El quinto día de caminata en el trekking de El Mirador de 6
días es sin duda el más difícil de todos. Ese día se caminan 16 km hasta Wakná,
un sitio poco visitado y cuyo recorrido es muy breve; pero esa no es la meta
final, en total son más de 36 km hasta el campamento de La Florida, el último
de los puntos de descanso y pernocta.
Esta vez comenzamos casi una hora más temprano que el día
anterior, desayunando cuando el sol empezaba a asomarse en el horizonte y
saliendo alrededor de las 6:30 de la mañana.
Estructura principal de Wakná
El sendero que se toma, a diferencia de los de días
anteriores, no pasa sobre ninguna calzada prehispánica, por lo que es mucho más
irregular. El terreno que hay que cruzar es una auténtica sierrita de colinas,
por lo que hay que hacer muchos giros, subir y bajar incontables veces. La
caminata termina de complicarse por el paso en los ya conocidos
"pantanos", algunos de ellos aún húmedos y otros con lodo endurecido
y estropeado por las huellas de las mulas. Incluso las bestias de carga tienen
dificultades para mantener el equilibrio en algunos parajes.
Pinturas en la Tumba
Desde un principio Jorge comenzó a apretar el paso, iba a un
ritmo muy fuerte y se adelantaba al grupo; por un lado me ponía nervioso que se
fuera a perder en uno de los tantos lugares donde un árbol bloqueaba el paso y
había que rodear en secciones despejadas a filo de machete, por el otro me
contagiaba las ganas de llegar más pronto a nuestra meta. Además de nosotros
dos, Leonardo también iba al frente, algo sorprendente porque había dicho desde
un inicio que no entrenó para el recorrido, pero demostró que era el más joven
de todos. Por ratos también iban con nosotros Thomas, Nath, Valeria y Erik,
quien a sus 75 años se veía mucho más entero que los demás, para mí, él es el
más impresionante de todos los participantes del trekking.
Muchas veces nos detuvimos para esperar al grupo y no
separarnos definitivamente de ellos. Entre el resto de nuestros compañeros,
Rosa, Mónica, Marcia y los Williams parecían mantener de buena forma un ritmo
más bajo que el nuestro, pero sin agotarse demasiado. Juan ya había utilizado
la mula que había pedido para él, Ernesto estaba fundido, Carlos tenía dolor en
la rodilla que ya le molestaba el día anterior y comenzó a utilizar un palo
como bastón, y Adriana y Eduardo estaban destrozados, ya sea por el cansancio y
las ampollas, o por las uñas rotas del día anterior, aunque ambos se negaban a
subir a la mula. En realidad no había ninguna prisa, ya que teníamos suficiente
tiempo para visitar Wakná y podíamos dejar para el siguiente día el corto
recorrido en La Florida, pero nadie quería caminar de noche. Nuestro guía
Antonio estaba también fundido, y no parecía tener muchas ganas de que la
caminata se alargara, mientras que Ronald y Fabián se veían mucho más
relajados.
Pinturas en la Tumba
Uno de los accidentes más aparatosos ocurrió en este
trayecto, ya que Jorge, al ser muy alto, estaba mirando hacia el suelo y no vio
una rama a la altura de su cabeza, golpeándose fuertemente. Comenzó a sangrar
aparatosamente; tanto Nath como Valeria se acercaron para ayudarle y
comprobaron que la herida no era tan grave, se trataba de un rasguño y una
cortada no muy grande. Por fortuna Valeria cargaba con un auténtico botiquín y
sacó una venda y gasas, limpió la herida y la cubrió, por lo que Jorge pudo continuar
sin problemas.
Después de varias horas, casi a las 11 de la mañana,
llegamos hasta una desviación señalizada hacia Wakná. Ahí Jorge y yo nos
adelantamos mientras los demás esperaban al grupo. Caminamos por algunos
minutos en una zigzagueante brecha y arribamos directamente hasta un gran
montículo que, para variar, presentaba unas enormes trincheras de saqueo.
