Comenzamos nuestro recorrido hacia Melchor de Mencos, que sería el punto de reunión del grupo completo antes de comenzar el recorrido por la selva para el que estábamos ahí. Antes de llegar habríamos de hacer algunas paradas. En primer lugar pensábamos ir al sitio de Corozal Torre, un sitio que solo Eduardo conocía y que está cerca de San Clemente, este último lo visité en 2013, pero en el carro sería imposible de alcanzar por el mal estado de la terracería que lleva a él; Corozal Torre tenía pinta de ser más fácil, pero tampoco pudimos tomar ese camino porque en el entronque con la carretera en la que íbamos, había un gran escalón que hubiera sido imposible de pasar en un compacto.
Decidimos seguir hasta la aldea de La Máquina, donde se encuentra la entrada al sitio de Holtún "Cabeza de piedra", que también había visitado en 2013. Llegamos hasta la caseta del custodio y a partir de ahí caminamos un largo sendero hasta el sitio. Parecía que la subida que lleva ahí nunca terminaba y fue algo ardua por el intenso calor que hacía. Aún así, mientras mis compañeros se quedaron en la estructura principal, yo me di cuenta de que había letreros que decían que el sitio continuaba; decidí recorrer hasta el final del sendero, ya que antes no lo había hecho nunca.
Palacio de La Blanca
Ese camino fue agotador, llegué hasta 6 plazas que no había visitado, todas con montículos y sin ningún rastro de arquitectura visible, únicamente con un chultún de doble boca en una de las primeras. Me pareció eterna la caminata, ya que no veía el final. Regresé casi corriendo porque pensaba que me había llevado demasiado tiempo, pero todavía tuve la oportunidad de fotografiar el mascarón que da nombre al sitio, en la estructura principal, dentro de una enorme trinchera de saqueo que dejó al descubierto una subestructura. Quise ver el otro lado de la estructura, pero fue algo peligroso porque pasé por un talud sumamente empinado por el que podía caer en cualquier momento si me distraía, sin embargo pude ver algunos fragmentos de muro que dejó visible el enorme saqueo, que pasó de lado a lado del edificio, aunque en ese último lado fue cerrado con piedras.
De regreso a la entrada, Julio ya estaba sumamente cansado, el camino fue algo lento por esto, pero aún así quería visitar un último sitio. Decidimos que yo manejaría, la primera vez que lo haría en Guatemala, para que él descansara; así que por primera vez en el viaje me tocó estar al volante y continuar el camino hacia Melchor de Mencos, nos desviamos por otra terracería hacia el suroeste y avanzamos por ahí cerca de una hora. Así llegamos a otro sitio que yo ya conocía: La Blanca. Este lugar ha sido trabajado continuamente por arqueólogos españoles, por lo que encontramos detalles que no vi antes, entre ellos grandes secciones de muros junto al palacio, que tiene unas enormes bóvedas sobre sus habitaciones.
Estructura en La Blanca
En La Blanca, el custodio nos acompañó a recorrer el sitio, primero el palacio, donde Eduardo estuvo buscando un grafiti de un visitante del siglo XVIII, pero no pudo ubicarlo. Después de eso fuimos a un grupo alejado que en mi anterior visita me costó mucho trabajo de ubicar. Se trata de un pequeño edificio muy interesante que tiene algunos restos de estuco en lo poco que queda de su templo.
Una vez que terminamos el recorrido por este sitio de pequeña extensión pero impresionante arquitectura, volvimos a subir al auto y yo continué manejando de regreso a la carretera principal y después a Melchor de Mencos, llegando al hotel en el que nos quedaríamos dos noches. Ahí nos encontramos con Marcia, de Argentina, quien ya había llegado. Después nos enteramos que los Partida de Chiapas, que habíamos visto en la frontera, no llegarían esa noche. Fuimos a bañarnos y a descansar un poco y luego fuimos a cenar. Ahí nos reunimos nuevamente con Marcia y llegó Marvin, de Guatemala, además de Will y William, quienes llegaron de Mérida y luego pasaron a Palenque a recoger a Juan, de Laredo, luego de que tuvo un trayecto accidentado en avión. Nos pusimos de acuerdo para el día siguiente: los Williams, Juan, Julio y yo iríamos a Naranjo; Ernesto, Marvin y Valeria cruzarían a Belice y Eduardo se quedaría a descansar en Melchor de Mencos, Marcia se uniría a nuestro grupo al día siguiente.
