Lado poniente de la estructura de Nohochná |
Al día siguiente (29 de julio), tomamos nuestras cosas y subimos a un camión que nos llevó a Nicolás Bravo, ya en Quintana Roo. Cuando llegamos eran alrededor de las 8 de la mañana y lo primero que hicimos fue entrar en una pequeña fonda y pedir permiso para dejar nuestro equipaje, para más tarde regresar y comer ahí mismo.
Dejamos todo excepto agua, celulares, cámara y machetes. Caminamos por un rato siguiendo la carretera y luego dimos vuelta en un camino de terracería. Por un buen rato seguimos recto y pasamos entre una cantidad impresionante de montículos. Toda la zona estaba dividida en espacios rodeados por empalizadas que contenían una pequeña plataforma que posiblemente sostuvo alguna vez las antiguas casas; podíamos darnos una idea de la enorme extensión que tuvo el sitio de Nicolás Bravo (el cual yo visité dos años antes), ya que estos conjuntos estaban uno tras otro y de cuando en cuando aparecían estructuras más grandes que posiblemente fueran públicas, aunque estaban completamente destruidas y no podíamos apreciar sus características.
Lado oriental de Nohochná |
Estuve revisando nuestra posición gracias al gps del celular de Fernando y mi brújula. Nos aproximábamos a un punto donde debíamos tomar otro camino cuando vimos que una camioneta venía hacia nosotros, luego se detuvo mientras sus dos ocupantes nos saludaban y preguntaban a dónde íbamos; les respondí que buscaba el sitio de Plazuelas (como lo conocen en la zona) y amablemente nos dieron indicaciones.
Dimos vuelta en la entrada a un rancho y ahí nos encontramos con otro señor, el cual nos dijo que el camino que llevaba al sitio estaba ya desaparecido, no se usaba desde hacía muchos años, incluso una alambrada lo cruzaba justo en su inicio; sin embargo indicó que era posible llegar si lográbamos distinguir la zona por donde se pasaba anteriormente. Nos acompañó hasta el final de su terreno y de ahí seguimos por un campo un tanto complicado.
Lado poniente de Nohochná |
La zona parecía haber sido quemada recientemente pero estaba llena de arbustos secos que parecían haber sido sembrados regularmente, a parte de eso no había hierbas ni pastos altos. Me fue imposible distinguir el viejo camino pero se podía pasar sin mucho trabajo a campo traviesa; nos olvidamos del sendero y nos guiamos con la brújula, verificando cada cierto tiempo la posición en el celular de Fernando. La mayor dificultad fue cruzar dos pequeños manchones de selva, pero luego de ello pudimos ver a la distancia la gran estructura que habíamos ido a buscar. El sitio había sido descubierto por Maurice de Perigny a inicios del siglo XX y no ha sido visitado casi por ningún especialista en todo ese tiempo. Su descubridor le llamó Nohochná, "la casa grande". Mis amigos Julio y Eduardo llegaron ahí meses antes pero les costó demasiado trabajo pues la maleza estaba sumamente alta y entraron por el lado contrario al nuestro, donde había más manchones de selva.
Estructura de Nohochná |
Llegamos por el frente del único edificio con arquitectura visible del lugar; en un primer momento no distinguimos anda más que los restos de alguna habitación muy dañada. Al dar vuelta por el lado sur pudimos ver la parte trasera, la cual es única: se distinguía una gran torre al centro con aposentos a cada lado; dicha torre tenía las típicas escalinatas simuladas del estilo Río Bec, pero en una disposición inusitada pues había tres de ellas sobre el mismo cuerpo, el cual era sumamente ancho y que casi seguramente soportaba tres templos simulados, cada uno sobre las hileras verticales de escaleras, con el central en una posición más prominente que los otros dos. Una gran parte de la pared había caido o estaba en serio riesgo de colapso pero se podía apreciar lo suficiente para darse una idea de la apariencia antigua del edificio.
Hacía un calor tremendo pues aunque hubiera nubes el sol caía a plomo, no pasamos mucho tiempo apreciando la torre porque no había ninguna sombra. Pasamos al frente del edificio y nos sentamos bajo su cobijo a descansar por un rato, llevábamos ya más de 8 km recorridos sin parar.
Nohochná |
Después de recuperar el aliento, me puse a observar el edificio para tratar de comprender su disposición tan rara. Pude ver que por lo menos hubo dos pisos de habitaciones que estaban comunicados por pasajes internos con escaleras estrechas, las cuales permitían también llegar al nivel superior de la torre, que tenía las mismas escalinatas simuladas que en su lado trasero. Sin duda se trataba de un edificio sin par y sumamente complejo, pero se estaba desmoronando rápidamente, los muros prácticamente se estaban pulverizando y en poco tiempo no quedarán más que escombros.
Bacalar |
Subimos a una de las entradas de los pasajes internos, éste se distinguía claramente desde afuera por ser una cavidad abovedada que conducía quizá a habitaciones del segundo piso ya completamente desaparecidas. Llevaba a una estrecha escalera que bajaba y se internaba en la estructura, más adelante giraba a la izquierda y desembocaba en un recinto más amplio que según mis amigos tenía un hueco en el suelo que dejaba al descubierto a lo que pudo haber sido una tumba saqueada. Nosotros no pudimos pasar hasta ahí porque al aproximarnos comenzamos a escuchar un fuerte ruido que parecía el de muchas aves gritando. Había algo extraño porque el sonido era muy monótono, parecía mantenerse siempre al mismo volumen y variando regularmente. El desconcierto fue grande y tuve temor de encontrarme con fauna peligrosa, por ello decidimos salir. Días más tarde alguien me mostró por internet un vídeo en el que una cucaracha gigante hacía un ruido idéntico...
Bacalar |
Después de un rato decidimos emprender el regreso por el lado contrario al que usamos para entrar; en poco tiempo nos encontramos con varios jóvenes que estaban quemando forraje, uno de ellos nos acompañó hasta un camino de terracería y gracias a ello evitamos un difícil cruce por la selva. A partir de ahí solo tuvimos que caminar recto, aunque el camino fue cada vez más arduo por el calor que aumentaba al paso de los minutos y por la acumulación de distancia que llegó a los 17 o 18 km.
Regresamos a la fonda y desayunamos con avidez. Nos apresuramos a alcanzar una combi a Chetumal y una vez en la terminal solo nos cambiamos a otra que iba a Bacalar, lugar que yo no conocía y que Fernando quería visitar.
Bajamos sobre la carretera y luego de caminar un rato decidimos entrar a uno de los balnearios públicos. Bacalar no necesita presentación, quedamos encantados por la belleza de la laguna y sobre todo por la calidez de las aguas, la cual ayudó a que nuestras piernas cansadas se reconfortaran rápidamente.
Visitamos el fuerte y tuvimos problemas para encontrar un lugar donde comer porque ya era un poco tarde, empezó a llover antes de eso y terminamos bastante mojados. Luego quedamos atrapados en el negocio de comida por un fuerte aguacero que no duró más de media hora.
Debíamos regresar por la mañana a Campeche y eso fue muy complicado porque no encontramos transporte a Xpujil. Finalmente decidimos tomar un autobús a Chetumal, esperamos 3 horas ahí y luego pudimos llegar ya muy tarde a nuestro punto de partida del día. Nuevamente tuvimos que aguardar bastante hasta las 4 de la mañana y entonces tomamos el autobús que llevaba a Campeche cruzando los Chenes. Antes del medio día habíamos regresado.
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