Tumba de Wakná
Nos separamos para buscar, pudimos ver que se trataba de una
estructura triádica, a pesar de que Wakná es un sitio Clásico, posterior a los
demás que habíamos visitado en días anteriores. Jorge fue el primero en
percatarse de que ahí se encontraba el principal interés del sitio: una tumba
que fue encontrada por los saqueadores y que aún tenía estuco prístino en sus
paredes, algunas de ellas aún con pinturas murales en forma de volutas y
círculos rojos y amarillos. En uno de los costados de la misma estructura
encontramos otro hueco que daba paso a una subestructura que parecía ser una
continuación de la tumba y que tenía el mismo tipo de estuco y pinturas. En
este lugar nos alcanzaron poco a poco todos los demás y terminó formándose una
fila para acceder a las tumbas. Fuera de estos elementos, es muy difícil
visitar el resto del sitio por la falta de senderos abiertos, además de que
solamente se observan montículos, que son de gran tamaño.
La base del edificio me pareció un buen lugar para acostarme
mientras esperaba a que salieran todos los demás, así que estuve un rato
relajándome, algo que fue muy útil para el resto del día, que fue el más
exigente física y mentalmente, aunque nuevamente sentí que mi entrenamiento de
un año había sido totalmente adecuado.
Después de comer, Eduardo, Carlos, Leonardo, Ernesto,
Valeria, nuestro guía Antonio y yo salimos del campamento para intentar llegar
hasta La Muralla antes de que nos alcanzara la noche. En un principio tuve
problemas porque me llevé el dron amarrado en mi mochila de ataque, pero no se
quedaba en su lugar e incluso estuvo por caer al suelo, tuve que improvisar
para atorarlo sobre mi pecho y aguantar la incomodidad por todo el trayecto de
ida, cuando la bolsa de agua que llevaba estaba completamente llena e impedía
que guardara el aparato dentro de la mochila.
Primero pasamos por la Plaza Central de Nakbé y volvimos a
tomar la calzada hacia el grupo Noreste. Casi llegando a los edificios de ese
conjunto nos encontramos con una desviación hacia el norte que estaba señalada
como el camino a La Muralla. Valeria y yo estábamos al frente y nos pidieron
que alguno de los dos liderara y marcara el paso. A estas alturas estaba viendo
los resultados de mi entrenamiento de un año caminando en la ciudad, subiendo
cerros y recorriendo sitios; me parecía que nadie se había preparado tanto como
yo y que podía recorrer el camino (que entonces creía que tenía 8 km) en apenas
72 minutos o incluso menos, pero pensé que los demás no podrían seguirme el
paso. Le dije a Valeria que ella liderara y de todas maneras su ritmo fue descomunal,
tomando en cuenta que para entonces ya teníamos encima más de 100 km en total,
contando los recorridos por los sitios. En una hora ya habíamos recorrido más
de 5 km.
La Muralla
Decidimos bajar la velocidad; tanto Eduardo como Antonio
comenzaban a verse cansados, Carlos tenía molestias en una de sus rodillas y
Ernesto también se comenzaba a ver mermado. Así llegamos a los 8 km, pero
pronto nos dimos cuenta de que la distancia hasta el sitio debía ser más
grande, ya que nos encontrábamos en medio de un "pantano" que había
que pasar antes de arribar. Este terreno era terrible, sumamente irregular, por
lo que no se podía caminar normalmente y las pisadas eran sobre ondulaciones de
la tierra endurecida; esto, junto con mis botas ya muy desgastadas y viejas, me
provocó un par de ampollas que, aunque muy pequeñas, me incomodaban a cada paso,
con el avance de los kilómetros, mi pantalón comenzó a rozarme la pierna
derecha, había cometido el error de usar el más ajustado aquel día.
Estructura con crestería
Luego de 10 km, vimos un par de cojolitas (pavos de monte de
color oscuro) que levantaron el vuelo frente a nosotros, dirigiéndose al lado
izquierdo del camino, en un terreno que se elevaba. Al voltear a verlas, nos
percatamos de que habíamos llegado al sitio. Fue sorprendente que justo en ese
punto nos encontráramos con esas aves.
Subimos un poco y llegamos hasta la base de un edificio
terriblemente destruido, nada podíamos apreciar de su fachada ni de sus
habitaciones, únicamente se apreciaba un montículo con numerosos huecos de
saqueo.