Por la mañana salimos a un pequeño recorrido apenas a 3 km de nuestro hotel, nuestro objetivo era recorrer el enigmático sitio de Sacpetén, del cual Julio y yo habíamos leído bastante, sin saber a ciencia cierta lo que se podría encontrar ahí. Fuimos en el carro y decidimos no llevar nuestro equipaje para tener menos peso. El camino no era tan bueno como el día anterior, se trataba de una terracería con muchas subidas y bajadas; sobre todo al final, nos encontramos con descensos tan fuertes que temimos que el auto no pudiera subirlas en el retorno. Decidimos bajarnos y Julio hizo la maniobra de regresar en reversa hasta una sección relativamente plana.
Tuvimos que regresar por esa gran subida para bajar agua del carro, y yo también necesitaba la cámara y el dron. Caminamos el último tramo y nos encontramos con una reja que impedía el paso a una sección que es propiedad de un hotel, mientras que al otro lado se encuentra un parque municipal que consiste en una serie de senderos entre la selva.
Estela lisa en Sacpetén
El sitio arqueológico de Sacpetén estuvo ocupado principalmente en el Posclásico y en la época de contacto, ya que la región no fue conquistada sino hasta 1697 y luego fue abandonada. Se trata de una península en la laguna del mismo nombre, la cual cuenta con dos pequeños cuerpos de agua y con un itzmo estrecho que la comunica con tierra; ahí se construyó un foso y una serie de grandes muros defensivos que impedían el libre paso al antiguo asentamiento.
De dichos muros ya no queda arquitectura visible, subimos sobre ellos con dificultad por la pendiente, pero de inmediato llegamos a un montículo de regular tamaño. Nada se veía que indicara la forma del edificio, por lo que seguimos adelante. Ascendimos por un par de plazas escalonadas que también tenían otros edificios arruinados por completo y en la parte más alta de la península nos encontramos con una plaza que tenía alrededor unos montículos alargados que en lugares parecidos han sido identificados como casa del consejo, un lugar donde se reunían quienes estaban a cargo del asentamiento, ya que en tiempos tardíos no había un gobernante que tomara todas las decisiones. Estas construcciones no conservaban piedras de revestimiento, pero la forma de los montículos aún dejaba ver que tenían dos cuerpos y unas anchas escalinatas.
Estructura circular en Sacpetén
Ya de bajada, pensando que no habríamos de encontrar ningún vestigio de arquitectura en pie, estuve revisando un poco más los conjuntos que pasábamos, por ello pude encontrar una estela lisa en un grupo intermedio. Finalmente, al llegar a los muros defensivos de la entrada, pudimos encontrar un paso menos difícil en el lado poniente, donde tal vez estuvo el acceso original, ya que la pendiente era mucho menor. En un costado de esa especie de rampa que pudo ser anteriormente una escalinata, encontramos una rara edificación que estaba sobre una pequeña plataforma bien visible sobre el talud. Al centro tenía un recinto pequeño y de forma circular, con una hilera de piedras en su base, como formando la boca de un pozo. No pudimos identificar la función de esta estructura y Eduardo y yo tuvimos un primer debate sobre si era arquitectura maya o no, yo argumentaba a favor porque me parecía muy poco probable que los españoles hubieran construido algo en ese lugar y Eduardo en contra porque nunca había visto algo como eso. Antes de irnos volé el dron, obteniendo unas tomas sumamente bellas de la laguna y la península con sus ojos de agua. Finalmente regresamos al auto, nuevamente caminando por el empinado camino, esto más tarde haría mella, sobre todo en Julio.
