disfruté de una bella vista nocturna de Flores desde la
orilla norte del lago. Por cuarta ocasión estaba ahí, y en el viaje más
esperado desde que comencé a visitar sitios mayas en 2012.
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