Sin embargo, La Muralla fue la cereza del pastel llamado
Trekking a El Mirador. Sobre esta estructura arruinada se levanta una monumental
e impresionante crestería que se eleva casi 10 m y tiene un ancho que quizá
supere los 20 m. Se puede apreciar las ranuras que tiene cada sección de este
muro y varios segmentos en los que se aprecian decoraciones en estuco. También
se distinguen piernas y cuerpos de personajes.
La Muralla
Eduardo se sentó un rato y después se quedó dormido en el
suelo, mientras que los demás tomábamos fotografías y yo volaba el dron. Pude
obtener varias tomas que me gustaron bastante, había suficiente espacio para el
vuelo y el sol estaba por ponerse.
Cuando estuvimos a punto de irnos, pudimos ver un par de
tucanes que estaban posados sobre un árbol cercano y les tomé algunas
fotografías y vídeo. Así emprendimos el regreso, justo con la luz disminuyendo,
pero casi todo el trayecto fue en total oscuridad. No había pasado mucho tiempo
cuando Eduardo tropezó fuertemente con una raíz, lo que provocó que se
rompieran tres uñas de su pie derecho, sin embargo continuó, aunque tropezó de
nuevo y tuvo una aparatosa caída, afortunadamente esta no tuvo consecuencias,
aparte de un fuerte golpe en su brazo.
Tucán en La Muralla
A partir de entonces nos colocamos en fila, con Antonio al
frente y yo cerrando la marcha, y cada quién iba gritando a los demás cuando
veía algún obstáculo en la vereda. A pesar de que el camino se estaba volviendo
un suplicio para algunos de mis compañeros, podíamos ver la luna saliendo por
un costado, entre la selva, y veíamos los omnipresentes ojos de las arañas que
brillaban a la luz de las linternas. La experiencia fue extraordinaria, aunque
convenimos en que no era una buena idea visitar Nakbé y La Muralla el mismo
día, el GPS de Eduardo midió un recorrido total de 40 km, así que si en un
futuro repetíamos este trayecto, habría que hacerlo en un día extra. Por último, en algún momento cerca de Nakbé, Eduardo y Leonardo afirmaron haber escuchado el canto de una mujer entre la selva, aunque los demás no lo notamos.
La mayoría de nosotros llegaron muy mermados hasta el
campamento, aunque Valeria y yo parecíamos aún enteros y llegué cantando junto
con Ernesto, al igual que al entrar a El Mirador. Nos encontramos con algunos
de nuestros compañeros que nos estaban esperando y cenamos antes de irnos a
descansar, el día siguiente era, sin duda, el más difícil de todos, y ahora
tendríamos que afrontarlo con el grupo completo. Me tomé un tiempo para revisar
mi par de ampollas, que ahora parecían minúsculas; y para echar talco en mi
pierna rozada, la cual me preocupaba para el día siguiente, por fortuna el
talco que tenía eliminó toda molestia.
Para el 5 de abril tocaba el primero de dos días
extenuantes, en los que sabíamos que caminaríamos más de 30 km cada uno. A
pesar de ello me pareció que comenzamos tarde y algunos del grupo ya empezaban
a tener ampollas y pesadez al caminar. Este día era opcional visitar el sitio
de La Muralla, pero primero teníamos que llegar a Nakbé y recorrerlo. Este
trayecto inicial solamente tenía 14 km, pero el ritmo en general estaba disminuyendo.
Estuve al frente tratando de jalar al grupo e insistiendo en que había que
avanzar, me sentía como un animal salvaje en una jaula, cada vez que había un
descanso permanecía de pie dando vueltas en mi rincón de sendero; no estaría
tranquilo hasta completar el recorrido completo del día. A pesar de estar
caminando sobre otro sakbé que conectaba La Danta con Nakbé, todo se agravaba
porque pasamos tramos de "pantano", donde la tierra en algún momento
fue lodo y quedó llena de agujeros por el paso de las mulas; caminar ahí por
mucho tiempo era una tortura.
Estructura principal del Grupo Códex
Por fin llegamos hasta Nakbé, que significa "junto al
camino", un sitio aún más antiguo que El Mirador, aunque no tan
monumental; decir esto es engañoso, ya que los edificios principales son masivos.