Decidimos pasar a comprar helados y agua a la tienda cercana al hotel y seguir de largo hacia El Chal. Este es un importante sitio a 60 km de distancia desde El Remate, donde nos encontrábamos. Llegamos hasta el poblado del mismo nombre y tomamos algunas calles, en parte sin pavimentar, hasta llegar a la cercanía del sitio arqueológico, inmediatamente al sur de las casas actuales. Primero equivocamos el rumbo porque no sabíamos dónde era la entrada, pero luego de regresar un poco, nos encontramos con el acceso,
Estela en El Chal
El recorrido es un circuito, pasando primero por la plaza principal, ahí se encuentran varias estelas y altares erosionados pero que aún muestran algunos grabados. La número 4 está de pie y todavía se alcanzan a distinguir levemente los personajes que fueron plasmados en sus dos caras principales, además de glifos laterales. Al sur hay una gran acrópolis que recorrí sorprendido por la monumentalidad inesperada de este sitio. Me encontré con dos plataformas masivas con numerosos edificios, aunque no encontré más que una pequeña sección de muro en pie. Días más tarde nos dijeron que ahí había restos de una bóveda al menos, pero no pude verla por ningún lado.
Bajé por otra plaza al suroeste, ahí habían algunos fragmentos de estelas borradas y montículos. Finalmente regresamos al principio; yo quise encontrar el juego de pelota pero estaba en una sección muy llena de maleza. Julio tardó tomando fotografías, por lo que tuve tiempo de regresar a un costado de la Acrópolis para encontrar otra estela tirada, aunque tampoco mostraba relieves visibles
Después de que todos llegamos de nuevo al punto de inicio, nos apresuramos a regresar a El Remate, porque se acercaba el tiempo de entregar la habitación de nuestro hotel. En el camino un motociclista se atravesó en un cruce sin mirar, estuvo a punto de golpear el auto de Julio o, aún peor, un tráiler que pasaba por el otro carril. Estuvo muy cerca de ser una tragedia, pero milagrosamente el imprudente conductor de la motocicleta no tocó a nadie. Con ese susto llegamos a El Remate, entregamos las llaves de la habitación un poco tarde y cargamos nuestro equipaje, aún faltaba un par de visitas en el día.
En la tienda de Naranjo preguntamos por información del camino a la Joyanca pero, por lo que vimos, probablemente casi nadie ahí sabía de la existencia de ese sitio arqueológico; teníamos dudas del estado de la terracería debido a que debíamos entrar en el carro de Julio. En cambio, nuestros compañeros, los Partida, tenían una camioneta 4x4, por lo que no tendrían ninguna dificultad. Para nuestra suerte, el camino era bastante bueno y pudimos avanzar por un buen rato, tomando algunas otras brechas sin señal alguna, pero yo tenía bien marcada la ruta en mi celular. Avanzamos muy bien hasta encontrarnos bajo una colina donde debía estar el sitio que buscábamos, ahí había camino hacia ambos lados. Nos decidimos por la izquierda, donde se ascendía bastante. La pendiente poco a poco iba haciéndose más pronunciada, llegando el momento que el carro de Julio no pudo subir con nosotros a bordo. Eduardo y yo nos adelantamos a ver si encontrábamos la entrada de La Joyanca, mi primer intento no fue exitoso, pero a la segunda, tanto él como yo llegamos a la caseta de los custodios del lugar.
Estructura principal de La Joyanca
Regresamos a avisarle a los demás que habíamos llegado y Julio pudo llevar su carro hasta la cima de la subida, donde lo dejó estacionado. Así comenzamos nuestra visita, La Joyanca es un sitio del que me enteré estando en el primer semestre de la carrera de Antropología; acudí a la biblioteca central de la UNAM y me dio curiosidad ver algunos libros de arqueología que ahí habían, uno de ellos trataba por completo de este sitio antes desconocido para mí; supe que algún día estaría ahí, y ahora era ese día.