Adriana apenas podía seguir caminando, por lo que se adelantó al campamento
sobre una mula, la primera vez que alguien subía en alguna, para hacer el
recorrido en el sitio más tarde y con calma.
El primer conjunto que visitamos fue el grupo Codex, donde
no encontramos edificios de gran tamaño, dos de ellos estaban parcialmente
excavados: uno, de carácter residencial, mostraba dos habitaciones; el otro era
un pequeño templo con restos del recinto superior.
Nos dirigimos a la Acrópolis central, pasando por unas
canteras. Vimos algo poco usual en todos los sitios arqueológicos que he
visitado: piedras en proceso de ser cortadas y ya preparadas que habían sido
dejadas a un lado del camino o sin separar de la roca madre. Aquí se trabajó
quizá hasta el momento de abandono de Nakbé.
Cantera
Ya subiendo a la Acrópolis, nos encontramos con varios
edificios que tenían más de 20 m de altura, sin arquitectura expuesta pero
llenos de fosas de saqueo, incluso una era utilizada como bodega por los
arqueólogos, aunque un derrumbe casi cubrió por completo la puerta que
resguardaba su entrada.
Pasamos por la Plaza Central, donde ahora se encuentra el
campamento del IDAEH, de ahí caminamos por una gran calzada prehispánica hasta
la acrópolis noreste. Ahí vimos otro enorme montículo, pero decidimos no
subirlo porque no tenía una gran vista por los árboles que le cubrían, además
de que queríamos ahorrar energías para el resto del día.
El recorrido continuó hasta el Grupo Coral, donde nos
encontramos con una gran pared en pie, además de varios cuartos ya excavados.
Nuevamente se trataba de un conjunto menor, sin edificios de gran tamaño.
Pared en el Grupo Coral
Nuestra siguiente parada tenía un especial interés para mí: el juego de pelota. Desde hace tiempo tengo un álbum de fotos de este tipo de
edificio y este es uno de los más antiguos en el área maya. Tuvo tres etapas
constructivas y la primera es del Preclásico Medio, cuando únicamente contaba
con dos banquetas bajas.
Estuve un rato esperando a que mis compañeros avanzaran y me
quedé atrás tomando fotos, naturalmente debía tener imágenes de este juego de
pelota.
La penúltima parada fue un chultún en el que anteriormente
se podía entrar, sin embargo el lazo que se utilizaba para bajar se había
podrido y no pudimos descender a su interior.
Templo principal de la Estructura 1
Finalmente regresamos a la Plaza Central y algunos de
nosotros, los que iríamos al recorrido de La Muralla, subimos a su cima, ya que
no tendríamos otra oportunidad de hacerlo. Me sorprendió que los templos
superiores eran mucho más pequeños que los de El Tigre o La Danta, en El
Mirador. La vista desde ahí permitía ver claramente el edificio principal de su
gigantesco vecino, además de la estructura La Pava.
Una vez que bajamos, caminamos hasta nuestro campamento, distante casi 1 km de ahí y, de inmediato, comimos. Nos esperaba un trayecto que resultó ser una auténtica salvajada...
Desde la Muerta, solamente faltaban poco más de 2 km para
arribar al Mirador, así que apreté el paso. En poco tiempo llegué junto con
Ernesto y entramos cantando al campamento. Estaba sumamente feliz de haber
llegado por fin hasta ahí y arrojé mi sombrero al aire apenas llegar. No dio
tiempo de hacer mucho, el atardecer se acercaba, así que poco después nos
dirigimos hacia el complejo El Tigre, a un lado del campamento, para ver el
atardecer desde ahí.
Una vez en la plataforma superior, me sorprendió ver el
templo principal y uno de los laterales con las fachadas frontales totalmente
liberadas y con algunas excavaciones cubiertas de lonas y plásticos negros.
Incluso en algunas partes se veían restos de mascarones de estuco.
Estuve grabando mi vídeo utilizando una impresión 3D del
edificio que yo modelé, tardé bastante y fui uno de los últimos en llegar a la
cima principal, a más de 50 m por encima del nivel del suelo. Desde ahí podía
ver la gran mole de La Danta, el edificio principal del sitio, ubicado a 2 km
de ahí. También se podían ver las elevaciones de edificios más cercanos, con
menor altura pero sumamente masivos. Más lejos se observaban los edificios de
Tintal y la estructura 1 de Nakbé.
La Danta desde El Tigre
El atardecer fue muy similar al anterior, sin nubes y con
una capa de humo en el horizonte. Apenas el sol se ocultó, bajé a la explanada
superior para observar mejor el templo lateral. Ahí me encontré a Carlos, quien
estaba esperando la oscuridad para tomar fotos con el cielo estrellado de
fondo; su idea me pareció excelente y aproveché mi tripié para intentar hacer
lo mismo. Nuestros compañeros se quedaron en la parte alta un rato y en mis
primeras fotografías aparecieron líneas de luz que eran ellos con sus
linternas, descendiendo mientras el lente de mi cámara permanecía abierto en
una serie de exposiciones largas. Después de eso tomé otras imágenes iluminadas
con la luz de la luna, casi llena; fui el último en bajar y le pedí a nuestro
guía Antonio que nos llevara al edificio Garra de Jaguar, pues quería tomar
fotos nocturnas de los mascarones, él accedió de buena gana y estuvimos otro
rato en dicho lugar, utilizando todas nuestras lámparas para iluminar los
detalles en estuco.
El Tigre, de noche
De vuelta en el campamento, cenamos extrañando un poco la
carne, ya que el calor impedía que llevaran hasta ahí ese tipo de alimento.
Nuevamente nuestro grupo se quedó platicando largo rato, pero esta vez decidí
ir a dormir temprano, me levantaría a las 3 am para subir al complejo Monos,
también junto al campamento, y ver las estrellas con la luna ya oculta, además
del amanecer, en compañía de Antonio, Jorge, Nath y Rosa.
En este campamento había aún más gente que en el anterior,
ya que hay caminatas cortas que solamente visitan el Mirador, provocando que se
juntaran más grupos. Debido a ello algunas de las tiendas de campaña fueron
movidas a otras áreas, a mi me tocó dormir en la plaza de un conjunto rodeado
de montículos bajos, todos completamente saqueados.
Vía Láctea en el complejo Monos
Mi noche no fue tranquila, el sonido del viento era fuerte y
los árboles se mecían con sus ráfagas. Había uno en especial, con un tronco
largo y delgado, que se inclinaba directo sobre mi tienda; yo podía verlo
claramente porque no ocupamos los toldos, dejando el techo abierto para ventilar nuestros refugios.
Intenté dormir pero nunca pude conciliar el sueño pensando en que ese árbol me
cayera encima en cualquier momento. Solo pude tranquilizarme saliendo a medianoche
a mover mi tienda unos metros lejos del alcance de ese gran tronco.
Apenas pasaron unas horas cuando decidí levantarme, el día
anterior no había recorrido el campamento y solo tenía una pequeña idea de
dónde se encontraba el baño. Salí y me dirigí hacia donde debía estar, pero
acabé caminando en círculo. Un guía de otro grupo me preguntó si necesitaba
algo y acabó por mostrarme el sendero correcto.
Templo lateral en La Pava
Media hora después estaba cambiándome y esperando a los
demás en las mesas del campamento. Eran las 4 de la mañana, pero ya había agua
caliente para preparar café y algunas de las cocineras se alistaban a comenzar
a preparar el desayuno. Mis compañeros llegaron y después se nos unió Antonio.
Caminamos menos de 300 metros y empezamos a ascender otro gran edificio, arriba
reconocimos de nuevo el patrón triádico, con un templo central y dos laterales.
Este era el complejo Monos, algo más pequeño que El Tigre, pero igualmente se
trata de un edificio descomunal, calculé que su volumen es similar a la
pirámide de la Luna de Teotihuacan.
La vista era bellísima: la luna roja estaba bajando en el
horizonte y, al irse su luminosidad, la Vía Láctea se encendió como si alguien
hubiera presionado un interruptor celeste, justo el centro de la galaxia se
presentaba frente a nosotros cerca de la constelación de Escorpión. Tuvimos
algunos minutos para observarla y para fotografiarla antes de que empezara a
notarse la primera claridad del día detrás de La Danta, el edificio principal,
que teníamos frente a nosotros, hacia el oriente.