Pudimos ver varios paneles con información y luego me adelanté a fotografiar. Caminé por alrededor de 300 m y llegué a la parte trasera de un par de grandes edificios que bordeaban la plaza central del sitio. A mi izquierda me encontré primero con un gran palacio alargado. Sus escalinatas tenían escalones con huella muy grande y tuvo quizá 7 habitaciones en línea. Junto a esta estructura pude ver un montículo más alto que en su lado izquierdo muestra una subestructura con una rara crestería formada por triángulos; solo uno está visible, pero debió tener más que ahora están debajo de otra etapa constructiva. Ahí dentro pude ver los restos de al menos dos habitaciones que tenían unas raras ventanas rectangulares y alargadas.
Estela en La Joyanca
Continué hacia el otro lado de la plaza, donde había un montículo elevado, me llamó la atención que en el lado más lejano había una terraza con un edificio palaciego que conservaba las partes bajas de sus paredes. Más adelante, caminé por una calzada otros 30 m, llegando a otro grupo arquitectónico más al este. Nuevamente me sorprendió que hubiera ahí otro palacio con arquitectura visible, este tenía forma de "L" y había un edificio más pequeño en su extremo abierto. Un poco más adelante vi un pequeño basamento piramidal y una estela tirada, la cual aún mostraba algunos glifos en su costado
Cuando fui a buscar la entrada del sitio olvidé sacar mi agua del auto, y en este punto del recorrido ya tenía una fuerte sed, por lo que decidí regresar a la plaza central. Mis compañeros quisieron ir a buscar la estela cuando les conté lo que había visto más adelante y yo me tendí en el suelo a descansar un poco, y a tratar de evitar sudar más y perder más agua.
Mono araña en La Joyanca
Después de un rato que me pareció muy largo por las condiciones en las que me encontraba, pude ver algunos monos araña que estaban pasando sobre donde yo estaba. Me entretuve un rato mirándolos, pero después comencé a cansarme de esperar, los demás demoraban. Cuando finalmente aparecieron, nos dirigimos a la casa de los custodios, donde firmamos el libro de registros y nos enteramos que éramos los primeros visitantes en alrededor de 3 meses.
Finalmente salimos del sitio y tomamos el trayecto de regreso a la carretera que va a La Libertad, cortando algo de camino, ya que no regresamos de la misma forma en que llegamos. Los Partida se separaron de nosotros una vez en la ruta pavimentada porque querían hospedarse en Flores, mientras que nosotros íbamos para El Remate. Habíamos pensado pasar a otro sitio más, pero para entonces ya estaba oscureciendo. Pasamos La Libertad, pero después el hambre nos hizo detenernos a cenar en San Benito, a orillas de Flores. Ya era de noche y tardamos en llegar a nuestro hotel, que ya estaba cerrado a esa hora, por fortuna nos estaban esperando porque avisé que llegaríamos tarde; no así a Ernesto y Valeria, quienes se hospedaron al otro lado de la calle, pero donde nadie les abrió. Por fortuna nuestra hospedera pudo contactar al dueño de su hotel y pudieron entrar minutos más tarde. Terminaba el largo trayecto desde la Ciudad de México, al día siguiente iríamos a nuestro lugar de reunión con todos los demás compañeros: Melchor de Mencos, en la frontera con Belice.
El 20 de marzo por la tarde salí de mi casa con rumbo a la central de autobuses del norte, donde me encontraría con Eduardo y con Julio para salir a un nuevo recorrido por el Petén guatemalteco. Cruzar la ciudad fue una auténtica pesadilla, la hora pico hubiera provocado que un viaje en taxi fuera sumamente caro, por lo que decidí llegar por trolebús, ya que podía ir de terminal en terminal, de forma que no tuviera problemas para ascender o descender. Fui primero al estadio de Ciudad Universitaria y luego a Taxqueña. En este punto las ruedas de mi maleta saltaron de su lugar y me percaté que su soporte estaba roto, por ello tendría que cargarla cada vez que me moviera de lugar; iba bastante pesada por los implementos para acampar y una reserva de dinero en monedas, fue algo cansado, pero no representó un problema mayor. Resultó mucho más molesto el hecho de que no había llegado ni a la mitad de mi trayecto cuando ya había gastado 2 horas. Tomé el trolebús de eje central y completé casi 3 horas y media, siendo el último de los tres en llegar.
Subimos al auto de Julio y comenzamos el trayecto hacia la autopista a Puebla, paramos cerca de Santa Martha y esperamos a Ernesto y Valeria; luego de un rato el auto ya estaba lleno y todo listo para viajar toda la noche hasta la frontera de El Ceibo, límite de México y Guatemala. Para llegar ahí seguimos hacia Puebla, luego a Córdoba; más allá tomamos la desviación al sureste hasta Coatzacoalcos y luego a Villahermosa. Seguimos con rumbo a Escárcega, pero desviándonos en Emiliano Zapata y llegando a Tenosique. Más allá de las 9 de la mañana arribamos al puesto fronterizo, donde nos encontramos a Gabriel, Edgar y Jaime, quienes salieron de Chiapas para unirse a este viaje. El cruce fue lento porque nadie quiso pagar un gestor, esto obligó a que camináramos a sacar copias y depositar un impuesto en el pueblo de El Ceibo.
Monumentos en la cancha de futbol
Cuando finalmente logramos cruzar, unos minutos después que nuestros compañeros de Chiapas, todos juntos nos dirigimos a la aldea de Naranjo, a poca distancia de donde nos encontrábamos. Ahí llegamos a su parque central y giramos hacia una vieja pista de aterrizaje que parece ya no ser usada en la actualidad. Entre casas y en áreas verdes pudimos ver los grandes montículos del sitio arqueológico de La Florida-Naaman. Lo primero que fuimos a buscar fue una cancha de futbol, la cual encontramos con gran facilidad, aunque era más pequeña que el tamaño estándar de los terrenos donde se practica ese deporte. Lo primero que notamos fue que esa cancha estaba en una plaza prehispánica, rodeada de edificios que no mostraban arquitectura, ahora son solo montículos; pero lo más sorprendente fue que a un lado de una de las porterías encontramos restos de monumentos con grabados, tirados al aire libre. No pudimos identificar las figuras pero las líneas se observaban claramente, a unos metros habían más fragmentos y del otro lado del campo yacían estelas sin grabado, tal vez ya erosionadas.
Río San Pedro en la aldea de Naranjo
Ya de inicio teníamos sorpresas que no esperábamos encontrar, estuvimos un rato fotografiando y buscando en los edificios circundantes, aunque solo pude identificar algunas piedras que debieron pertenecer a una escalinata pero que ya estaban algo desordenadas. Al no encontrar nada más, preguntamos a una señora que pasaba por el destacamento militar, ya que sabíamos que cerca de ahí había algo más qué ver. Amablemente nos dijo el camino que debíamos tomar, el cual era muy corto ya que estábamos a tres o cuatro cuadras únicamente. Antes de llegar ahí vimos el río San Pedro, el cual discurre por la orilla del poblado y nos acercamos a su orilla para tomar fotografías. Después de eso, llegamos a la entrada del destacamento, donde vimos un gran montículo y varios monumentos que estaban cubiertos de cal. Hablamos con los guardias, quienes no sabían nada de la procedencia prehispánica de esas piedras y tampoco podían permitirnos pasar sin un permiso especial. A unos cuantos pasos, muy cerca de un pequeño meandro del río, vimos un techo de lámina que cubría varias estelas rotas y una de ellas completa.
Monumentos de La Florida-Naaman
Esta estela muestra un gobernante que mira hacia la izquierda, en una pose estándar, con una mano extendida que sostiene algo no muy claro frente a él y la otra con un bastón de mando casi pegado al cuerpo. Sobre la cabeza lleva un gran tocado y a los lados tiene cartuchos con glifos. Los otros fragmentos también tienen inscripciones; gracias a estos monumentos se ha identificado el nombre de la dinastía que gobernó este lugar, el cual es Naaman.
Mientras todos tomaban fotografías, caminé unos pasos al río para mojarme un poco la cabeza, el calor era muy intenso y ya estaba cercano a los 40°C; por eso mismo después de nuestro corto recorrido nos dirigimos a la primera tienda que vimos para comprar paletas heladas. El primer sitio del viaje resultó ser bastante grande y con las primeras sorpresas, comenzábamos muy bien.