Estructura principal de La Pava
Cuando ya no pudimos ver la galaxia, decidimos movernos a
uno de los templos laterales, con una vista más directa de La Danta. Jorge y yo
colocamos nuestros tripiés y tomamos videos en timelapse del amanecer. A pesar
de que no hubo colores demasiado espectaculares, el viento movía rápidamente
las nubes bajas; una vez que el sol salió nos regaló la vista de algunos de sus
rayos colándose entre los vapores matutinos.
Fui el primero en descender, regresé a mi tienda y me vestí
con pantalón de vestir, camisa y chaleco; una vieja idea que tenía con Neftalí,
tomarnos fotografías al estilo de los viejos exploradores en El Mirador. Ahora
me sentía muy melancólico y me pesaba haber quedado solo en esa idea, pero al
menos pude hacerlo. La plaza donde estaba mi tienda, junto a una de las
trincheras de saqueo, me pareció una buena locación para editar una foto que
pareciera del siglo XIX.
Templo superior de La Danta
Volví a cambiarme y me reuní con todo el grupo para
desayunar. Más tarde emprendíamos por fin el recorrido por el resto del sitio.
No me esperaba todo lo que pudimos observar, sin duda El Mirador es increíble.
Nunca imaginé que existiera un sitio tan masivo y voluminoso, ni que tuviera
tantos detalles ya excavados.
Comenzamos pasando por un lado del grupo de El Tigre, para
después llegar hasta la muralla que bordea una parte del límite oriental del
área central. Continuamos por una gran calzada hasta llegar a la base de la
masiva plataforma del Complejo La Danta. Me adelanté con Jorge y subimos a su
primer nivel. Pasamos junto a un gran complejo de tipo Grupo E, con una
estructura axial, que tuvo escalinatas en sus cuatro caras y un montículo
alargado frente a este, que sostenía tres templos superiores.
Vista desde La Danta
Aprovechamos para subir al complejo La Pava, vacío de gente.
Este se encuentra en el costado sur de la primera plataforma y mira hacia el
norte, a diferencia de El Tigre y Monos, que miran al oriente, y de La Danta,
que mira al poniente. En la parte superior nos encontramos con uno de los
templos laterales, es un edificio pequeño, pero muestra mascarones en su base,
a los lados de la escalinata de acceso. En la parte más alta, el templo
principal también tenía restos de mascarones, aunque más destruidos.
Bajamos de La Pava y cruzamos la plataforma, pasando junto a
un gran reservorio de agua, ahora seco. Más adelante subimos al segundo nivel,
donde vimos algunos montículos bajos y llegamos hasta la enorme base del
edificio de La Danta, propiamente dicho. Esta enorme estructura sostiene en su
plataforma superior un total de 7 templos y una pequeña plataforma central.
Mascarón de la estructura Garra de Jaguar
Ya en la parte alta, estuve tomando fotos y videos
utilizando otra impresión 3D de un modelo mío del edificio. Pude ver que de los
7 templos superiores, únicamente uno de los laterales principales muestra la
escalinata de acceso liberada de tierra y maleza, mientras que el edificio
principal está completamente visible. Ambos con una verticalidad impresionante.
Subí primero al lateral, aunque los árboles no permiten una vista muy amplia.
Fui el último en subir al templo principal de La Danta, con
72 m de altura en total. Ahí pude ver, por un lado, los grandes edificios de la
ciudad: Monos, El Tigre, El León y Cascabel; mientras que por el otro se
alcanzaba a divisar la Estructura 1 de Nakbé. La magnitud de la ciudad se
mostraba en todo su esplendor y me pareció perfectamente comprensible que, al
primer vistazo, desde el aire, los descubridores de El Mirador hayan creído que
El Tigre y La Danta eran volcanes. Nunca había visto un sitio tan masivo,
aunque sí conozco algunos con una extensión mayor, aunque con menor volumen
constructivo.
Mascarón de la estructura El Búho
Me quedé también al final en la parte superior, ahí tuve un
momento muy emotivo. Pedí incluso a los guías que me dejaran solo un par de
minutos y accedieron sin problemas. Recordé a mi amigo Neftalí, a mi maestro
Federico, ambos fallecidos y con quienes me hubiera gustado trabajar ahora que
he cursado la carrera de arqueología. Pensé en todo lo que tuve que dejar y
todo lo que he perdido. Había llevado un listón azul amarrado en el brazo, el
cual perteneció a alguien más que fue muy importante para mí y que tampoco
regresará; me lo puse hasta llegar al Mirador, como símbolo de lo último que me
queda de mi vida anterior, y que terminará muy pronto, con mi examen
profesional... verdaderamente ha sido volver a empezar de cero. Me quité aquel
listón al llegar al sitio y no volveré a ponérmelo nunca más. Se me quebró la
voz en el último vídeo que grabé antes de bajar y, a medio camino, no pude
soportar más el sentimiento que me invadía, me apoyé sobre la madera de la
escalera que ahora permite subir, y lloré por un momento.
Friso de los nadadores
Pero estar en El Mirador era un motivo de alegría y no de
tristeza para mí, por lo que me recompuse de inmediato y alcancé a los demás.
Ellos se dirigían a la Pava, así que Jorge y yo pedimos permiso para
adelantarnos y nos dejaron ir al grupo de las estelas y esperar a los demás
ahí. Pudimos observar un par de monumentos con motivos muy complicados y
estilizados, además de algunos glifos esgrafiados en un estilo muy antiguo,
casi parecidos a la escritura olmeca. Nos sentamos a esperar y terminé acostado
en el suelo sin pensar en las garrapatas, que ya hacían estragos entre mis
compañeros.
Cuando los demás nos alcanzaron, se decidió regresar al
campamento a comer. Más tarde salimos de nuevo hacia el templo Garra de Jaguar,
donde pudimos apreciar los mascarones que ya había fotografiado de noche. De
ahí nos dirigimos a la acrópolis central, pasando por varios conjuntos menores,
aunque todos construidos sobre plataformas gigantescas. Así llegamos hasta la
estructura de El Búho, donde pudimos ver otro mascarón de gran tamaño, y
después al friso de los nadadores, el cual ha sido interpretado como una escena
del Popol Vuh, aunque esto es especulativo. Ahí se puede apreciar una escena
acuática con dos personajes nadando y algunos animales y seres sobrenaturales relacionados con el agua.
Atardecer desde La Danta
Pasamos por un gran grupo E en la plaza central del sitio,
cuyo edificio axial es llamado El León, aunque no lo subimos. Un poco más al
norte nos encontramos con el grupo Cascabel, con un gran edificio cuya cima es
sumamente estrecha. Ahí ascendimos y pudimos ver El Tigre entre los árboles.
Finalmente visitamos un basamento de menor tamaño cuya cima estaba siendo
excavada. Regresando de ahí, el grupo se dividió. Algunos querían ver el
atardecer y la salida de la luna llena desde el Complejo Monos, mientras que
unos cuantos, incluyéndome, regresamos hasta La Danta para ver la puesta de sol
desde el punto más alto del sitio.
Nuevamente ascendimos todo el camino hasta ahí y estuvimos
por un rato sentados en la cima. El atardecer tuvo algunas nubes, por lo que
fue un poco más vistoso que los anteriores. Regresamos mientras la oscuridad se
expandía en la enorme ciudad preclásica y todavía tuve una sorpresa natural que
no había podido apreciar anteriormente por no traer conmigo mi lámpara de
minero, o no usarla sobre la frente. Esta vez la coloqué sobre mis ojos, y ese
ángulo permitió que, al apuntar la luz hacia la maleza, pudiera distinguir
numerosos pares de puntos blancos. Se trataba de ojos de arañas que reflejaban
la luz de mi lámpara, desde pequeñas saltarinas hasta tarántulas. Incluso
algunas brillaban de todo el cuerpo, revelando que cargaban con cientos de
crías diminutas.
Regresamos hasta el campamento, cenamos carne que habían
traído en un tour en helicóptero, lo cual nos supo a gloria, a pesar de que a
cada quién le tocó tan sólo un pequeño pedazo. Finalmente nos retiramos a
dormir después de un día de ensueño, habiendo caminado más de 10 km en total.